Mientras trabajaba en la postproducción de la que será su última (y póstuma) película, El Mayor, falleció el cubano Rigoberto López, “cineasta cabal”, como lo describió Granma al rendirle homenaje. López es el realizador de obras tan significativas de la cinematografía cubana como los documentales El viaje más largo (1987), Yo soy, del son a la salsa (1996), Puerto Príncipe mío (2000) y los largometrajes de ficción Roble de olor (2003), Vuelos prohibidos (2015) o el ya mencionado El Mayor, que recrea la vida del héroe cubano de la independencia Ignacio Agramonte. José Maria Vitier se despidió de él con estas palabras: “Hasta el último momento estuvo consagrado a terminar El Mayor, cuya filmación y primera edición logró ver terminada. Valga nuestro compromiso de contribuir, en la parte que nos toca, a concluir su película a la altura que él la soñó”. A las palabras de Vitier queremos sumar las que escribió el escritor y cineasta brasileño Orlando Senna con motivo de la exhibición de Vuelos prohibidos en Brasil.
Voos proibidos
Escribe ORLANDO SENNA*
Vi la película cubana Vuelos prohibidos en la bonita muestra del 8º Encuentro de Cine Negro Brasil, África y Caribe, creado por Zózimo Bulbul, con curaduría de Joel Zito Araújo y dirección de Biza Vianna. La película incide en la Cuba actual, en este momento cubano (acercamiento a EE. UU., reformas económicas, puesta en marcha del gran polo productor y exportador de Mariel) que está despertando nuevas curiosidades, indagaciones y esperanzas en relación con la isla caribeña que, desde hace al menos un siglo, se ha instalado en el imaginario de la humanidad como un país, o un pueblo, diferenciado. La película, aunque haya sido dirigida este año y recién lanzada en Cuba, no trata directamente los nuevos acontecimientos, sino la actualización de la antigua dicotomía infierno/paraíso, satanización/deificación que envuelve las distintas visiones sobre la sociedad cubana desde la Revolución de 1959.
El director es Rigoberto López, documentalista súper premiado que se aventura por segunda vez en ficción (la primera fue Roble de olor, 2003), basada en textos del ensayista académico Julio Carranza y la trepidante novelista Wendy Guerra, autora de Posar desnuda en La Habana. La película cuenta el romance entre una francesa que viaja a La Habana para conocer a su padre cubano y a un fotógrafo cubano que está en tránsito, volviendo desde África a su país. Se encuentran en el aeropuerto de París y se quedan juntos porque el vuelo es aplazado al día siguiente y, por fin, llegan al destino.
Es una larga discusión, a veces tensa, a veces tierna, entre la francesa que ve Cuba como una dictadura y el cubano que afirma que su país es otra cosa, procurando aclarar el significado de una revolución permanente. Él expone las dificultades y los avances sociales, los descarríos y las reanudaciones, las penas y las alegrías, los errores y aciertos de la Revolución. Él afirma sobre todo su pertenencia a su país y su cultura, defendiendo la idea de que en esa pertenencia se incluye el “ser revolucionario”, el revolucionarse todos los días de la vida. Ella procura traer la discusión a la “realidad”, a la censura, al incumplimiento de los derechos humanos. Él se apoya en la vivencia, ella se apoya en los medios de comunicación.
Discusión abierta, sin ambages, los autores anhelan en todo momento la sinceridad, incluso sin esconder las dudas y las inseguridades de cualquiera de los dos. Tras el pase tuvo lugar un debate que, sorprendentemente, repitió en la audiencia la esgrima político-filosófica presente en la película. De otra forma, sin la tensión de desacuerdos políticos entre novios, pero en la misma línea. Se preguntó cómo podía ser cubana una película con ese contenido si existe censura en Cuba y Rigoberto López tuvo que informar de que se trata de una producción de la empresa estatal de cine, con la ayuda del Ministerio de Cultura.
Se preguntó si se trataba de una excepción. Se explicó que el cine cubano (como el teatro y la literatura) ha tenido siempre un enfoque crítico con respecto al gobierno, al régimen, a las costumbres. Que una de las principales manifestaciones cinematográficas de la Cuba revolucionaria es la llamada Comedia Crítica. Lo cual es visible; baste recordar Fresa y chocolate y Guantanamera, ambos de Tomás ‘Titón’ Gutierrez Alea, considerado el mayor cineasta cubano. Vi a algunas personas boquiabiertas cuando Rigoberto mencionó el movimiento del Cine Independiente, el acontecimiento más llamativo de la actualidad cinematográfica cubana, con películas de éxito internacional (ejemplo: Juan de los Muertos, de Alejandro Brugués, premio Goya de España). ¿Cine independiente en una dictadura socialista? ¿Cómo? Pues es que Cuba es verdaderamente difícil de entender y, por ello, sería saludable que Vuelos prohibidos y otras películas made in Cuba se presentaran comercialmente en Brasil y otros países. El cine es una vía de entendimiento, como se sabe.
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ORLANDO SENNA es escritor y cineasta, así como uno de los más destacados teóricos del cine brasileño. Entre sus trabajos como guionista y director suma más de 30 películas de ficción y documental, como las premiadas Iracema (1974), Diamante Bruto (1977), A Ópera do Malandro (guionista, 1986), Sabor a mí (1992) o Cinema Novo (1998). Su obra fílmica ha recibido premios en los festivales de Cannes, Pésaro, La Habana, Puerto Rico, Brasília, Gramado y Río de Janeiro. Entre sus libros destacan Así de simple (en coautoría con Robert Redford, George Lucas, Francis Ford Coppola, István Szabó, et al.; en portugués: Simples Assim, 2012), Um gosto de eternidade (2006), Os lençóis e os sonhos (2009; en español: Sábanas y sueños, 2012).