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Siempre es momento de ver el Cinema Novo de Nelson Pereira dos Santos

“Una sensibilidad cinematográfica interesada en revelar un material de profunda raíz popular”. Así era reconocido Nelson Pereira dos Santos allá por 1958 en el legendario Festival de Cine Documental y Experimental del Sodre, en Montevideo, Uruguay. Para entonces ya se le conocía como uno de los padres del Cinema Novo brasileño que en la década del 50 renovó el panorama del cine latinoamericano y mundial bajo el lema “Una cámara en la mano y una idea en la cabeza”. Junto a verdaderos artistas como Glauber Rocha, Rui Guerra, Carlos Cacá Diegues, Joaquim Pedro de Andrade o Leon Hirszman, entre otros, Pereira Dos Santos proponía un cine comprometido con la verdad y la transformación política, así como con la música y la cultura popular de su país. Suyos son clásicos como Rio, 40 graus; Vidas secas; Como era gostoso o meu francês (Qué sabroso era mi amigo francés); el documental A música segundo Tom Jobim Brasilia 18%. El 21 de abril de este año falleció en Río de Janeiro a los 89 años. El mejor homenaje que podemos hacerle es volver a ver su extraordinario cine.
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En Brasil, todo cineasta y aficionado a la cinematografía estaba de acuerdo en que Nelson Pereira dos Santos era, además de un gran referente, un padre para las nuevas generaciones. Carlos Cacá Diegues solía decir de él: “Nunca conocí a persona más sabia, capaz de enseñar de una forma que no te das cuenta de que estás aprendiendo. Nelson fue quien nos mostró a todos nosotros que era posible hacer un cine diferente en Brasil”.

El escritor Jorge Amado reconocía su compromiso político “al mismo tiempo que se iba volviendo más amplio, más abierto. Fue un paulista que se hizo carioca y después perdió toda estrechez regional”. También fue el primer director de cine al que eligieron para la Academia Brasileña de Letras, sillón que ocupó desde 2006.

Nacido en São Paulo en 1928, su primer largometraje fue Rio, 40 graus (1955), una crónica de la vida en las favelas de Río de Janeiro, cuando esta ciudad era la capital de Brasil. Antes había rodado el documental Juventude (1950), una cinta de 50 minutos de duración que también exploraba la vida en las calles y las favelas de Río, una realidad a la que hasta entonces el cine brasileño le había dado la espalda.

Influido por el Neorrealismo italiano y la Nouvelle Vague francesa, Pereira dos Santos supo desde sus inicios que su cine debía ser una apuesta, un riesgo, un dar un paso más allá en términos tanto artísticos como políticos: “Con el Cinema Novo el cine brasileño comenzó su momento de descolonización”, le contaba al también director español Augusto Martínez Torres en 1997, con motivo de sendos homenajes que le habían dedicado en los festivales de Venecia y de Huesca, y una retrospectiva de su obra programada por la Filmoteca Española y Casa de América.

“Los cineastas que surgieron [con el Cinema Novo]”, decía el brasileño, “consiguieron demostrar que podían dominar el lenguaje universal del cine y al mismo tiempo tener una gran fidelidad a sus orígenes culturales. Es el mismo proceso sufrido en décadas anteriores con la literatura, la pintura, la música. Tuvimos que librar verdaderas batallas para que el cine encontrase su lugar dentro de la sociedad”.

Pereira dos Santos presentó cuatro películas en el Festival de Cannes, otras cuatro en la Berlinale, fue dos veces jurado del Festival de Cine de Moscú y, aparte de premios y reconocimientos, contribuyó a fundar el curso de graduación en Cine de la Universidad Federal Fluminense, donde durante años fue profesor del Instituto de Arte y Comunicación Social.

A continuación presentamos su filmografía completa, con enlaces para obtener más información sobre cada obra:

Varias de sus películas fueron adaptaciones muy logradas de libros de Nelson Rodríguez, Graciliano Ramos, Machado de Asís o Jorge Amado. “Todos estos escritores participaron en mi formación, tengo una relación muy estrecha con ellos y me resulta fácil trabajar sobre sus obras”, le dijo a Martínez Torres en aquella conversación de 1997.

Tal vez por eso su velorio se celebró en la Academia Brasileña de Letras, cerca de su sillón, el número 7.

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