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“Ninguno de los creadores de hoy podría prescindir de los que vinieron antes”. Conversamos con la actriz chilena Antonia Zegers

Entre finales de mayo y a lo largo de junio se celebró en Madrid, París, Berlín y Los Ángeles la Semana del Cine Chileno, una muestra itinerante de diez de las mejores películas realizadas en ese país en los últimos diez años, seleccionadas por diez de los más importantes programadores del cine mundial. En Madrid, las películas fueron presentadas por sus actrices y actores protagonistas: Daniela Vega lo hizo con Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio; Paulina García, con Gloria, también de Lelio; Alfredo Castro, con No, de Pablo Larraín, al lado de Antonia Zegers, quien además presentó El Club, de Larraín, y Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor. En realidad, Antonia Zegers podría haber estado también en la presentación de Una mujer fantástica, haciendo honor a su actuación en cuatro de las diez películas elegidas para la muestra. Dado que hace poco la vimos en la magnífica Los perros, de Marcela Said, y en varias otras películas apoyadas por Ibermedia, la elegimos a ella para conversar sobre el impresionante salto que ha dado el cine chileno en los últimos años, lo cual es una estupenda noticia para la nueva cinematografía iberoamericana en general, tanto en calidad como en número de obras producidas. Si hay alguien cuyo nombre simboliza la madurez que ha alcanzado nuestro cine en todo sentido es Antonia Zegers. Más aun, como si todo esto fuera poco, es un auténtico placer conversar con ella.
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*En la foto superior, Antonia Zegers con Alfredo Castro en Post Mortem, de Pablo Larraín (2010). En la foto del carrusel de la portada, con Gael García Bernal en No, también de Larraín (2012).

Escribe TOÑO ANGULO DANERI

Participas como actriz en cuatro de las diez películas seleccionadas para la Semana de Cine Chileno. ¿Qué te dice eso?

Que he tenido la fortuna de ser parte de un momento que viene gestándose hace más de diez años, de un desarrollo explosivo a nivel de contenido y de creadores, y me siento muy contenta y orgullosa por eso. Quizás es porque… no sólo porque una es buena actriz o no, sino porque una es parte de ese espacio de pensamiento que es más grande que las cuatro o diez películas que se seleccionaron para una muestra. Es un camino que se viene haciendo desde hace tiempo, y es muy potente. En todos los países a los que me toca ir a festivales Chile tiene una presencia relevante, con creadores que tienen un imaginario y obras reconocibles, que están trabajando en otras partes del mundo. Ser parte de eso me llena de felicidad.

Hablando de festivales, algo que se suele repetir en ellos es que la cinematografía chilena es la que más notoriamente ha crecido en Iberoamérica, en calidad y en cantidad. ¿A qué lo atribuyes?

Ninguno de los creadores de hoy podría prescindir de los que vinieron antes. Cuando algo empieza a ir bien uno nunca debería dejar de mirar para atrás porque ahí está la semilla. Hay gente con mucho talento que empezó a trabajar teniendo ya ese espacio de desarrollo; eso tiene que ver con las coproducciones y con que el cine se está haciendo hoy de otra manera. Chile antes estaba muy aislado, y de repente esa cordillera se desinfló en relación con el cine. La mayoría de las películas que ves y que tienen presencia en los festivales son coproducciones, y las coproducciones son muy interesantes porque no es sólo que otro país ponga plata para que tú hagas tu película, sino que pone contenido: opina sobre el guión, opina sobre el corte, y así se genera un diálogo que da universalidad a los trabajos.

Los perros [de Marcela Said], por ejemplo, era una historia sumamente chilena, de un sector muy pequeño de la burguesía chilena, pero había coproductores franceses, argentinos, portugueses, y todos comentaban el guión, el montaje. Eso hace que la historia interpele a mucha más gente.

Con Pablo Larraín, Gael García Bernal y Juan de Dios Larraín, director, actor protagonista y productor de No, respectivamente, en la gala de los Oscar 2013. © Frederic J. Brown / AFP / Cortesía de Getty Images para IMDb.
Con Pablo Larraín, Gael García Bernal y Juan de Dios Larraín, director, actor protagonista y productor de No, respectivamente, en la gala de los Oscar 2013. © Frederic J. Brown / AFP / Cortesía de Getty Images para IMDb.

Las coproducciones son muy interesantes porque no es sólo que otro país ponga plata para que hagas tu película; pone contenido: opina sobre el guión, sobre el corte, genera un diálogo que da universalidad

Lo que dices me parece muy importante, y no deja de ser curioso que nadie hasta hoy haya explicado con esas palabras —al menos para Ibermedia— lo que supone una coproducción.

¡Claro! Parece que es sólo un intercambio económico, y no lo es; también es de contenido, y eso añade riqueza a los trabajos. A mí me parece genial que los argentinos o los franceses opinen.

Sobre esa universalidad que interpela a mucha gente en diferentes partes del mundo recuerdo haberte oído otra metáfora: “abrir otras ventanas”. ¿Es distinto como mira un argentino una película chilena que un espectador europeo?

La belleza que tiene el cine es que yo puedo ver una película iraní, coreana o japonesa y me importa, me cruza, me atraviesa. Ésa es la maravilla del cine, que cuenta historias locales en las que nos conectamos todos.

Jung dice que el inconsciente colectivo es donde todos podemos entrar. Yo puedo ver una película hablada en japonés con subtítulos, en una realidad que no conozco, y humanamente me interpela, soy parte de esa realidad mientras dura la película. Lo mismo pasa con las películas iberoamericanas. Ahí es donde podemos conversar todos. Si yo me puedo conmover con una historia iraní es que puedo conversar con ellos.

Por cierto, quisiera precisar que cuando hablo del cine chileno en ascenso me refiero sobre todo al de ficción. Porque en el documental ustedes siempre han sido muy fuertes.

Y lo seguimos siendo, teniendo circuitos en los festivales de cine, ganando premios con nuevos creadores… Ahí está Maite Alberdi, por ejemplo. Hoy tenemos un documental tan bueno que cinematográficamente rompe todos los mitos de que un documental es más tedioso o aburrido que un película de ficción, porque se hace con muy buenas narraciones, con un desarrollo dramático y hasta un clímax antes del final. Ya no se ve como algo tan separado.

En Los perros, de Marcela Said (2017).
En Los perros, de Marcela Said (2017).

Uno dice Godard y piensa en una obra, en un imaginario, en una manera de narrar, ¡y quieres ver todas sus películas! Hoy en día eso está pasando en Chile

Debutaste en el cine en el 95 con En tu casa a las 8, de Christine Lucas, así que estás por cumplir tus bodas de plata como actriz. Aparte de lo que ya hemos hablado, ¿qué otra cosa dirías que ha cambiado en el cine chileno en los últimos veinticinco años?

La tecnología cambió y se están haciendo muchas más películas. Hacer películas con celuloide era mucho más complejo y caro, así que básicamente la digitalización democratizó el asunto. Y es ahí cuando comienzan a ser necesarios los contenidos. Hacer hoy una película es posible con no tanta plata, así que lo que marcan la diferencia son los contenidos, los imaginarios, los mundos que abren, y creo que ése es el fuerte del cine chileno.

Tienes razón. Quizá la señal de fortaleza más clara de una cinematografía es la apertura, el tocar muchos temas desde diferentes géneros y aportando muchas miradas.

Ya hay cine de autor, y eso es celebrable. Tienes a Matías Bize, que tiene un imaginario, temáticas y estéticas reconocibles. Yo crecí admirando a autores con su obra. Uno dice Godard y piensa en una obra, en un imaginario, en una manera de narrar, ¡y quieres ver todas sus películas! Hoy en día eso está pasando con Matías, con Larraín, con Said, con Lelio: obras potentes con estéticas e imaginarios propios. También está Dominga Sotomayor entrando con un imaginario muy personal. A pesar de que hay intercambios, los imaginarios son muy propios, y eso habla de la madurez de un cine. Hay gente que ya tiene el pulso de cine de autor y eso, en un país tan chico y con tan poco apoyo, es aplaudible.

Justo te lo iba a preguntar: y desde lo institucional, ¿qué ha cambiado?

El Estado no está a la altura de lo que está pasando. Nosotros tenemos un fondo estatal concursable donde participan desde Lelio hasta la niña o el niño que están saliendo de la universidad y quieren hacer su primera película. ¡Concursan en igualdad de condiciones!, lo cual me parece impresentable. También tenemos un fondo de desarrollo de contenidos donde no hay nadie apoyando a la gente que ya tiene obra. No hay nadie diciendo: “Esta gente que nos ha representado internacionalmente y ha permitido que Chile exista más allá del vino necesita apoyo para que los creadores sigan creando, porque es importante para nuestra imagen y para nuestra representatividad en el mundo”. Ésta es la realidad. Las políticas culturales deberían de haber cambiado ya, tendría que ser así.

En Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor (2018).
En Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor (2018).

En registro actoral, el teatro sirve para el cine en la capacidad de entender. Repites un texto durante dos meses antes de estrenar la obra y sabes que lo primero que lees no es lo que vas a transmitir

Algo que me gustó mucho en Los Perros —una película que recae en tu actuación, por cierto, así como en la de Alfredo Castro— es la complejidad moral de los personajes. Tú no dejas de ser la heroína que se enfrenta al poder patriarcal, pero engreída, caprichosa, con todos los melindres de la burguesía chilena.

Si esa película hubiera tenido una heroína, hubiera sido, a mi juicio, una peor película. A mí me encanta Marvel y Capitana Marvel la gocé, pero a nivel de ficción. Lo otro se llama humanidad, y la humanidad es contradictoria y compleja. Es interesante ver a una persona que tiene la posibilidad de ser una heroína y no la toma. De hecho, con la carta que le deja el coronel [Alfredo Castro] ella pudo haber cambiado la historia para mucha gente que no pudo enterrar los cuerpos de sus familiares, y sin embargo la quema.

En eso ustedes también han dado un paso en relación con otras cinematografías iberoamericanas en las que el papel del héroe sigue siendo más convencional.

Si tuviéramos tantos héroes y heroínas no habría tantos desaparecidos. Por seguir hablando de Los perros, eso es lo que estamos levantando: la gente que apoyó la dictadura por detrás, poniendo plata pero “no enterándose”.

Otro acierto que veo en el cine chileno actual es su buen ojo para retratar a la clase alta.

¿Te refieres a…?

Marcela Said, por ejemplo. No sólo Los perros, también su película anterior…

El verano de los peces voladores. También lo hizo en sus documentales I Love Pinochet, Opus Dei. Yo diría que ella lo ha hecho particularmente increíble porque del documental pasa a la ficción. Su primer acercamiento a esta burguesía es a través del documental. Se mete en el conservadurismo y después lo ficciona, pero todo a partir del documental. Esto es muy interesante porque no llega al cliché de la clase alta, sino que entra por la puerta de atrás.

También Larraín, ¿no?, en El Club.

Pero ahí lo suyo es lo pequeño, los sin poder. En El Club son curas pequeños que no le importan a nadie, que están olvidados. No eran los millonarios.

Pienso en otras cinematografías y creo que ninguna le acierta a ese imaginario de la burguesía que sí veo en la chilena. La española no lo hace, por ejemplo, y eso que es una de las más grandes.

Cuesta, porque es muy poco empático. El tedio de la burguesía es muy antipático. Chéjov lo hace muy bien en el teatro, sólo habla de eso.

En El Club, de Pablo Larraín (2015).
En El Club, de Pablo Larraín (2015).

He tenido la fortuna de ser parte de un espacio de pensamiento que viene gestándose hace más de diez años y que es más grande que las diez películas que puedes ver en una muestra de cine chileno contemporáneo

Hablando de Chéjov, has estado haciendo Tío Vania, ¿no?

Sí, el año pasado. Chéjov también le pega el mordisco a ese tedio burgués previo a la revolución; una burguesía acabada, sin contenido, sorda en su hedonismo, con una apatía que permite una revolución. Lo ves en Francia y es lo mismo, por eso entiendes el proceso de Chéjov de mirar atrás.

Cuando se habla de talento en el cine los elogios suelen recaer en directores y guionistas. A mí me gustaría romper una lanza también por las actrices y actores chilenos. Como decías, todos forman parte de un movimiento de renovación general.

Los que hemos venido a la Semana del Cine Chileno, Alfredo [Castro], Paly [Paulina García], Dani [Daniela Vega] y yo, somos los más conocidos. Pero sí, somos muchos.

¿Hay una escuela chilena de actuación?

Los cuatro tenemos formación de teatro. Alfredo es profesor de teatro, Paly es dramaturga y fue profesora de teatro muchos años. Tenemos la base puesta en el teatro. En registro actoral eso no sirve para nada en el cine, pero sí en la capacidad de entender. En el teatro tú tienes un texto que repites durante dos meses antes de estrenar la obra, y eso te sirve para saber que lo primero que lees no es lo que vas a transmitir, tienes que encontrarlo. Es decir, tienes que repetir el texto durante dos meses, cinco días a la semana, dos horas diarias, para encontrar lo que vas a decir en una línea. Como un obrero poniendo o sacando ladrillos. Entender por qué fue escrito el texto, para qué, quién es ese ser humano. Eso toma mucho tiempo, y en el cine no existe ese tiempo.

En ese sentido, nosotros somos como mercenarios: vamos con el imaginario de cada creador y hablando de lo que propone cada película. Un actor es camaleónico no sólo interpretativamente; también ideológicamente hay que entrar en la matriz de otro ser.

¿A quiénes más recomendarías para buscar sus películas?

Hay muchos. Vemos a Marcelo Alonso en Araña, la nueva película de Andrés Wood, pero también sale en El Club, en Tony Manero y en Post mortem. Amparo Noguera en No o en Carne de perro. Alejandro Goic en El Club, Jesús o Tarde para morir joven. Alejandro Sieveking en Los perros. Cata Saavedra, la de La nana.

En Tío Vania, clásico teatral de Chéjov en la versión adaptada por Rafael Gumucio.
En Tío Vania, clásico teatral de Chéjov en la versión adaptada por Rafael Gumucio.

El grito que más me gusta en las marchas feministas es “No es no”. Vivimos juntos, hombres y mujeres, y tenemos que aprender a relacionarnos. Eso sólo se hace conversando, y siento que todavía falta esa conversación

En tiempos del movimiento #MeToo, ¿has sido testigo de casos de acoso?

Si hubiera sido testigo de un caso de acoso por ningún motivo te diría qué caso ni qué pasó. El movimiento #MeToo me parece maravilloso. Pienso en mi hija y digo: qué suerte tiene de que va a ser grande en un momento en el que la mujer va a estar ubicada en otro lugar en muchos aspectos. Pero el peligro del movimiento, a mi juicio, es la farándula, y yo soy muy mala amiga de la farándula, lo he sido toda mi carrera.

El #MeToo parte en Estados Unidos y tiene cosas que son fantásticas y cosas que son complejas, porque a mi modo de ver los movimientos gringos tienden al puritanismo: siempre hay una necesidad de cercar las cosas y no dejar puntos de fuga. Pero hay cierto grado de ambigüedad en las relaciones entre hombres y mujeres, donde las mujeres no siempre somos víctimas, no siempre somos las pobres ingenuas, también somos poderosas. No ver esto es como menospreciar a la mujer, pensar que somos tan frágiles que no podemos decir que no. El grito que más me gusta en las marchas feministas es “No es no”. Eso es un diálogo entre hombres y mujeres. Un espacio de encuentro en el que también me interesa saber cómo se han sentido los hombres al respecto. Vivimos juntos, hombres y mujeres, en este planeta y tenemos que aprender a relacionarnos. Eso sólo se hace conversando, y siento que todavía falta esa conversación.

Más allá de la denuncia, allí donde el #MeToo se ha hecho fuerte se ha producido también una catarsis, un iniciar un proceso de sanación colectiva a través de la palabra. Mi impresión es que eso todavía nos está faltando en Iberoamérica.

No, sí ha habido. En Argentina, mucho, y en Chile, también.

En tu Instagram publicas muchas fotos con tu abuela, y sé también que tienes una fascinación por las mujeres mayores.

Mujeres y hombres mayores. Siempre he tenido una fascinación por los viejos: fui muy amiga de Nicanor Parra, me fui a vivir a Isla Negra porque me enamoré de una vieja de la que no me quería separar y toda mi vida he sido muy cercana a mi abuela. Me interesa la gente que ha vivido, no todo el mundo, claro, pero la gente que es destapada de cabeza y ha pasado noventa años en este planeta me interesa. Todas las culturas antiguas consultaban a los viejos, eso se perdió. Yo tengo todavía esa costumbre y con mi abuela tengo una relación muy intensa y muy cercana.

Ella estuvo ligada a la televisión y al teatro, ¿no?

Sí, mi abuela no estudió, empezó a trabajar muy joven y fue la primera azafata en la primera línea aérea que hubo en Chile. Después estudió teatro, casada y ya con hijos, y de ahí fue productora de televisión y de teatro. Mi primer acercamiento al teatro es de cuando iba con ella a cortar las entradas de una obra de teatro de un actor muy importante chileno que se llama Tomás Vidiella. Era una obra de cabaré, que yo no podía ver y miraba por las cortinas. Mi abuela era una viajera y tremenda mujer.

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