Sea con un cortometraje o con Las herederas, su ópera prima ganadora de dos Osos de Plata en el Festival de Cine de Berlín 2018, el eje imprescindible de las películas de Martinessi es Paraguay. El director cree que el trabajo que realiza es necesario en su país y que no tendría razón de ser en otro lugar del mundo. Conversaciones oídas en su infancia, vivencias cercanas o la oscura política de Paraguay son suficientes para que sienta la necesidad de contar historias a través del cine. El director recibió el Premio al Mejor Cortometraje en la sección Horizontes de la 73ª Muestra Internacional de Arte Cinematográfica de Venecia por La voz perdida, un trabajo sobre los campesinos masacrados en Curuguaty. Ahora, con Las herederas, que recibió apoyo del Programa Ibermedia en Desarrollo (2014) y Coproducción (2015), se centra en la complejidad del universo femenino y lo hace a través de la historia de una mujer mayor que se da cuenta de que el dinero que había heredado se está agotando. La cinta es una coproducción de Paraguay, Brasil, Alemania, Uruguay y Francia, un proyecto de gran magnitud, aunque para Martinessi el desafío es que siga siendo una película pequeña, coherente con su país y con la manera en que entiende su trabajo. En Ibermedia conversamos con él para que nos descubra las convicciones que hay detrás de su cine comprometido.
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Escribe ESTEFANÍA MAGRO
¿De qué trata tu nuevo trabajo, Las herederas, proyecto que ha recibido apoyo del Programa Ibermedia en Desarrollo (2014) y Coproducción (2015), del Torino Film Lab y del World Cinema Found, entre otros?
Las Herederas es la historia de una mujer de buena posición social, que había heredado suficiente dinero como para vivir cómodamente. Pero a sus 60 años se da cuenta de que ese dinero ya no alcanza. Esta nueva realidad altera el equilibrio imaginario en el que vivía y la empuja a transformar un mundo que hasta entonces había permanecido inmóvil.
El largometraje se convirtió en el primer proyecto de Paraguay en ser seleccionado por Cinefondation —La Residence— del Festival de Cannes. ¿Cuál es tu intención con esta película?
Paraguay es una tierra de mujeres. En contraste con una educación y unas formas ‘machistas’, aquí son las mujeres quienes tejen la fibra interna de la sociedad.
A lo largo de este relato, la herencia no tiene que ver sólo con el dinero. Tiene que ver con los valores, las formas, los límites y las restricciones que una mujer siente la obligación de trasmitir de generación en generación, como para perpetuar un sistema irracional. Esas herencias abstractas e ilógicas son con las que algunas mujeres deciden —a veces— romper. Y eso me parece muy atractivo.
Cinematográficamente también me interesa trabajar la complejidad del universo femenino, el women cinema, de autores por los que tengo gran admiración como Fassbinder o Haynes.
Paraguay tiene algo extraño y hermoso, algo que te anuda, que no sé cómo describir. Mis experiencias de vida están muy moldeadas por ese universo, con todas sus contradicciones
¿Dónde nació la idea y el interés de contar esta historia?
Las herederas nació casi por accidente, inspirado en vivencias cercanas, en diálogos que escuché desde mi infancia, y en la forma en que estos momentos que se fijan en la memoria de uno pueden contar una historia más grande, hablar de la sensación de encierro de todo un país. Siento que ése es el relato que en este momento de mi vida yo puedo contar. Cuando me pongo a pensar, honestamente Las herederas no es quizás la película que yo elegiría hacer como ópera prima. Pero, en este caso, la necesidad es más fuerte que el deseo. Hacer Las herederas es un camino inexorable. Puede parecer grande por la cantidad de países y fondos involucrados, pero justamente el desafío es que siga siendo una película pequeña, coherente con Paraguay y con la forma en que vinimos haciendo los cortos.
¿Sabes quiénes van a ser sus actores y actrices protagonistas?
Estoy trabajando ya con los dos primeros personajes, pero seguimos aún en etapa de casting. Y, además, con la forma en que abordamos el proyecto hace que nos demoremos un poco. Reescribo escenas y diálogos en las sesiones ‘de mesa’ donde leemos el guión con actores/actrices que pueden interpretar a cada personaje. En ese sentido es un proceso de construcción colectiva. Un actor que se mete en la piel de un personaje lo hace, necesariamente, desde los lugares que tiene en común con las escenas que interpreta. Y para mí como director es importante descubrir lo que cada actor trae consigo y que puede atravesar la historia de su personaje. Entonces hay un guión sólido como punto de partida, pero la película sólo va tomando forma cuando habita la piel de otros seres humanos, que con talento y sensibilidad pueden sumar su propia historia.
¿Por qué Paraguay es un eje imprescindible de tus obras?
Viví varios años fuera de Paraguay y aún hoy viajo mucho. Pero no me imagino encendiendo una cámara en otro lugar del mundo. Mis experiencias de vida están muy moldeadas por ese universo particular de mi país, con todas sus contradicciones. Paraguay tiene algo extraño y hermoso, que no sé cómo describir, algo que te anuda. Aunque en mi historia reciente con el país hay muchas frustraciones, siento que el trabajo que hago aquí es necesario y que no tendría razón de ser en otro lugar del mundo.
¿Cómo ves el cine paraguayo y a los nuevos cineastas? ¿Qué aporta esta nueva generación?
No podemos hablar de cine paraguayo sin entender lo que han significado las décadas de oscuridad. Los 60 años de un mismo partido de gobierno, con fuerte presencia militar, que han devastado todo, incluso las ideas, convirtiendo al Paraguay en uno de los países más conservadores, corruptos y desiguales del mundo. Así como las consecuencias de ese periodo siguen marcando la vida política del país, las consecuencias culturales son aún muy difíciles de superar. Paraguay ha estado prácticamente ausente de la corriente de cine político o de denuncia, que tuvo un momento importante en los sesenta y los setenta en América Latina, y que ha sido vital para moldear el futuro de la narración audiovisual de nuestra región. Aparte de El pueblo (Carlos Saguier, 1969), y un puñado de obras más, el cine en el país es un fenómeno reciente.
Siento que hoy hay toda una generación diversa y ansiosa por contar historias. Eso es muy valioso, porque está acompañado de un trabajo organizado, de colaboración para crear condiciones y políticas públicas que puedan beneficiar al sector. En este momento particular va a ser importante defender esas conquistas y dar pasos adelante con un cine que sea memoria y futuro. Tenemos una sociedad todavía fascinada por la posibilidad de mirarse al espejo de la pantalla cinematográfica. El desafío es lograr que esa mirada sea reflexiva, crítica y coherente con nuestra historia.
La herederas puede parecer grande por la cantidad de países y fondos involucrados, pero justamente el desafío es que siga siendo una película pequeña, coherente con Paraguay
Tu cortometraje La voz perdida, que participó en su etapa de desarrollo en el Berlinale DocStation, ha conseguido el premio a Mejor Cortometraje en la sección Horizontes de la Muestra Internacional de Arte Cinematográfica de Venecia. ¿Cómo viviste el premio?
Fue inesperado, pero muy importante. Por un lado, para un cine emergente como el de Paraguay. Pero, por otro lado, para dar fuerza al testimonio de una mujer campesina que nos contó de esa lucha por su familia y su historia. Mi deseo ahora es que este reconocimiento sea un eco para La voz perdida y que ayude a traer justicia a una causa que es herida abierta en el pasado reciente de mi país.
¿Qué nos puedes contar de este trabajo?
La voz perdida es un cortometraje de 11 minutos. Muchas de las decisiones estéticas y narrativas tienen que ver con los materiales con que disponía. Y por el camino fui hallando un sentido que, más allá de lo práctico, le dio un lenguaje propio al corto. Tenía por un lado las imágenes de un trabajo de ficción fallido y, por otro, el sonido de un proyecto documental en desarrollo, acerca de la masacre de Curuguaty. La voz perdida nace de una colisión entre de ambos. Noté que había algunos puntos en común y decidí sentarme un fin de semana a hacer pruebas de montaje. Pero me quedé allí editando unos cinco meses (casi todas las noches y algunos fines de semana) hasta conseguir que ambos proyectos se hablen, que se digan algo. Fue un proceso muy intenso, en alguna medida, guiado por ese sentimiento feroz de impotencia ante tanta injusticia que hay hoy en Paraguay, donde se acaba de condenar a penas de hasta 35 años a gente inocente. Para quienes no lo sepan, en Curuguaty se dio una matanza provocada, en el año 2012, y que formó parte de una oscura agenda política que siguió días después con un golpe de Estado parlamentario.
La voz que teje la narrativa del corto es la de una mujer cuya familia ha sido destrozada a raíz de esa masacre. Fue un proceso de acercamiento que se dio de forma lenta y muy respetuosa. La entrevista se grabó una madrugada, entre las 3 y media y las 5 de la mañana, tomando mate junto al fuego, en una atmósfera muy especial. Hay que tener en cuenta que la gente de Curuguaty había estado sobreexpuesta a los medios y, en muchos casos, ya tenía un discurso armado. Algunas veces alrededor de su militancia, otras en torno a una genuina necesidad de defenderse. Y había también discursos moldeados por el miedo. El desafío era ir más allá, llegar a un lugar más profundo.
Por otro lado, ¿qué tal fue tu experiencia como fundador y director de la TV Pública Paraguay (2010-2012)?
Fuimos un equipo de fundadores, de gente vinculada al cine y a la comunicación en general, que nos juntamos convocados por el nuevo gobierno que asumió en el 2008 y que genuinamente deseaba crear un espacio público en la televisión. Me tocó estar en la dirección del canal hasta junio del 2012. Lo que allí se intentó hacer es dar visibilidad a los sectores históricamente invisibles a los medios… Y ahora que pienso, quizás La voz perdida sea una continuación de ese proceso, pero con otras formas.
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