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Manuel Pérez Estremera y su correspondencia inacabada con Arturo Ripstein

Nuestro querido Manuel Pérez Estremera fue director del Festival de San Sebastián dos años consecutivos, 1993 y 1994. Los mismos en los que un grande del cine mexicano y latinoamericano como Arturo Ripstein conquistaba a la crítica europea, principalmente española y francesa, y estremecía al público en sus butacas con historias situadas en el cruce entre la desmesura del melodrama y la desolación de la tragedia.

No por nada desde 1985 había formado dúo con la escritora Paz Alicia Garciadiego, quien a partir de entonces se iba a convertir en guionista de casi todas sus películas. Con su primera colaboración, El imperio de la fortuna (1986), Ripstein obtiene un nuevo premio en San Sebastián (antes había ganado el Premio Especial del Jurado con El lugar sin límites, 1978, novela homónima de José Donoso adaptada para el cine por José Emilio Pacheco, Manuel Puig, Donoso y el propio Ripstein), otro en el Festival de La Habana y arrasan en los Premios Ariel de México.

Pocos años después, el dúo alcanzó la consagración internacional con Principio y fin (1993): 18 premios en los festivales más importantes, incluida la Concha de Oro en San Sebastián, el Gran Coral y otros tres premios en La Habana, tres más en el Festival des 3 Continents de Nantes, Francia, otro en el Festival de San Diego, California, y así.

De tanto cruzarse y admirarse mutuamente, Pérez Estremera acabó por hacerse amigo de Ripstein y Garciadiego. En estas cartas que publicamos a modo de homenaje, tomadas de su libro Correspondencia inacabada con Arturo Ripstein (Festival de Huesca, 1995), se nota su profundo conocimiento del cine de Ripstein en particular y su gran amor por el cine latinoamericano en general.

La ubicación temporal de estas cartas son esos años, por lo que también se mencionan otras películas del dúo director-guionista como La mujer del puerto (1991), La reina de la noche (1994) y la adaptación de la novela homónima de Gabriel García Márquez El coronel no tiene quien le escriba (1999), que entonces era todavía un proyecto. Ripstein también hace alusión a su padre, el productor Alfredo Ripstein Jr., y Manolo Pérez Estremera lo hace de otros cineastas mexicanos fundamentales como Felipe Cazals o Paul Leduc.

 

Estimados Paz Alicia y Arturo:

Ya son las doce de la noche y no sé si me dará tiempo a terminar esta carta, pero al menos la empezaré.

Realmente con El imperio de la fortuna empiezan bastantes cosas: la relación personal y laboral con Paz Alicia Garciadiego, una gran etapa de perfección y depuración narrativa, y, sobre todo, una precisión y un sentimiento para abordar unos personajes que en su similitud (marginales, humillados, autoculpables, feroces en su desesperación y entrañables en su desolación) y su particularidad (mexicanos hundidos o que se hunden en las clases más bajas y desfavorecidas urbanas) acceden a lo universal, a ofrecer una especie de imagen especular de la condición humana y los sentimientos primarios y fundamentales que la mueven.

[…]

Y surge en 1991 una película que tuvo graves problemas con el coproductor norteamericano, que los conflictos de derechos y propiedad intelectual mantuvieron prácticamente sin estrenar, que pasó por el Festival de Cannes sin que nadie le hiciese demasiado caso y que, desde mi punto de vista, es la mejor película de Arturo. No es otra cosa que el remake de un clásico del cine mexicano: La mujer del puerto.

La síntesis, la depuración, la sordidez en estado puro (la sordidez que todo y todos llevamos dentro cuando nos atrevemos a desnudarnos). Perla es la joven vedette de un cabaret de puerto. Tomasa, su madre, no duda en prostituirla al tiempo que procura alejarla de su amistad con un marinero. Un aborto, un incesto y un suicidio marcarán los hitos de este trío brutal mientras Carmelo, un viejo cantante, sueña con un burdel idílico.

En un metraje exacto, con una concisión y riqueza narrativa perfectas, todo lo mejor del cine de Arturo se da cita en esta película. Película, por otra parte, acusada de salvaje, excesiva. Yo creo que la calle del melodrama se os queda pequeña. Volvéis a la esquina sin piedad y llegáis a los vertederos del ser humano más claros y precisos. Los seres al límite dando todo por conseguir su «algo», exprimiéndose y destruyéndose hasta el paroxismo no son, por supuesto, un espectáculo divertido. Pero sí apasionante.

Sigue la tradición de los guiones de Paz Alicia: enriquecimiento de situaciones, poder de síntesis, definición de personajes con un trazo o una actitud, tensión exacta de la narración, pero todo eso, en La mujer del puerto, encuentra la máxima respuesta de dirección. Para mi gusto podría preferir lo sugerente de un guión como El imperio de la fortuna, o el perfecto ensamblaje de cómo entremezclar las historia que subyacen en Principio y fin; ahora bien, el resultado, la película, es insuperable en este remake de la vieja obra de Arcady Boytler (de 1933, por cierto), aquí se llega a la superación total del género al ser sus personajes no el juguete sino el motor de la historia. El ser humano, en la fuerza de su miseria, crea la narración, no se deja utilizar por ella.

Ya estamos en el sexenio de Salinas de Gortari, con Ignacio Durán en la dirección del IMCINE, pero, vuelta a los orígenes, quien encabeza la producción de la siguiente película, Principio y fin, es como en los inicios: papá Ripstein, don Alfredo. O se dio cuenta del estado de gracia de Arturo con La mujer del puerto, o Arturo supo ser convincente, o el fantástico guión de Paz Alicia sobre la novela del egipcio Naguib Mahfouz surtió sus efectos; en cualquier caso, como en Tiempo de morir, Alfredo Ripstein Jr produce a su hijo Arturo Ripstein.

Ya estamos en 1993, el triunfo en San Sebastián. Al fin la Concha de Oro, el reencuentro, el reconocimiento por parte de un público y una crítica a una gran película, un gran director y una gran guionista. ¡Quién lo iba a decir que desde Benalmádena, desde que conocí a Paz Alicia —perdóname, no recuerdo si fue en San Sebastián 86 o antes, en México DF— íbamos al final a encontrarnos en San Sebastián y con la Concha de Oro por medio! En fin, todo es posible en la región más transparente.

Arturo Ripstein con Robert Mitchum y el iraní Dariush Mehrjui, con quien ganó ex aequo la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de 1993. © Kutxateka de la Kutxa Fundazioa.

 

Vuelve con Principio y fin la visión de la familia, la ferocidad de su mecánica interna, el aprendizaje de la maldad y la destrucción que comporta. El castillo de la pureza se da la vuelta como un calcetín. Afuera es feo y adentro te empujan con violencia hacia fuera.

Como ya decía en otra carta, Arturo, dentro de la vida desgraciada del cine latinoamericano en España, eres un privilegiado. Entre la crítica, la prensa y los aficionados al buen cine no tendría nada que explicar sobre tus tres últimos años de trabajo y las dos películas que has hecho. Tu trabajo ha triunfado, se ha estrenado, ha gustado. De todas formas, no confiarse, no son éxitos de gran público; cualquier día te dirán que te repites, cuidado, hay que seguir vigilante y peleando cada película. También el siguiente trabajo, ya en 1994, La reina de la noche, se estrena en España. Va a concurso al Festival de Cannes donde, aunque la atención esté en Pulp Fiction, sí se fija el público y la crítica en ella. Demasiado dura, dicen algunos; en fin, parece que no os conocen.

Sí quería recordar, hablando de La reina de la noche, a esa magnífica actriz que es Patricia Reyes Spíndola. No es sólo La reina de la noche, es La mujer del puerto y es, para quien recuerde San Sebastián 85 y su pase por televisión (nunca se estrenó en salas de España), Los motivos de Luz, de Felipe Cazals. Su interpretación de la cantante Lucha Reyes es impresionante y vuelve con ella, «la reina de la noche», ese nudo en la garganta que muchos personajes de tus películas, de vuestras películas, han conseguido cerrar a veces con demasiada fuerza. Esa vida, que físicamente se escapa por la boca al cantar o al beber, vuelve a definir a un personaje cargado por el peso de su familia, de sus deseos incumplidos, de sus contradicciones. Quiere a su madre, pero su madre la destroza; se compra una hija, pero la conforma en la angustia; quiere a un hombre, pero se enamora de una mujer. Está muy bien, como dice la sinopsis, precisar que no es una biografía literal, sino una biografía sentimental de Lucha Reyes. Pobre reina de la noche.

Bueno, más películas de Arturo Ripstein todavía no hay, pero sí querría recordar o puntualizar algunas cosas y, ahora mismo, no me apetece. Escribiré otra carta mañana o pasado.

Besos y abrazos para los dos,

M. P. E.

Manuel Pérez Estremera con Paul Leduc en el Rencontres de Toulouse 1991. © Cinélatino.

 

Querido Manolo:

Se acerca ya el final del resto de nuestra conversación y esto está marcado realmente por el final de mi filmografía. La memoria ya no es tan distante, los tiempos son más inmediatos, la presencia de mis cinco últimas películas está más cerca de mis ojos y de mi piel que las anteriores. No tengo que adivinar tanto el cine que he hecho en los últimos años —los últimos diez con Paz Alicia Garciadiego—, lo tengo más presente. Evidentemente tú también, gracias a tus minuciosos, a tus cariñosos, a tus entrañables comentarios de nuestras películas.

[…]

Llegamos entonces a Principio y fin, brincándonos el asunto La mujer del puerto, porque es una película que aún no termina de existir. Lo comentamos en la siguiente carta.

Principio y fin es una película que no es que mi padre, el viejo loco, desquiciado y adorable que es mi padre, decide hacerla porque cree y confía en que yo me volví un buen director después de tantos años. No es una película que se le ocurre hacer porque quiere retirarse después de haber estado muchísimos años retirado, y retirarse nuevamente con una película diferente de las que había hecho toda su vida, una película con otras miras, y otro presupuesto intelectual. Es un capricho que me cuesta un trabajo terrible acceder a hacer, pero finalmente, y gracias a los entusiasmos ajenos y al contagio de los entusiasmos, a la entereza y la existencia de Paz Alicia, la película se concreta sobre todo porque la historia nos encanta. Bueno, pero por supuesto eso no tiene nada que ver con lo que estamos diciendo. Eso es lateral. La historia a mí me gusta muchísimo, gracias a lo cual yo se la regalo a mi papá para que la vea y decida comprar la película. Yo lo que hago ahora es trabajar con él porque no quiero pelearme una vez más con un productor, eso me cuesta mucho trabajo. Me costó años volver a que mi padre fuera mi padre y no un productor, y no quería regresar a eso.

Ahora agradezco mucho que haya comprado los derechos y haya hecho la película porque creo que es un hermoso guión y una hermosa novela.

Sintetiza por supuesto muchas de las necesidades y obsesiones de mis películas y de mis personajes y, por supuesto, a resultas de un hermoso guión, una vez más, de Paz Alicia Garciadiego, que no me da absolutamente ninguna pena decirlo a pesar de que la tengo delante; uno tiende a hablar bien a espaldas de los otros, en este caso es directamente frente a ella. Es un hermoso guión, y gracias a la contumacia del viejo productor, que a como dé lugar quiere hacer la película, es que finalmente existe, y es mucho.

¿Qué puedo decir de ella más que darme por entusiasmado?

Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego retratados recientemente en Madrid. © Festival de Cine de Madrid.

 

Paz Alicia Garciadiego: Además, es una película que trata sobre la culpa, tema que a los dos nos interesaba muchísimo. Le encontrábamos paralelos o metáforas bíblicas a cada momento, que hacían que cobrara una dimensión mucho mayor que su propio argumento. Por lo menos se las encontrábamos nosotros. No sé si fueron plasmadas sobre todo en el personaje de Gabriel, que era una especie de Cristo negro obligado a actuar en la destrucción de una familia, los Botero. Es un personaje fascinante, el manejo de la culpa de un Cristo enrevesado, de un Mesías atormentado; le daba a una historia melodramática un tinte trágico, la posibilidad de manejarnos en dos géneros, lo que era francamente un reto.

Arturo Ripstein: Es una película hecha en largos planos y espacios muy breves. Y una vez más son personajes al borde de su demencia y de su fuerza última. Una vez más es el lado oscuro de las tripas de las instituciones, las antípodas de los valores llevados a cabo como pendón de la sociedad.

Es una película hecha con planos secuencias que de alguna manera significan para mí la afirmación de la mirada a la materialización del tiempo. El tiempo que se vuelve tragedia. El último plano de la película lo sintetiza. Es una secuencia filmada sorprendentemente por Claudio Rocha, el camarógrafo, y su operador Guillermo Granillo, que tiene lugar en cuatro planos físicos, que son los los cuatro pisos que tiene que subir el personaje para su singular ascenso —que no descenso— a los infiernos que lleva a su tragedia. Es un plano filmado por la cámara al hombro que lleva un rollo de mil pies y no de cuatrocientos, como suele ser en esos casos. El operador subió ciento veinticuatro escalones; de alguna manera consistió en una operación militar y de precisiones rigurosas para lograr uno de los planos más complicados que he filmado nunca, y uno de los probablemente mejor resueltos de mi carrera. Es un plano que transforma, y esto me llena de orgullo, un melodrama rotundo y feroz y vengativo en una tragedia cristalina y peligrosa. De alguna manera sintetiza lo que es el cine para mí, y es producto de un accidente. Es un plano que se tuvo que hacer en sustitución de otro que funcionarios obtusos y enfebrecidos no nos permitieron filmar en el subterráneo de la ciudad de México. Y tuvimos entonces —gracias a la chispa de Paz Alicia Garciadiego— que sustituir por estos baños donde convergen la carnalidad y el deseo y el misterio de los personajes.

Por supuesto recuerdo con entusiasmo la Concha de Oro de San Sebastián, y para mí, España siempre ha sido un oasis en un desierto de incomprensión y rechazo. Hablo principalmente de mi propio país, donde es tan difícil salir adelante con el trabajo que uno hace. Este país, con la mirada siempre puesta en el extranjero, hace que nosotros, los cineastas de una cierta ambición, terminemos siendo extranjeros en nuestra propia patria.

[…]

Vamos, después de este entusiasmo sentimental, a La reina de la noche para pasar finalmente a La mujer del puerto. Pero eso te lo dejo para la próxima carta.

Te mando abrazos, Manolo, y te manda muchos cariños Paz Alicia.

Recibe nuestro entusiasmo y hasta la vuelta.

A. R.

Pérez Estremera con Sergio Muñiz y Alberto García Ferrer en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba. © EICTV.

 

Estimado Arturo:

Volvemos a hablar de San Sebastián, mal que te pese. Al fin y al cabo, es una ciudad preciosa, se come genial, hay buena gente y buenos amigos por allá. En San Sebastián 94 coincidieron muchas cosas: tú y Paz Alicia, tú como jurado del festival, La mujer del puerto y La reina de la noche en la programación. No digamos en el 93. La Concha de Oro y un singular encuentro que, perdonadme cada uno, me alegró que se produjese aunque os hiciese maldita la gracia. Tú, Felipe Cazals y Paul Leduc. Para mí sois tres grandes amigos y me habéis enseñado un poco, cada uno a su manera y en su momento, las miserias y las maravillas del cine mexicano; y, además, la inestimable sensación de amistad.

No lo puedo remediar, perdón otra vez, pero tus cinco últimas películas, que en otra carta te comentaba que me parecían un repoker de ases, siempre, por una cosa u otra, las veo ligadas a San Sebastián.

Bueno, ¿qué nos va a deparar el porvenir? Cuando este mes de marzo nos vimos en Guadalajara, Jalisco (aclaración muy necesaria en España), andabais el inseparable dúo con una historia ya escrita a lo Honeymoon killers, pero a la mexicana, a lo Paz Alicia. ¿Cómo va eso?

También me contaste en gran secreto que habías hablado con García Márquez, vuelta a los principios, y preparabas una versión de El coronel no tiene quien le escriba. Lo cuento en esta carta que verá la luz pública porque, a pesar del secreto con que me lo contaste, lo leí a los quince días en un periódico de Madrid. Espero que rompáis tanta bobada como se ha dicho y hecho a propósito del realismo mágico, y que esa estupenda historia os permita, con vuestro poder de síntesis, llegar una vez más al triste, sórdido y loco realismo latinoamericano.

A pesar de que sólo con cuatro copas y entre muy amigos de la profesión me gusta hablar de eso que pomposamente se llama sintaxis cinematográfica, he de reconocer que es un tema que me apasiona. Como habrás visto en las cartas, he recordado con frecuencia comentarios sobre el tema. Creo que, cada una a su manera, La mujer del puerto y Principio y fin depuran al máximo tu estilo de narrar desde distintas metodologías que imponen las propias historias, los personajes, los guiones. Hablando en términos de boxeo —deporte que ignoro si desprecias o admiras—, la primera sería una película más de pegador, de golpe seco, el jab de izquierda siempre listo, siempre tocando, a corte, duro, a terminar con el contrario por la vía rápida. La segunda tiene más de estilista, dominas la pelea desde el centro del ring, envuelves sin moverte aparentemente o te mueves sólo para fijar al contrario y, cuando está en la tela de la araña, darle el golpe. Los golpes precisos para ir minando la resistencia, manejando la pelea a los puntos sin sufrir mucho castigo. No te creas que vas a filosofar tú solo sobre el estilo narrativo. Y, te advierto, no pienso explicar ni una palabra sobre estos símiles boxísticos.

Recordando nuestro encuentro en Guadalajara durante la muestra de cine mexicano, te diré que la impresión que yo tenía en 1994 sobre la situación de vuestro cine quedó bastante difuminada tras ver la grave problemática actual. Habían llegado bastantes directores y directoras jóvenes con interés a realizar sus trabajos en ese sexenio que finalizó en el 94 y, aunque algunos veteranos como Felipe Cazals o Paul Leduc andaban medio retirados, se percibía una cierta vitalidad. Con los catastróficos inicios políticos y económicos del sexenio Zedillo me dio la impresión de que la escasez de dinero va a volver a colocar al cine mexicano contra las cuerdas. No sería una novedad, pero es triste seguir a saltos y sin continuidad. Tú ya estás acostumbrado al bajo presupuesto y a pelear cada película peso a peso. En fin, que haya suerte.

Arturo Ripstein con el productor Manuel Barbachano en el Festival de San Sebastian 1978, donde su película El lugar sin límites ganó el Premio Especial del Jurado. © Kutxateka de la Kutxa Fundazioa.

Bueno, para lo parco que soy hablando y escribiendo, creo que me he excedido bastante. Espero que el encuentro en Huesca 95 con ustedes dos, con los grandes amigos del festival y con alguno de vuestros amigos de por acá nos sirva a todos para coger fuerzas y seguir nuestras particulares batallas cinematográficas.

Un gran abrazo para ti y para Paz Alicia, y felicidades, pues, por si no lo sabes, estás cumpliendo tu treinta aniversario como director de cine.

Con todo mi cariño,

M. P. E.

Madrid, 5 de mayo de 1995

 

Crédito de la foto superior: Manuel Pérez Estremera con Marisa Paredes en el Festival de San Sebastián 1987. © Kutxateka de la Kutxa Fundazioa.

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