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LOS LOGROS DEL CINE VENEZOLANO. PRIMERA PARTE

Hace unas semanas estuvo en España Juan Carlos Lossada, el presidente del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) de Venezuela. Primero viajó al Festival de San Sebastián, cuyo máximo galardón, la Concha de Oro, había ganado en 2013 la película Pelo Malo dirigida por la directora venezolana Mariana Rondón, y después a Madrid para participar en el conversatorio Los logros del cine venezolano, celebrado en el Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela en España. Aquí transcribimos la primera parte de la charla que dio en dicho conversatorio, un repaso de la historia del cine de su país y, sobre todo, una explicación de por qué hoy por hoy la cinematografía venezolana es una de las más dinámicas y prometedoras de América Latina.

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Por JUAN CARLOS LOSSADA

Venezuela inauguró su cine el 28 de enero de 1897 con algunas películas que se presentaron en Maracaibo, en el mítico Teatro Baralt, y desde entonces ha vivido distintas etapas. Etapas que incluyen la participación de un gran creador venezolano, el maestro Rómulo Gallegos, el autor de Doña Bárbara. Me gusta decir que él fue uno de nuestros primeros cineastas, porque creo que describe bien ese rol: un hombre o una mujer sensible que se interesa por muchas cosas, por el mundo, y no sólo una persona que sabe manejar un encuadre ni sabe fotografiar. Rómulo Gallegos hizo una película, Juan de la calle, en 1942, y de alguna manera por ahí se van desarrollando nuestros derroteros, que permitieron, por ejemplo, que Margot Benacerraf trajera a Venezuela el Premio Internacional de la Crítica del Festival de Cannes en 1959 con Araya. En esa misma década surgió otro gran maestro nuestro que fue Román Chalbaud, un hombre venido del teatro, que hizo del cine su obra, su compromiso, su pasión y su vida.

Posteriormente vienen los 60, con todo lo que significó esa década en todo el planeta. No fue distinto en Venezuela, un país convulso en el que se instalaba un proceso con muchas esperanzas, con la promesa de una democracia, pero en el ámbito del cine el país no pudo encontrar los apoyos necesarios para que éste se desarrollara. Aun así surgieron algunas iniciativas para promover proyectos de una ley de cine, de tal manera que en 1966 surgían los primeros intentos para tener un marco legal que creara una cierta estabilidad y consiguiera también unos fondos para estimular este arte colectivo que, por entonces, no pasaba de algunas películas nacidas de la singular audacia y el arrojo de algunos de estos grandes que he mencionado antes.

Luego tuvimos a un muy combativo Edmundo Aray, que formó parte de esas luchas por reivindicar el derecho a tener un cine propio, un cine nacional. En los años 70 tuvimos de verdad un cine venezolano que surgió con aquella gran película, que fue una adaptación, por cierto, de la literatura: Cuando quiero llorar no lloro, de Miguel Otero Silva, dirigida por Mauricio Walerstein. De ahí llegó la década de los 80, conocida como la Época de Oro, porque se dieron los mayores registros de audiencia para el cine venezolano. Así fueron los años ’84, ’85, ’86, ’87, hasta que vivimos el ocaso que ya anunciaba una época difícil para el mundo, en especial para América Latina y no sólo para Venezuela: la fatídica década de los 90, cuando los Estados debían mantener ciertos compromisos mínimos con la cultura y en cambio la adopción de unas políticas neoliberales echaron al traste la ilusión de unos proyectos cinematográficos muy importantes que habían tenido mucho éxito.

Entre 1990 y 1999, juntando a todos los espectadores que tuvo todo el cine venezolano durante esos diez años, no llegamos a 3,5 millones. En cambio, en los primeros nueve meses de este año, ya estamos cerca de los 4 millones

Esto también me gusta decirlo: en 1986, de las diez películas más vistas en mi país, seis fueron venezolanas. Y el año anterior habían sido tres o cuatro, y el siguiente fueron tres o cuatro también. Y esto tiene que ver —yo lo creo así— con la necesidad de los pueblos de mirarse, de reconocerse, de verse reflejados. Pero todo eso quedó trunco, y nosotros nos sentimos en deuda con esa época que realmente representó una oportunidad.

Entre 1990 y 1999, juntando a todos los espectadores que tuvo todo el cine venezolano durante esos diez años, no llegamos a 3,5 millones. En cambio, en los primeros nueve meses de este año, ya estamos cerca de los 4 millones. Es decir que en los tres primeros tres trimestres de un solo año hemos superado toda una década. Por eso a la década de los 90 se le llama la Década Perdida, en la que yo creo que no sólo se perdió tiempo, sino sobre todo ciertas brújulas, ciertas orientaciones. Y ojalá que eso nunca más vuelva a pasar en Venezuela ni en ningún país. No lo merecen los pueblos, no lo merecen las culturas, no lo merecen los ciudadanos.

En 1994 se crea la Ley de Cine, una Ley que crea el CNAC, y ocurrió una cosa; el episodio está registrado en un libro publicado por el gran cineasta argentino Octavio Getino: el entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, recibió un memorándum escrito por el chairman de la Motion Picture Association of America que decía más o menos lo siguiente: “Su Excelencia, hemos sabido que se gestiona en el Congreso de su país un proyecto legislativo por el cual los intereses de la corporación que represento se verían gravemente comprometidos, como comprometidos se verían también las relaciones comerciales entre nuestros países si tal proyecto de ley progresara y se sancionara”. Como resultado de eso se produjo una negociación entre los diputados de entonces y se suprimió el artículo que creaba los impuestos necesarios para que las grandes corporaciones de la distribución y producción de cine de Hollywood contribuyeran con una pequeña cuota de sus ingentes ganancias a la producción de cine local.

En el año 2005, en nuestra nueva Asamblea Nacional, logramos reformar esa Ley de Cine. Por cierto, remarco que esa reforma se aprobó no sólo con los votos de la bancada del partido de gobierno, sino que gozó de una absoluta unanimidad. Con la reforma se creó el Fondo de Promoción de Financiamiento del Cine, y así, desde el 2005, el cine venezolano no ha parado de crecer a partir de un marco legal con unas condiciones extraordinarias.

Siento que hemos dejado de hacer películas para pasar a construir una cinematografía, invirtiendo en formación, preservación, distribución… Una cinematografía no se consigue sólo con fondos que se otorgan para que los directores o realizadores puedan hacer películas

Venezuela es de los pocos países en el mundo que tiene no sólo una cuota de pantalla de obligatorio cumplimiento para los exhibidores, sino también una cuota de distribución. Cada distribuidor que opere en Venezuela debe destinar al menos el 20% de su portafolio al cine nacional, y cuando no hay suficiente obra nacional, ésta debe suplirse con películas latinoamericanas. De tal manera que nuestra Ley de Cine consagra prácticamente la homologación del cine latinoamericano con el venezolana, y es algo en lo que creemos profundamente, porque ninguno de nuestros países va a resolver el asunto de los imaginarios si no nos reconocemos en una unidad cultural, en una unidad mucho más grande de la que está contenida en nuestros territorios nacionales.

Así se establecen seis impuestos —el de las televisiones de suscripción por cable, las televisiones en abierto, las productoras cinematográficas, los distribuidores de cine, los distribuidores de video y alguna otra contribución que se me escapa— y forman un gran fondo administrado por el CNAC que, junto con los recursos de presupuesto público que se nos asigna en la Asamblea Nacional, nos permite invertir en cine como lo venimos haciendo hasta ahora.

Siento que hemos dejado de hacer películas para pasar a construir una cinematografía. Es decir, reconocer que una cinematografía no se consigue sólo con fondos que se otorgan para que los directores o realizadores puedan hacer películas, sino que hay que invertir permanentemente en formación, preservación, distribución… Y se están haciendo estas inversiones.

El año pasado, Venezuela tuvo el honor de recibir por primera vez en 61 años el premio de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián con la película Pelo Malo, dirigida por Mariana Rondón. Todos ustedes lo vieron. Esta película tuvo un presupuesto de producción que corresponde a la media de casi todas las películas que se hacen ahora, es decir, entre el 70 y el 80% que son cubiertos por los fondos anuales del Programa Permanente de Fomento Cinematográfico Venezolano. Estos fondos han servido no sólo para mantener activas las generaciones que fundamos el cine en Venezuela, sino también para las generaciones intermedias y para trazar nuevos cauces a las nuevas generaciones que se están abriendo camino. Ustedes han podido ver que buena parte de las películas venezolanas que han ganado premios internacionales son primeras realizaciones de directores o directoras. De esta forma se configura una situación realmente multidimensional, en la que no sólo se incrementa el número de películas, sino que también hay un número cada vez mayor de gentes que se van incorporando a la producción cinematográfica.

El año 2013, además de ganar la Concha de Oro, el cine venezolano ganó otros 69 premios. Es decir que, fuera de Venezuela, el cine venezolano ganó 70 premios internacionales el año pasado. Y esos premios estuvieron distribuidos en 28 títulos, por lo que nos honra mucho decir que otras 27 películas aparte de Pelo Malo fueron galardonadas internacionalmente en distintos festivales. El cine nuestro participó en un total de 180 festivales. Y esto ocurrió el año pasado. Este año podemos decir complacidos que, a día de hoy, la participación ha aumentado a 194 festivales. Con lo cual el récord del año pasado ya ha sido superado.

Cada distribuidor que opere en Venezuela debe destinar al menos el 20% de su portafolio al cine nacional, y cuando no hay suficiente obra nacional, ésta debe suplirse con películas latinoamericanas

Para que tengan ustedes idea, el año pasado estrenamos 21 películas, mientras que en la década anterior estábamos estrenando dos o tres, o ninguna. Sí, hubo un par de años en los que no hubo ninguna película venezolana en la cartelera. Más aun, hace once años, eso representaba el 0,3% de la audiencia total de todo el cine visto en Venezuela. A día de hoy es el 15,25%. El incremento ha sido progresivo. Dos años atrás había aumentado un 5%, el año anterior un 4%… Quiero decir que la audiencia viene creciendo así como vienen creciendo las películas que se están estrenando.

Cada vez más nuestro público está queriendo ver más cine venezolano. Hasta la fecha hemos estrenado 17 largometrajes y tenemos algunos otros, 10 o 12, por estrenarse en el último trimestre. En general podemos decir que estamos estrenado una película cada viernes. Esto significa también que hemos tenido que mover buena parte de la programación de este año para el año que viene porque no hemos querido estrenar dos títulos nacionales en un mismo día; ya es bastante la competencia… No hay prisa. Habrá también 52 semanas en el año 2015, 52 viernes, así que ya tendremos tiempo para estrenar esas 20 películas que íbamos a tener este año.

Hay mucho cine en Venezuela, y mucha alegría de un país que se ve reflejado allí y que quiere cada vez más.

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