Entre perro y lobo, el tercer largometraje de la cineasta española Irene Gutiérrez, se interna en las boscosas montañas de Sierra Maestra para narrar el día a día de Estebita, Miguel y Santana, tres excombatientes cubanos de la guerra de Angola que todavía se entrenan para defender la Revolución allí donde haga falta.
Como dice Gutiérrez en esta entrevista a la que también se sumó la productora cubana del filme, Viana González, “queríamos abordar este conflicto como una excusa para hablar de cómo un cuerpo, es decir, cómo una generación de cuerpos luchó y trabajó exclusivamente desde el deber hacia la Revolución”. Una forma estar en el mundo y de entregar los mejores años de sus vidas —y estar dispuestos a entregar sus vidas— que los convierte en “una estirpe en extinción”.
La película ha sido seleccionada para la sección Panorama del Festival Internacional de Cine de Shanghái 2020 que se celebrará del 25 de julio al 2 de agosto y se proyectará el domingo 26 en el Cathay Theatre, el jueves 30 en el Tianshan Cinema del Hongqiao Art Centre y el domingo 2 de agosto en el SFC Cinema World de la moderna y cosmopolita ciudad de la costa central de China.
El título Entre perro y lobo remite a la expresión francesa “entre chien et loup” que se vale de la débil luz del atardecer para ofrecernos la metáfora de lo que no acaba de ser lo uno ni lo otro, ni día ni noche. Trasladado al universo de la película, es el limbo espacio-temporal y emocional en el que viven los protagonistas: un hoy que en cierto modo es también un ayer, soldados y campesinos, héroes y personajes dramáticos, creyentes de la Revolución y en parte olvidados por ella.
Después de su muy aplaudido documental Hotel Nueva Isla (codirigido con Javier Labrador), con el que ganó seis premios internacionales en festivales como el de New Orleans y el Cine Las Américas de Austin en Estados Unidos, el de Jeounju en Corea del Sur o el DocsDF de México, la directora enmarca su nuevo trabajo en la categoría de docuficción, género híbrido que en su caso nace del documental tradicional con entrevistas pero no teme recrear física, actoralmente las historias contadas porque “la palabra no da” para hacerlo con un sentido cabal de la justicia y la verdad de los hechos narrados.
Entre perro y lobo es una coproducción entre Cuba y España (Autonauta Films, El Viaje Films, Blond Indian Films) que recibió la ayuda de Ibermedia a la Coproducción en la Convocatoria 2016 y tuvo su estreno en la 70ª edición del Festival Internacional de Cine de Berlín que se celebró entre febrero y marzo de este año.
Pocos días antes de viajar a la Berlinale, Irene Gutiérrez y Viana González se dieron tiempo para charlar con nosotros en una librería-café de Madrid. Por cierto, en la transcripción de la entrevista sólo se señalan las intervenciones de Viana y cuando Irene retoma la conversación. En los demás casos, las respuesta son de Irene, directora de la película y, lógicamente, protagonista de esta conversación.
Escribe TOÑO ANGULO DANERI
Cineasta española con dos largometrajes, y los dos hechos en Cuba. ¿Cómo así?
Estudié en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, ahí creamos una familia de hacer cine que dura hasta hoy. La mitad del equipo de esta película pertenece allí, la otra mitad pertenece a la Televisión Serrana de Cuba. Años después de graduarme en la EICTV regresé como coordinadora de cátedra de Documental, desde donde también creamos el máster en cine documental junto a Lola Mayo.
Cuba tiene elementos que me fascinan: por un lado, es históricamente muy rica y, por el otro, es un país en el que el espacio público es privado y viceversa. Allí las historias están más a la mano en un primer nivel; después no, hay que excavar; pero en un primer estrato todo está accesible de una manera muy espontánea. Caminar por sus calles tan llenas de vida hace que te surjan millones de ideas. En Hotel Nueva Isla, la arquitectura nos brindó la gran clave de la película, que es trabajar en esa Habana que se está abriendo al turismo desde un lugar que se está derrumbando. Quisimos plasmar cinematográficamente la coexistencia de estos dos mundos tan cercanos, pero tangencialmente opuestos.
Cuba es un lugar de paradojas donde lo dramático y lo cómico conviven de la mano, donde lo nuevo y lo viejo están en conflicto. Para mí es un país que permite el despliegue de la paradoja, que es la mejor materia prima para el cine: lo que no es bueno ni malo, blanco o negro. A nivel personal a veces ha sido más mi primera casa que lo que puede ser mi país. Cuba y la Escuela de cine de San Antonio de los Baños.
Sierra Maestra es el mejor lugar para filmar del mundo: la montaña, el aire, el cielo, la noche, los sonidos… Yo lo amo, desprende una fuerza que no te da la ciudad
Hasta Entre perro y lobo, tu trabajo estaba enfocado al documental. ¿Cómo das el salto a la docuficción?
De una manera muy natural. Entre perro y lobo empezó como un proyecto documental, con una investigación de cinco años. En un primer momento, estaba concebido como un documental con entrevistas, de un tono naturalista, pero nos dimos cuenta —Viana estuvo desde el principio— de que la palabra no daba para contar la historia. El testimonio se agota pronto, está sesgado por las versiones, el recuerdo, el discurso oficial… Sin embargo, la fisicidad, los cuerpos de estos hombres, contaban muchas más cosas de lo que podían contar sus palabras. Además de ello, la guerra de Angola como tema podía ser llevado hacia otros lugares mucho más amplios que el propio hecho histórico, esto es, hasta lo que no hace mucho significó hacer revolución (y exportarla), o hacia lo que puede ser el retrato de una forma de estar en el mundo que se ha perdido: el ofrecerse por completo a una causa común que está por encima de los anhelos individuales. De todo ello quería hablar, siempre desde la propia masculinidad, por ello la intervención cubana en la Guerra de Angola es sólo la punta del iceberg. Queríamos abordar este conflicto más bien como una excusa para hablar de cómo un cuerpo, es decir, cómo una generación de cuerpos luchó y trabajó exclusivamente desde el deber hacia la Revolución. Esos cuerpos siguen estando alertas, se entrenan, son fuertes y, aunque sean maduros, siguen estando a disposición por si hiciera falta. Esa corporeidad siempre lista para cumplir, dada a una causa (la guerra de la Independencia primero, luego el alzamiento de los barbudos, Angola o Etiopía después), heroica y dramática a la vez, sólo se podía tratar a través de sus entrenamientos. Como ellos no entrenan todos los días, hicimos la simulación del viaje de forma que la historia fuera contada desde los cuerpos que se despliegan. A partir de ahí la solución cinemática fue situarlos en un mismo nivel que el paisaje, de manera que cinematográficamente rostro y figura fuesen un solo elemento.
Con lo cual, de una manera casi espontánea estábamos haciendo lo que se llama docuficción, una película híbrida. Ellos son excombatientes, sus testimonios son reales, los entrenamientos son reales (y creados por ellos), las crisis que ocurren durante el rodaje son reales, y todo ese bagaje que tienen es real, pero en su día a día ellos son campesinos que cultivan café.
Cuba es históricamente muy rica y es un país en el que el espacio público es privado y viceversa. Allí las historias están más a la mano en un primer nivel; después no
Hay un momento en que Estebita aparece hablando a la cámara y, efectivamente, parece una entrevista de documental. Te lo iba a preguntar, pero ya has adelantado la respuesta.
Viana González: Ese testimonio, y todos los testimonios, son reales. Las conversaciones sobre el estrés mental de Miguel también son reales. Todo.
¿Ese metraje estaba dentro del documental inicial y luego se ha montado como ficción?
No, todo se hizo a la vez. Me parecía que algunas de las entrevistas realizadas durante la investigación debían recuperarse para la película, por eso las repetí. Yo quería que estuvieran ahí no como entrevistas, sino como una especie de confesiones a cámara, y la manera de recuperar esos testimonios era saltándome el formato tradicional de entrevistas y colándolas en mitad de las situaciones, en aquellos momentos en los que el viaje y el propio ascenso a la montaña iba ayudando a sacar estos capítulos más traumáticos de su experiencia en el frente.
Es la magia del rodaje, de estar en marcha, del caminar, de andar siempre atentos, pues cuando estábamos filmando, ¡de repente aparecía una historia! Eso sólo fue posible gracias al juego físico: cuanto más recreaban la guerra, más reconectaban con sus recuerdos. Fue encarnando la propia historia, simulando y entrenando de nuevo, que ellos empezaron a corporeizar sus memorias de la guerra y a expresarlas también a través de la palabra.
Aunque parezcan románticos, ingenuos, quijotes contemporáneos…, estos hombres son irrepetibles. es un regalo que podamos congelarlos en esta película como un tesoro del que aprender
Es un mundo muy masculino. Fue otra cosa que me llamó la atención; recordé que en Hotel Nueva Isla el protagonista también era otro cuerpo masculino y mayor, Jorge, que vive en la parte alta y derruida del hotel. ¿El universo que te fascina es así, esencialmente masculino?
A Angola fueron muchas mujeres, pero el grueso fueron hombres: 380.000 cubanos en total. Por supuesto hay otro punto de vista muy interesante: el de las madres, novias, hermanas y/o esposas que esperaban las noticias, los comunicados de la radio o las cartas… Pero en este caso yo quería trabajar desde lo masculino. Con Jorge también fue así, no por nada en especial, sino porque queríamos hacer la película con él, pues era él quien no quería abandonar el hotel frente a la inevitable marcha de todos los otros. Tengo que añadir que mi tercer largo va a ser con personajes femeninos, ya tengo el título.
¿Se puede saber?
Sí, se va a llamar Orfeo en la frontera.
Para mí, la masculinidad tiene una cuestión importante, y es que a los hombres también se les piden muchas cosas para estar en este mundo. La lucha de un hombre es también dura; en el caso concreto de Cuba los hombres tenían un mandato, que era contemplar la Revolución en términos militares. También hubo mujeres cubanas en Angola, mujeres militares; de seguro que, para aquellas que esperaban en la isla, quizá la situación era aún peor, pues quien espera siempre lo vive de otra manera, incluso sufre más. Durante la investigación, entrevisté a madres y hermanas de excombatientes, uno de ellos muerto en el frente. Son historias muy duras. Es otro punto de vista también muy relevante.
Por otro lado, para mí es hermoso ver cómo estos hombres, que ya son mayores, siguen trabajando esa fuerza física que les da la labor en el campo. Esa fisicidad caribeña que tienen los cubanos es hermosa, tanto de hombres como de mujeres, su conciencia y uso del cuerpo.
Viana: Los veteranos de Angola en su mayoría son hombres. Hay mujeres que han estado allí, pero la guerra en general es así, muy masculina. Eso lo ves desde los trabajadores de la EICTV que estuvieron en el frente, en ese espacio más chiquito, y es exponencial en el resto del país.
Irene: Así es, porque este proyecto surge desde que estudiaba en la EICTV en 2003. Empecé a entrevistar a excombatientes que habían ido a la guerra y que forman parte de la plantilla de la Escuela: profesores, bedeles, custodios, personal del huerto… Hablé con ellos y después las entrevistas se extendieron a los pueblos de alrededor, a La Habana, y un día dije: me voy de nuevo a la Sierra. Así supe que la Sierra Maestra, donde fui por primera vez en ese año para hacer un ejercicio como estudiante de la cátedra documental, iba a ser la localización de esta película.
En palabras de Santana: “Si me dicen que tengo que irme de nuevo a Angola, tardo dos minutos en hacer la mochila, que fue como me la enseñaron a hacer”. Eso lo dice de verdad
Entre perro y lobo viene del francés “entre chien et loup” que se refiere a la luz mortecina del atardecer, ese momento que ya no es día pero tampoco noche, y por lo tanto también a todo lo que está en el limbo impreciso entre dos cosas. Estebita, Miguel y Santana son eso, ¿no? Personajes desubicados, pero no en el espacio geográfico, sino, al igual que Jorge de Hotel…, desubicados en el tiempo. Como si su hoy fuese al mismo tiempo un ayer lejano.
Es algo que tiene que ver con Cuba. En Cuba hay un cruce de los tiempos. Cuba es aún paradigma de consignas revolucionarias a la par que vanguardia en otras cosas. Por ejemplo, a nivel cultural, muchos artistas jóvenes cubanos están en la vanguardia en moda, artes visuales, cine, música, danza, tanto adentro como afuera de la isla. En ese cruce de los tiempos se encuentran nuestros tres protagonistas, que pertenecen a una era en la que debías defender la patria con tu cuerpo, con tu vida. Eso ya no existe. Si hay una guerra hoy, será con drones, armas químicas o tecnológicas y no nos vamos a enterar. Me parece inevitable trabajar sobre esta forma de estar en el mundo que se acaba, pero que queda intacta hoy en estas montañas de Cuba, y que allí aún es genuina y verdadera.
Si hay algo a resaltar de todos estos hombres es que, si les volvieran a llamar, si tuvieran que defender la Revolución en donde sea, lo harían otra vez. En palabras de Alberto [Santana]: “Si a mí me dicen que tengo que irme de nuevo a Angola, tardo dos minutos en hacer la mochila, que fue como me la enseñaron a hacer, y voy”. Eso lo dice de verdad, es una estirpe en extinción. Esa autenticidad y esa forma de estar, de otro tiempo, hace que yo me rinda a ellos. Es algo que trasciende la política. Esto se ha perdido y ya no se repite. Para mí es un regalo que hayan hecho Entre perro y lobo, que podamos congelarlos en esta película como paradigma del limbo espacio-temporal que puede ser Cuba, pues inevitablemente morirán y no quedarán más como ellos. Es un tesoro del que aprender: aunque parezcan románticos, ingenuos, quijotes contemporáneos o seres absolutamente trasnochados, ellos son irrepetibles. Ahí está su valor.
Viana: Sobre esta percepción del tiempo también está la cuestión de la propia atemporalidad del espacio en que se mueven. Siempre fue como un juego decir que estamos en un paisaje que les recordaba Angola y jugar con esa atemporalidad de no saber en qué momento estamos viendo a estas personas, ni en qué lugar. Es un estado mental, y creo que eso está logrado en la película.
Irene: Hay que remarcar una cosa: estamos fuera del tiempo, pero no tanto. El padre de uno de los veteranos que no sale en la película pero que fue nuestro chofer y guía en todo el proceso de investigación, Gerónimo, al cual además pertenecen las fotos de archivo que salen por ahí, estuvo junto al Ché. Su papá era quien le llevaba el correo secreto a los rebeldes: lo mataron en una emboscada y lo tiraron por el monte. Una de las escuelas secundarias del pueblo lleva su nombre. Estos hombres, y los padres de estos hombres, tienen la vida marcada por unas escaramuzas que para ellos son hechos absolutamente recientes. Para ellos todo esto es aún algo vivo, son la segunda generación de la Revolución. El padre de Estebita estuvo también en el Escambray. Tanto él como otros excombatientes de ambas generaciones comparten protagonismo en una de las secuencias de la película.
El testimonio se agota pronto, está sesgado por el recuerdo… los cuerpos de estos hombres contaban muchas más cosas de lo que podían contar sus palabras
Cuando uno como espectador-no-cubano escucha a los personajes repetir los versos de Brecht recitados por Silvio Rodríguez antes de Sueño con serpientes (“Hay hombres que luchan un día y son buenos…”) y luego oye la famosa carta de despedida del Ché leída por Fidel Castro, suena efectivamente quijotesco. Ahora entiendo que no hay nada más auténtico en ellos que esto que hoy a tanta gente nos parece de otro tiempo.
Otro ejemplo: a Miguel, cuando tenía 18 años y le comunicaron que tenía que ir de misión a Angola, se cruzó de madrugada en el camino con su padre, que venía a caballo. Cuando le cuenta que debe marcharse al país africano y que puede que no regrese, el padre ni se bajó del caballo, tan sólo le dijo: “Hijo, cumple con tu deber”. ¡Lo mismo no volvía a verlo! Para su padre, él ya había cumplido con el deber de su generación y en ese momento le tocaba el relevo a su hijo.
Por otro lado, las últimas tropas cubanas volvieron de Angola en el año 90, coincidiendo con el Período Especial. Para nosotros, que vivimos en ciudades europeas, nos parece un hecho histórico lejano, pero para esta generación de cubanos y para los africanos que estaban en proceso de descolonización, no lo es en absoluto.
Esta oratoria, esos discursos, por supuesto ya no existen. Y aunque sabemos que pueden llevar al error, oyendo a los políticos de hoy siento que falta algo de esa poesía en la política actual.
Yo sentía lo mismo, pero con tristeza. Como si tu película fuese en el fondo una memoria triste de la Revolución: lo que un día fue, no será.
La película se extrapola más allá de Cuba, piensa en el estado de la izquierda en todo el mundo. Creo que ellos son un resquicio puro de algo que en un momento fue verdadero. ¿Dónde está la izquierda hoy en Europa, dónde está en el importantísimo tema de la inmigración y los refugiados? Vemos a Estados Unidos y a su gobierno, a Brasil y a Bolsonaro, al Brexit, a todos los gobiernos neoliberales de Latinoamérica y de Europa, y entonces sí, hay una memoria triste de la Revolución y de la izquierda, pero también sabemos que se están rearmando otras formas de resistencia desde el movimiento feminista, indígena y/o ecologista, porque hace falta, porque el neoliberalismo lo está arrasando todo. Los protagonistas de la película hicieron lo que supieron y pudieron, y pienso que nosotros no estamos en el derecho de juzgarlos ni criticarlos, porque ellos fueron los que estuvieron en el frente durante los mejores años de su juventud y no nosotros. Más bien nos toca recordar lo que hicieron y sacarlos de su olvido. Creo que hay que salir de la tristeza, que es el camino fácil (cualquier tiempo pasado fue mejor) y reconfigurar todo esto desde las nuevas formas de resistencia.
el cine sirve también para remediar, para contar la historia desde otro lugar, para señalar que esas personas siguen ahí, y que su historia es digna y heroica hasta el día de hoy
La resistencia: he ahí otra metáfora de la película.
Es verdad que hay muchos claroscuros en la intervención cubana en Angola, pero hizo posible no sólo la liberación de ese país y de Namibia, sino el fin del Apartheid en África. Recordemos que la política del Apartheid iba a ser expandida desde Sudáfrica hacia el norte con la ayuda militar y económica de Estados Unidos, y fue Mandela quien llegó directamente a Cuba y le dio las gracias a Fidel por haber ayudado interviniendo en Angola. Quiero decir: sí que hubo logros de la Revolución en ese sentido, aunque es cierto que el precio se pagó fue muy alto, sobre todo para estos hombres que estuvieron allí y para los que no regresaron.
Dicen que si a Angola llegas hablando castellano lo primero que te van a preguntar es si eres cubano.
Ellos aprendieron español para entender las canciones de Benny Moré. De hecho, si buscas música angoleña de los años 70, 80 y principios de los 90, está mezclada con son cubano porque había una fascinación por Cuba que vino de ahí.
No hay muchas cinematografías que se atreven a tocar el tema de los veteranos de guerra, ¿no? Curiosamente, sí el cine estadounidense, donde casi cada guerra en la que se han metido cuenta con una o varias películas sobre la reinserción de los veteranos en la vida civil: Vietnam, Corea, Irak…
En Cuba es un tema delicado, porque son muchos. ¿De qué manera puede un país como Cuba ayudar a 380.000 veteranos y sus familias? Ten en cuenta que para la cifra que es, hubo relativamente pocos muertos. Cuba no tenía como estrategia atacar, sino enseñar técnicas de entrenamiento y quedarse en la retaguardia intentando no poner en peligro la vida de sus combatientes. Pero cuando regresaron, evidentemente no estaban bien. Algunos aún tienen secuelas psíquicas y físicas, por no hablar del tema económico. Fue una guerra muy violenta, la última de la Guerra Fría. Nadie predijo las consecuencias. Creo que el cine sirve también para remediar, para contar la historia desde otro lugar, para señalar que esas personas siguen ahí, que están vivas, existen, y que su historia es digna y heroica hasta el día de hoy. Quizá la película sirva para mostrar el tema como un problema abierto, el del olvido de estos excombatientes.
Viana: Yo creo que la realidad es así: los veteranos están olvidados, y no sólo los que están en Sierra Maestra, sino los muchísimos que viven en la capital. A algunos les ha ido mejor que a otros, pero no porque al regresar los apoyaran de alguna manera. Es un tema complejo en Cuba. Además, tengo la sensación de que estos veteranos de la película son especiales, porque no todos mantienen sus ideales intactos. Hay personas que no piensan igual, que sienten que su esfuerzo no fue compensado: son la otra cara. Pero la intención de la película no es ésa. Lo que nos interesaba es que, a pesar de todo, estos hombres siguen ahí como si fuese el primer día, y eso es lo especial y bonito en ellos.
La montaña estaba con nosotros. El último día de rodaje, para el último plano, dijimos “toma única”, y así fue: justo al momento empezó a llover de forma apocalíptica
¿Cómo fue la experiencia de rodar en Sierra Maestra?
Rodar ahí es un gran valor añadido a la producción, pero no fue fácil, es un lugar complejo. Una vez que conseguimos el permiso de rodaje, el reto fue afrontar las jornadas en función de incluir el cansancio físico real a la cronología de lo que podía ir apareciendo. Es decir, trabajamos con la geografía a favor: que su huella en nuestro cansancio y en nuestros cuerpos hiciera aflorar todas esas historias de las que hemos hablado, porque para acceder a los lugares que teníamos que filmar había que caminar previamente varias horas. Las mulas llevaban los equipos y nosotros íbamos a pie, y en esas caminatas trabajábamos en sobre el plan que teníamos, o modulábamos y cambiábamos sobre la marcha. Lo que hacíamos era cumplir con el plan de rodaje, pero variábamos también en función de cómo estaban los estados de animo y de lo que el espacio nos daba. Así, fuimos haciendo un rodaje bastante horizontal en el que todos poníamos en común lo que se iba a hacer en ese viaje hacia ningún lugar, que era el ascenso a la montaña pero que en realidad fue también un viaje hacia sus memorias y, en cierta manera, hacia nosotros mismos.
Viana: La Sierra es una zona militar, así que filmar ahí implica un montón de permisos. Para eso contamos con la Televisión Serrana, que siempre fue una institución que apoyó el proyecto y a Irene desde que iba allí investigar y escribir. Una vez ahí es como entrar en un espacio que te pide meterte y adaptarte a su dinámica. Lo que recuerdo es que nosotros caminábamos muchísimo, con mulas, caballos, cruzando ríos y trillos arriba y abajo. Éramos un equipo chiquito, de once personas. No nos funcionaba filmar a toda hora porque todo era exterior, y exterior en Cuba quiere decir calor, sol. Pero ahí estábamos, fuimos a los lugares a los que queríamos ir, todos juntos, en una caravana que se convirtió en familia.
¿Cuánto duró el rodaje?
Dos meses.
Dos meses internados en Sierra Maestra, ¡qué lujo!
Sí, es el mejor lugar para filmar del mundo: la montaña, el aire, el cielo, la noche, los sonidos… Yo lo amo, desprende una fuerza que no te da la ciudad. Es un espacio cargado de una energía muy especial, viva, que hace que todo aflore de una manera limpia e inmediata.
A pesar de los inconvenientes físicos, todo se acopló de una forma increíble. Si necesitábamos lluvia, llovía; teníamos unas tomas para las que necesitábamos sombras, aparecía la nube y después se iba; cuando necesitamos a un perro, apareció Campeón; el perro iba, volvía ¡y se quedaba en el cuadro en el que necesitábamos que estuviera!
Viana: ¡Fue el mejor actor!
Irene: La montaña estaba con nosotros. Cuando le pedimos permiso nos dimos cuenta de que ya nos lo había dado. De hecho, el último día de rodaje, para el último plano, el cielo estaba muy cargado, y allí cuando llueve, llueve tanto que se pueden mojar los equipos a pesar de tener todas las capas del mundo. Dijimos “toma única”, y así fue: se acabó el rodaje y justo al momento empezó a llover de forma apocalíptica.
Viana: La gente de Sierra Maestra también es muy amable, muy abierta. La naturaleza humana de la Sierra es muy especial y fue lo que permitió que todo se diera así. Es una manera de producir muy guerrillera, de aquí y de ahora, y las cosas sucedían bien.
Irene: Las personas del pueblo y las aldeas aledañas te ofrecían jugos y frutas para el calor, todos te hacían sentir que apoyaban el rodaje a lo largo del camino. La película era un evento en la zona y todos estaban en disposición de que saliera bien.
Fue un rodaje en el que todos poníamos en común lo que se iba a hacer en ese viaje hacia ningún lugar, que fue también hacia sus memorias y, en cierta manera, hacia nosotros mismos
Que hayan rodado en Sierra Maestra también contrasta con la mayor parte del cine latinoamericano actual, demasiado capitalino en mi opinión. ¿Fue tu intención, Irene, salir del escenario habitual de La Habana asociado al cine cubano?
Era la intención, porque después de hacer Hotel Nueva Isla quería hacer todo distinto: irme al monte, trabajar con más de un protagonista y filmar en exteriores cámara en mano. Quería salir de la zona de confort y afrontar nuevos retos, abrirme a otros problemas de puesta en cuadro distinto a los que, junto con Javier Labrador, iban surgiendo en nuestra primera película.
Por otro lado, sí que se han hecho cosas allí, la mayoría realizada por la Televisión Serrana, cortometrajes documentales. También el largometraje de ficción Al borde del río, de Rigoberto Jiménez.
Viana: También se hacen cortos documentales con estudiantes de segundo año de la cátedra de Documental de la EICTV.
En la cinematografía cubana, por lo menos ahora, se está intentando salir de la ciudad y de los temas netamente urbanos. Son sobre todo cineastas de otras provincias que están regresando a sus lugares de origen, lo cual me parece que habla también de que se quiere regresar a un cine que no sea solamente citadino.
Irene: Nosotros tenemos el ejemplo de Alejandro Alonso y Lisandra López, que son directores y guionistas de Pinar del Río que están levantando proyectos en su lugar de origen con la idea de cartografiar la isla desde otros lugares que no sean el malecón habanero o el Capitolio, porque ni siquiera es toda La Habana la que aparece en las películas urbanas cubanas. Hay una voluntad expresa de hacer eso, y creo que debemos echarle un ojo a estos cineastas talentosos que están trabajando desde otras geografías y que están dando de qué hablar.
Viana: El documental es el que se abre más a explorar otros lugares, porque también pienso en un montón de cineastas de provincias que están haciendo cosas en este género, o desde la forma del cortometraje, con presupuestos más fáciles de levantar.
Irene: La cuestión de la financiación es siempre complicada. Nosotros le estaremos siempre muy agradecidos Ibermedia, porque fue la llave que abrió las otras puertas. Fue la primera ayuda que nos dieron, que es la más difícil —la primera y la última son las más difíciles—. Entre perro y lobo es una película con muchos apoyos que tampoco se hubiera podido hacer sin la ayuda de la Televisión Serrana y la población de San Pablo de Yao, el apoyo institucional del ICAIC y la Asociación de Combatientes Cubanos, sin la financiación de Ibermedia, sin la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, sin los fondos del ICAA o Tribeca, sin la colaboración del FONA y de RTV Canaria, y sin muchos premios colaterales de pitching y laboratorios de desarrollo que hemos obtenido, además de estancias artísticas como la McDowell Colony en New Hampshire, que me ofreció tiempo y recursos para poder escribir sin tener que trabajar, lo cual para mí es un lujo. A todos ellos, así como al equipo humano, familiares y amigos de esta película, les damos las gracias.