El reconocido músico y compositor cubano Sergio Vitier, hijo de la poetisa Fina García Marruz y del escritor Cintio Vitier, falleció el pasado 1 de mayo en La Habana, a los 68 años, a causa de un accidente cerebrovascular. Premio Nacional de la Música 2014, destacó en la elaboración de bandas sonoras para el cine de la isla, entre ellas, las de los filmes Capablanca, del cineasta Manuel Herrera, El brigadista, de Octavio Cortázar, Caravana, de Rogelio París; y Roble de olor, de Rigoberto López, entre otras. Desaparece uno de los grandes cultivadores de la mejor música cubana que supo integrar, con una profundidad y sencillez asombrosa, su cultura con los ritmos españoles y africanos.
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Primogénito de una pareja que ha dejado una honda huella en la cultura cubana. Sus padres eran la poetisa Fina García Marruz y el escritor y también violinista Cintio Vitier, ambos destacados representantes del movimiento origenista que cautivó a la filósofa española María Zambrano. Además, uno de sus tíos era el famoso poeta Eliseo Diego y otro Felipe Dulzaides, destacado jazzista y formador de intérpretes en sus agrupaciones. Y es hermano de José María Vitier, otro nombre imprescindible en la vida musical insular.
Vitier comenzó sus estudios de guitarra con Elías Barreiro e Isaac Nicola. Una enseñanza que completó junto a Leo Brouwer, Federico Smtih, José Loyola y Roberto Valera. Algo que quedó reflejado en la mezcla de estilos y tendencias, que recogió en sus composiciones, todas ellas ligadas a la identidad cubana.
En 1968 fundó el grupo Oru, con músicos de la talla de Jesús Pérez, Guillermo Barreto, Merceditas Valdés y Orlando López, Cachaíto, con quienes exploró las esencias y límites de la música negra en su simbiosis con los ritmos populares cubanos y otros géneros, algo que también hizo como compositor de música culta, en la que introdujo células rítmicas de origen yorubá fusionadas con la guitarra española. “El ritmo no tiene que ver solo con la fiesta y con el baile. Puede ser dramático, tener otra interpretación”, decía.
Entre sus trabajos más recordados está el que desarrolló como autor e intérprete junto al Grupo de Experimentación Sonora del Icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), que existió entre 1969 y 1977 y se caracterizó por la búsqueda de nuevos sonidos y el rigor técnico y artístico. Una etapa que consideró “una escuela” para su “formación musical, humana y cultural en general” donde “confluyeron varias tendencias estéticas y diversos talentos”.
Vitier compuso más de 50 bandas sonoras para películas, espectáculos de ballet, teatro y producciones televisivas. En el séptimo arte destacan las partituras que realizó para filmes como De cierta manera (1974), La tierra y el cielo (1976), El brigadista (1977), Capablanca (1987), Caravana (1990) y Roble de olor (2002), entre otros.
Su registro discográfico lo integran títulos como Cuerdas cubanas y la placa Nuestra canción, que grabó junto a Martha Valdés, además del disco Concierto habanero, dedicado a la música sinfónica.
Vitier cosechó numerosos galardones, como el Premio Egrem 1997 con el disco Homenajes, el Cubadisco 2000 por la placa Travesía (1999), un reconocimiento que repitió en 2001 con el disco Nuestra canción. Y en 2014 logró el Premio Nacional de Música.
En su disco Cruce de caminos (2014) reunió a excelentes músicos como el pianista Ernán López-Nussa, el saxofonista Javier Zalba y el tresero Pancho Amat. En las piezas recogidas la percusión desempeñó un papel protagónico, lo que confirmó el juicio de Leo Brouwer sobre la música de Vitier que “inserta siempre un elemento de lo afrocubano ritual que no aparece de manera colorista; no es interpolación, no es la fuerza que se convierte en dato exótico”.
Al hablar de su creación artística y el reconocimiento que recibió del público, Vitier aseguraba que si en algún momento había alcanzado “el éxito o la fama”, siempre recordaba “una frase del poeta alemán Rainer Maria Rilke, que decía que la fama no era más que una suma de malentendidos alrededor de una persona”.
Y sobre su concepción del arte sonoro dijo: “La música tiene un componente académico, indispensable para componer y ejecutar un instrumento, pero ese aprendizaje no basta. Si quieres ser músico de verdad, tienen que abrir tus poros y el corazón a la experiencia y la intuición humanas, quiero decir a la cultura y a la sensibilidad”.