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Abner Benaim habla de ‘Invasión’ y de la mala memoria colectiva panameña

El documental Invasión recupera la memoria colectiva de Panamá sobre lo que ocurrió el 20 de diciembre de 1989, cuando Estados Unidos invadió el país con el propósito (según palabras del presidente George Bush padre) de capturar al general Manuel Antonio Noriega, entonces presidente de Panamá, al que previamente había acusado de narcotráfico. La película, firmada por el director panameño Abner Benaim, recibió ayuda del Programa Ibermedia para su coproducción y desarrollo, y acaba de ser seleccionada para el próximo Festival de Cine de Cartagena (FICCI) que se realizará del 11 al 17 de marzo en Cartagena, Colombia. Antes ya ganó los premios a la Mejor Película y Mejor Documental de América Central y del Caribe del Festival Internacional de Cine de Panamá.

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El cineasta panameño Abner Benaim escarba en Invasión un acontecimiento aparentemente olvidado por buena parte de los panameños: la invasión de Estados Unidos a su país en la madrugada del 20 de diciembre de 1989. Han pasado más de 25 años desde que 27.000 marines estadounidenses tomaron las calles de la capital por orden del presidente George Bush padre y, según Benaim, muchos panameños han borrado de sus recuerdos esa imagen vergonzosa, así como la del fuego y las bombas cayendo sobre el barrio de El Chorrillo, donde se encontraba el cuartel central del general Manuel Noriega, un antiguo colaborador de la CIA y por entonces gobernante de facto de Panamá, que había sido acusado de narcotráfico por la justicia estadounidense.

Ese día cayeron las bombas suficientes para arrasarlo todo. No se sabe la cifra exacta de cuántas personas murieron o fueron directamente asesinadas, muchas de ellas calcinadas. Benaim habla de una amnesia colectiva, de un deseo de vivir en un lugar idealizado donde todo está bien y nada malo pasa, donde poco tiene que ver lo que ocurrió en El Chorrillo con los actuales rascacielos de Panamá.

Es la primera vez que este episodio de la historia contemporánea americana se lleva al cine. Pero Benaim sabe que su documental, coproducido por su país y Argentina, no cuenta todo lo que ocurrió, no podría hacerlo: en sus palabras, se trata de un trabajo incompleto, parcial, en el que sólo es posible mostrar una versión de los hechos basada en los testimonios de quienes lo vivieron. Un retazo de la historia real de la invasión.

El Programa Ibermedia presenta la entrevista que el diario La Prensa de Panamá le hizo a finales del año pasado al productor, director y guionista panameño Abner Benaim con motivo del estreno de la película en su país.

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En una escena de Invasión, un grupo de jóvenes alemanes no sabía nada de la invasión a Panamá. ¿Cómo te lo explicas?

Quien se propuso reducir la importancia del evento y tratar de que se viese como algo intrascendente que desapareciera de la historia, en gran parte lo logró. Este esfuerzo arrancó desde la operación militar en sí y la manera en que se limitó la información de la prensa, que fue prácticamente encerrada en bases militares. Esto fue antes de la era de internet, y era mucho más fácil controlar la información. En el caso de la invasión fueron ambas partes, Estados Unidos y Panamá, que por razones diferentes guardaron silencio y enterraron el caso, así que por supuesto el resto del mundo también.

El asunto se pone más grave cuando en otra secuencia les preguntas a jóvenes panameños sobre la invasión, y tampoco saben mucho

He hablado con jóvenes y con amigos maestros de escuela, y es impresionante lo poco que saben los jóvenes de la invasión. Es responsabilidad tanto de las escuelas como de los padres contar nuestra historia reciente. La invasión fue hace 25 años —que en un contexto histórico es como decir ayer— y ya no se recuerda, no se analiza, no se integra a nuestra identidad. Eso dice mucho de cómo los panameños manejamos nuestra historia, habla de una amnesia colectiva, de un deseo de vivir en un lugar idealizado donde está todo bien y nada malo pasa.

En medio de una invasión se dio un saqueo. ¿Por qué?

No es la primera ni la última vez que una acción armada viene acompañada de saqueos. Lo que fue distinto en Panamá es que no se hizo nada al respecto. El saqueo prácticamente duró hasta que no quedaba más nada que saquear, sin ser controlado, pues por parte de Panamá ya no había policía y las tropas estadounidenses optaron por permitirlo, quizás como táctica para que la ciudadanía soltara un poco de presión.

¿O una manera de dejar de lado la invasión?

Es algo peculiar cómo el saqueo quedó posicionado en la memoria colectiva dentro de la narrativa de la invasión. Si preguntas sobre la invasión hoy día, mucha gente te habla sólo del saqueo y no de todo lo demás que sucedió. Quedó grabado como uno de los eventos primordiales de lo sucedido aquí en 1989.

¿Esperabas que más de una fuente tuviera su propia versión de un mismo suceso, como la invasión?

Sí, eso era parte de lo que estábamos buscando y es justamente porque la gente tiene diferentes ideas sobre lo que sucedió. Si fuera una historia ya masticada, digerida y consensuada, no tendría mucho sentido hablar de ella. Hoy las diferencias de opinión son interesantes, pero más intrigante aún es cuando las diferencias son en cuanto a los hechos que se dieron. Aún sigue vivo el deseo de cada jugador de imponer su versión de los hechos como la verdad.

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¿No es increíble que tantos lustros después el tema no haya sido objeto de un largometraje?

Es increíble, el tema merece mucho para hablar y pensar. Y la obra artística ayudaría a procesar el trauma colectivo que supone “la invasión”. En otros países de la región un evento de tal impacto, como la invasión, hubiese generado muchísima obra. Uno esperaría que hubiese decenas de películas, libros, obras teatrales, etc. Un amigo después de ver Invasión en el Festival de Cine de Panamá fue a una librería en la ciudad y pidió un libro sobre la invasión, y la vendedora le ofreció un libro sobre la invasión de Normandía.

¿Cuándo y por qué decides aparecer en el documental?

Me pareció apropiado aparecer porque quería mostrar el proceso de hacer un documental, dejar entrever la costura —un poco como la arquitectura brutalista— para poner en evidencia el hecho de que lo que uno ve en pantalla no es más que el resultado de un trabajo incompleto, parcial, limitado, y que es sólo una posible versión de las infinitas posibles versiones basadas en hechos reales. Y que no hay que creerse nada sin averiguar y analizar de manera independiente. Nunca hay que caer en la trampa de pensar que lo que dice un periódico, como esta entrevista, o lo que sale en internet o en televisión o en una película o en un libro es “la verdad”. Siempre está el punto de vista del autor y sus intereses de por medio. Esto quería dejarlo claro con Invasión.

La consigna era integrar al documental la voz de la calle. Es una de las bellezas de hacer cine documental con un equipo pequeño y flexible, listo para capturar lo que se presenta

¿Dabas alguna instrucción previa a las fuentes antes de encender la cámara?

A veces pasa que las personas te dicen lo más revelador justo antes de que la cámara se encienda, y luego no lo quieren repetir, o justo después de que el camarógrafo guarda la cámara en su bolsa. Para evitar esto, en el caso de Invasión procuraba no hablar con nadie antes de empezar a grabar. A veces cuando apagábamos la cámara grande seguía la chiquita y capturaba estos momentos que se sienten casuales.

¿Por qué decidiste no identificar a las fuentes de información cuando declaraban en el documental?

Fue una decisión basada en la idea de que todos son protagonistas, de que no hay gente “importante” y gente “no importante”.

¿Te sorprendió que más de un consultado se sincerara ante la cámara?

La cámara genera un efecto extraño en la comunicación. No sé si es por el deseo de complacer al cineasta, de “hacerlo bien” para la película, pero la gente (incluyéndome) dice frente a la cámara todo tipo de cosas que no diría normalmente. Quizás hay una conciencia más elevada de que lo que estás diciendo quedará grabado para la posteridad, y esto genera franqueza, como cuando alguien dice sus últimas palabras o hace un testamento.

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De seguro más de una declaración fue un hallazgo para ti, ¿alguna en especial?

Los que más me sorprendieron fueron militares y exbatalloneros, pues tenían historias que no habían contado, que llevaban por dentro muchos años y que sólo el pasar del tiempo les permitía contarlas ahora. Sentí que llegué en el momento apropiado. En otros momentos sentí que me hubiese gustado poder grabar unos años antes para entrevistar a algunos que ya murieron, como Guillermo Endara y Billy Ford.

¿Qué piensas hacer con el resto de testimonios que por razones de extensión no incluiste en el documental?

Tenemos un proyecto de poner todo el material, clasificado por temas y preeditado, en un sitio web abierto gratuitamente al público. Esto toma tiempo, energía y recursos, así que por el momento está en stand by. Necesito una organización o museo que quiera hacerlo conmigo, pues es un trabajo monumental y lo que tengo sería sólo la semilla para que luego el público siga aportando. Sería un proyecto más importante y más interesante que la película, me parece. Y quedaría para siempre un archivo oral, virtual, de acceso universal y gratuito. Esa es la idea.

En más de una escena aparecen personas que participan y que no estaban en el plan, ¿uno de los riesgos o ventajas de rodar en áreas públicas?

Sí, eso era parte del plan. La consigna era integrar al documental la voz de la calle. Todos en el crew sabíamos que si alguien se acercaba a preguntar qué hacíamos, había que responder francamente: “un documental sobre la invasión”, y seguir grabando. Y así fue. Es una de las bellezas de hacer cine documental con un equipo pequeño y flexible, listo para capturar lo que se presenta. Yo siempre que salgo a filmar tengo como parte del plan ser sorprendido. Si no hay sorpresas me preocupo.

He hablado con jóvenes y con amigos maestros de escuela, y es impresionante lo poco que saben los jóvenes de la invasión. La invasión fue hace 25 años, que en un contexto histórico es como decir ayer

¿Piensas que en alguna medida, como declara Noriega al final de Invasión, “hay una nueva generación a la que se confunde, a la que se le niega saber”?

Las fuerzas institucionales lograron su cometido de reducir la magnitud de la invasión, sus efectos y su importancia. Es deber de la población recuperar su memoria. Es hora de cambiar el lema de “pa qué vas a hablar de eso” o “aquí no pasó nada”, y entender la importancia de procesar nuestra historia reciente.

¿Te animas a rodar un documental sobre Noriega?

Yo estoy muy dispuesto a hacer un documental sobre Noriega. Es una historia fascinante y me parece importante contarla. Quizás se da.

¿Se sabrá algún día cuánta gente murió durante la invasión?

Sería muy fácil lograrlo, es un número finito, y con los recursos disponibles hoy, especialmente en internet, se puede llegar a obtener un número aproximado. Lo importante no es el número preciso, sino el ejercicio de contar, pues obliga a ir mucho más allá de la matemática. Sería un ejercicio de concienciación, de mirar las cosas como son, ponerles nombre y apellido, y lograr claridad en cuanto a lo sucedido. Aquí jugamos mucho a meter la cabeza en la tierra al estilo de la avestruz.

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