Belén es la ópera prima de la antropóloga y cineasta venezolana Adriana Vila Guevara. Todo comenzó como un trabajo de campo etnográfico en Tapipa, Barlovento, como parte de una tesis antropológica sobre la labor de las mujeres en la construcción de la memoria y representación afrovenezolana, y allí es donde conoció y vivió durante cuatro meses con Belén María Palacios, ‘La reina del quitiplá’. Pero Belén murió en 2009, en el inicio del proyecto documental, y Adriana Vila tuvo que dar un giro a su trabajo, caminar sobre las huellas de Belén, rehacer sus recorridos para la construcción no sólo de un pasado, de una ausencia, sino del presente, de una presencia. Pasaron ocho años entre el trabajo de campo, el descubrimiento de Belén, el inicio de un proyecto cinematográfico, la pérdida de Belén y la transformación de este proyecto. Belén, que recibió apoyo del Programa Ibermedia y que acaba de ganar el premio del público en el festival CaracasDoc, es un rompecabezas de tiempos, espacios y vínculos, un retrato inspirador de esta agricultora, cacaotera y música venezolana, y un homenaje a su contexto, a su pueblo.
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Escribe ESTEFANÍA MAGRO
¿Quién es Belén María Palacios y a quién representa?
Una mujer sencilla y humilde, lutier y maestra, reina del bambú, música y campesina afrovenezolana, una guerrera de batallas cotidianas, una abuela de fibra regia capaz de clavarse en tierra y volar al mismo tiempo, haciendo volar a otros y otras a lugares insospechados.
Responder a quién representa Belén podría ser infinito. Su magia consiste justamente en que el encuentro con ella se relaciona con el encuentro de uno mismo, la raíz de, el origen de, la matriz. Y ese espacio de conexión es tan amplio que da lugar para que cada uno genere una relación personal con ella y lo que representa. Desde el lugar de la música o el arte en general, desde el lugar de la historia de la diáspora afroamericana y largos conflictos históricos de género y raza, o en lo personal con unos valores vitales propios.
En ese sentido, Belén es una gran representante del poder transformador del arte (en este caso, la música), como un médium que nos conecta con estados más profundos de conciencia, concedida a nosotros a través del sonido de su instrumento de bambú, el quitiplá. Es una representante de las mujeres negras-afroamericanas, llevando la carga de una historia de esclavismo compartida por el continente, y proyectando a aquellas mujeres que en pasado y en presente resistieron y resisten al racismo y la discriminación, con la acción y la creación. Belén representa a esas mujeres fuertes, madres, abuelas, maestras, guías, semillas y continuadoras de las herencias ancestrales. Representa a muchas de esas mujeres (y también hombres) desconocidas, que con su trabajo cotidiano, desde lo pequeño y aparentemente insignificante, construyen las bases que alimentan un país. Pero, y esto es muy importante, Belén no es una víctima pasiva, resignada y sumisa a su condición. Es una mujer empoderada, demostrando que muchas de las personas que componen los espacios más olvidados de nuestras sociedades, no sólo son valiosas y llevan su vida con dignidad, sino que tienen mucho que enseñarnos. Y más aún ahora que nuestras sociedades (en todo el mundo, lo miremos por donde lo miremos) están ya en el precipicio de su propia degeneración moral, política, social y espiritual. Belén representa a esas personas en extinción, que si aprendemos a escuchar y admirar pueden darnos respuestas para la supervivencia.
¿Qué es lo que te empujó a que tu ópera prima girarse en torno a esta agricultora, cacaotera y música venezolana?
En el 2008 llegué a Tapipa, un pequeño pueblo afrovenezolano de la región de Barlovento, Venezuela. Iba a hacer un trabajo de campo etnográfico como parte de una investigación/tesis que estaba haciendo sobre la labor de las mujeres en la construcción de la memoria y representación afrovenezolana. Tapipa es el pueblo donde vivían la mayoría de las mujeres de un grupo de tambor femenino llamado Elegguá. Y la estrella de ese grupo era Belén. Estuve cuatro meses viviendo con ella, y más allá de mi estudio de campo, allí empezó un proceso de transformación personal profunda. Largos días y largas noches con ella me removieron pensamientos, emociones, conceptos, proyectos vitales, el cuestionamiento del lugar que ocupo y deseo ocupar como ser humano, como antropóloga y en especial como artista. Belén me descolocó y me ayudó a recolocarme. Sin pretender hacerlo. En ese proceso personal, a modo de homenaje y agradecimiento, decidí retratarla.
¿Cuál era su objetivo con este documental? ¿Cree que lo ha conseguido?
Mi objetivo inicial era ése, hacerle un pequeño homenaje personal a quien me había enseñado mucho con muy poco, llevarla a un espacio compartido como lo puede ser el cine. Y ese objetivo fue adquiriendo más aristas con el tiempo, tentáculos que le pertenecían inevitablemente. Hacer una película sobre Belén implicaba darle una pequeña luz a una de esas tantas mujeres ocultadas por la historia (una historia hegemónica escrita y proyectada por hombres-blancos con sus propios intereses y formación de clase), que desafortunadamente incluye la historia de creación cinematográfica (y peor aún la televisiva venezolana), donde la mujer negra-afrodescendiente es representada con papeles serviciales o por lo general denigrantes. Y en ese sentido era muy importante que yo desde mi propio lugar de mujer, clase media, blanca, no cayera en repetir patrones que ese tipo de cine termina injertando. Incluidas fórmulas observacionales y explicativas distantes y frías que acentúan un tipo de elogio a la pobreza, o que se convierten en un apartado informacional sobre una historia de vida o un tipo de música. Todo lo contrario. Entendí también que, aunque Belén pudiera ser la representante de muchas luchas sociales e históricas, no se trataba de hacer una película ni de denuncia, ni de exposición de conflictos. Se trataba más bien de construir un lugar de conexión emocional entre cualquier receptor-audiencia con ese poder transformador de ella pero intentando en este caso reivindicar, reforzar, a un personaje y sus acciones como impulso para otras.
Pero Belén murió antes de poder filmarla como habría querido inicialmente, y la película tuvo que dar un giro, que me llevó a descubrir muchas más historias de las que me esperaba. Se convirtió en un tributo no sólo a ella sino a su contexto (de su pueblo y región, su familia, las herederas que llevan su legado, así como algunos de esos otros reyes y reinas que hacen de espejos en otras partes del continente). Ella es el puente. Y sin querer, un homenaje personal puede convertirse en un pequeño instrumento de representación y empoderamiento para cada una de ellas y ellos, en especial para el movimiento de organizaciones afroamericanas, también para otros y otras artistas, otras mujeres, y esas niñas y adolescentes que tienen otros marcos de referencia (cinematográfica y televisiva) de su propia identidad.
¿Y qué es lo que he conseguido de todo esto? Ahora la película apenas empieza a llegar a esos lugares, a proyectarse desde y hacia distintos espectros. Iniciamos su estreno en festivales internacionales, que sirven siempre de plataforma para distintos tipos de públicos y eso es esencial. Pero uno de los logros más importantes para mí tenía que darse en Venezuela, donde recibiría la respuesta de quienes pueden ser los verdaderos jurados de esta película, que es su gente, su familia, amigos, músicos, que crecieron con ella, que vivieron mucho más de lo que una hora y media de reinterpretación cinematográfica puede lograr transmitir. Y en el caso de su gente, como realizadora no puedo sino cargar el temor constante del fracaso, porque estaba haciendo una película que no respondería al imaginario que cada quien tiene sobre cómo debería estar construida la historia de Belén. En realidad no estaba haciendo la historia de Belén. Estaba presentándoles un espacio de reconexión con ella.
Pero lo más importante ocurrió hace un mes. En octubre pasado hicimos el estreno en salas de cine venezolanas, con un preestreno en Caracas que se convirtió en una gran fiesta de toque y baile de tambor en su honor, con todos sus protagonistas, amigos y familiares, con el retorno de más respuestas de las que me esperaba. Y aún más cuando llevamos la película a su pueblo, donde tuvimos que hacer doble sesión masiva incluyendo una sesión sólo para niños, niñas y adolescentes. Ahora acaba de ganarse el premio del público en el festival CaracasDoc. Un festival que tiene un público mixto (entre amantes del cine documental, artistas de distintas disciplinas y caraqueños de todos los estratos sociales). Y es muy curioso porque no es una película que responde a un modelo clásico de documental al que un público general puede estar más acostumbrado. Esa es una gran respuesta a muchas de mis inquietudes, a todos los esfuerzos, y a lo que ya empieza a usarse localmente como herramienta individual y colectiva. Allí se cumplieron muchos de esos objetivos, y no pueden sino multiplicarse, en lo que vendrá ahora que pulse por sí sola, no sólo entre otros festivales, sino en especial en espacios más alternativos de proyección nacional e internacional.
Largos días y largas noches con ella me removieron pensamientos, conceptos, proyectos vitales. Me descolocó y me ayudó a recolocarme. En ese proceso personal, a modo de homenaje y agradecimiento, decidí retratarla
La película está rodada no sólo en Venezuela, sino también en Estados Unidos, Ecuador y Puerto Rico con la gira del Grupo folclórico Elegguá, formado íntegramente por mujeres y al que pertenecía Belén. ¿Hasta qué punto Belén es un icono de la música afroamericana en esos territorios? ¿Y de la reivindicación de la mujer, e incluso de la lucha contra el racismo?
Lo fue y sigue siendo. Belén se convirtió en un puente de la diáspora afroamericana, a través del toque de su quitiplá. El lenguaje universal de la música permitió que ella (junto al grupo Elegguá) se comunicara con otros músicos, con otros artistas y con sus distintas audiencias en cada uno de los países que visitó en vida (y que según muchos sigue visitando después de su muerte). Sus conciertos se convirtieron en acciones de re-conexión ancestral y reivindicación de esas luchas socio-históricas (de género y raza), sin tener la pretensión de serlo. Pero fundamentalmente Belén se convirtió en una activadora de experiencias estéticas-espirituales profundas. Como decía antes, es la representación empoderada de esa mujer que forma parte del escalafón más marginado de la sociedad, es todo lo contrario de ese sujeto femenino estereotipo de la industria del entretenimiento (mujer blanca, joven, rica, vulnerable y sumisa), es la encarnación de sus opuestos y además con la capacidad de cautivar y transformar a su audiencia. Sin la necesidad de grandes discursos o grandes acciones políticas y públicas, sino a través de microacciones cotidianas, y a través del sonido de sus bambús. Y no asocio con eso lo positivo a algo superficial o banal, sino también complejo, crítico y reivindicativo. Por eso su capacidad de inspiración y transformación (como una forma de adquisición de conciencia personal y social) liberada en todos esos momentos de actuación, se convierte en sí en una referencia para otras mujeres, para las luchas también contra el racismo, porque le da un lugar no sólo digno sino cargado de valor. Los escenarios, pequeños o grandes, se convirtieron en espacios sagrados, y quienes lo experimentaron siguen percibiendo las consecuencias. La película no podría ni mucho menos mostrar todo ese poder y esos contenidos, es sólo una de las tantas historias posibles de Belén, y allí una muesca de todo eso espero que logre transmitir.
Belén murió antes de poder filmarla como habría querido, y la película tuvo que dar un giro. Se convirtió en un tributo no sólo a ella sino a su contexto, su pueblo, su familia, las herederas que llevan su legado
¿Cómo fue el rodaje?
¡Es tan largo de explicar que estoy haciendo una tesis doctoral sobre eso! Fue un entramado de rituales individuales y colectivos cargados en sí de conflictos cinematográficos y antropológicos, que no son más que el errar y el inventar de la vida misma, en el intento de creación de una obra, que es un homenaje y un exorcismo personal a la vez.
Ocho años han pasado entre trabajo de campo, el descubrimiento de Belén, el inicio de un proyecto cinematográfico, la pérdida de Belén, la transformación de ese proyecto, un desarrollo de proyecto que me llevó a seguir sus pasos por el continente americano, la escritura de un guion útil para planes y suposiciones que luego reinventaría, y que afortunadamente estarían sujetas al caso, por no decir el caos; una coproducción internacional, un rodaje en cuatro países segmentado en cuatro años, sujeto a conflictos geopolíticos del continente, a desvaríos económicos y burocráticos nacionales, a magia negra y blanca, a la presencia espiritual de Belén, a sus acciones no terrenales, a obstáculos de muchos y ayudas de tantos otros; la recuperación de más de 300 horas de material, incluyendo found footage amateur en high 8, miniDv y DVD, abismos de la intención a la creación, y el montaje en otros tantos años, que es en sí la clave de la resolución de muchos de esos rituales, aunque no conceda sino respuestas en código.
¿Por qué en Barlovento a Belén la llaman ‘La reina del quitiplá’?
El etnomusicólogo afrovenezolano Jesús Chucho García le dio ese nombre, como un homenaje en vida a quien era la máxima representante en Venezuela del quitiplá. Nadie lo ha tocado ni toca como ella, y es así como la recuerdan los músicos a nivel nacional. Reina de nobleza sencilla.
¿Cree que la visión exterior sobre Venezuela puede ser un poco restringida y se presta poca atención a sus aspectos culturales?
Hablar sobre la visión exterior de Venezuela es muy complicado. Ya sabemos que la visión de cualquier país no la determina su realidad sino los intereses de los medios que eligen cómo mostrarla. Sin entrar a hablar sobre lo que pasa o no pasa en Venezuela lo cierto es que los y las venezolanas tenemos una larga historia de autodesprecio por lo nuestro. Nos encanta mostrar lo peor de nosotros mismos y, haciéndolo, nos olvidamos de la construcción de algo útil, hundidos en la constante autodestrucción. Y no me refiero con esto a que sea necesaria la creación de contenidos ficticios de felicidad y complacencia Disney (que es en sí otra forma de autodestrucción), sino que seamos capaces de generar contenidos mediáticos, cinematográficos, culturales y artísticos (en las distintas disciplinas) críticos pero útiles, constructivos. Venezuela está llena de talentos que aportan mucho para su restablecimiento diario, su continuidad, su crecimiento, desde lo pequeño. Hay una enorme calidad humana, artística y tecnológica, diseminada, por no decir aplastada, bajo el cuerpo pesado y oscuro de los conflictos y la inmediatez, proyectos múltiples en marcha (personales y colectivos) que sólo necesitan ser escuchados, valorados y proyectados nacional e internacionalmente.
Es la representación empoderada de esa mujer que forma parte del escalafón más marginado de la sociedad, lo contrario de la mujer estereotipo de la industria del entretenimiento: blanca, joven, rica, vulnerable y sumisa
¿Han quedado diluidas las raíces africanas en Iberoamérica? ¿Es la música una de las principales vías para mantenerlas vivas?
La música es sólo una arista de las múltiples y ricas representaciones de las raíces africanas en el continente americano, y como planteas también extendido al ámbito Iberoamericano. Yo incluiría a todos los países no hispanohablantes que también tienen una rica herencia africana en su constitución sociocultural. En este sentido todo lo contrario a diluidas, están enraizadas, vivas y coleando, sincretizadas, reinterpretadas, y adquiriendo cada vez más espacios de proyección y fortalecimiento. La construcción histórica de discursos (visibles y públicos, mediáticos, epistemológicos, etc) han, de una forma u otra, ignorado la magnitud de esa presencia (social-cultural-espiritual-medicinal-agrícola etc) en nuestras sociedades, imponiéndose la eurocéntrica o anglocéntrica. Pero en la actualidad, de unas maneras más o menos efectivas, las décadas de discusión en torno a estos temas han dado paso a que se empiece a reconocer poco a poco el lugar de esas influencias africanas en nuestras historias pasadas y actuales, entendiendo gradualmente su valor. Está allí vibrando. Sólo nos falta aprender a entenderlo y apreciarlo aún más.
¿Qué tienen en común Belén con los grupos musicales Brother Ah Ensemble (Estados Unidos), Papá Roncón (Ecuador), Los Majaderos de Cachete Maldonado (Puerto Rico), Vnote Ensemble (Venezuela-Estados Unidos) o con Juan R. Berbín?
Son esos espejos de conexión de los que te hablaba. Brother Ah (Robert Northern) es un gran representante de la música afroestadounidense y en especial del free jazz. Criado en el corazón del Bronx, tocaba con Miles Davis, Sun Ra, Thelonius Monk, entre tantos otros. Belén y él compartieron varios encuentros y escenas musicales en Estados Unidos. Él conectó musical y espiritualmente con ella, y es quien la reconoce de inmediato como una Reina Madre africana (queen mother).
Papá Roncón es como Belén para Venezuela, el rey de la marimba de Ecuador. El primer viaje que hace Belén fuera de Venezuela lo hizo cuando tenía 60 años y fue a Ecuador, donde compartió escena con Papá Roncón. En la película él no sólo hace de vínculo con ella sino con el presente de su legado y la labor como lutier, conectando la materia prima e histórica de ambos instrumentos, el bambú.
Ángel Cachete Maldonado es el gran maestro de la bomba y plena, la música afro-puertorriqueña y, como Belén, el labrador de las nuevas generaciones de percusionistas locales. Es al Balcón del Zumbador (el recinto mítico de creación y actuación para los maestros de la salsa y la música afro-caribeña) donde llega el grupo Elegguá y Belén a romper esquemas de género.
Jackeline Rago, multi-instrumentalista, compositora y maestra musical venezolana, es una de las vértebras de Vnote Ensemble y la impulsora de la enseñanza de la música afrovenezolana en el área de la bahía de Estados Unidos. Cuando el grupo Elegguá hizo su primera gira por Estados Unidos, Jackie fue invitada a tocar con el grupo y alimentarse de la sabiduría de Belén. Ella es una de las continuadoras de su legado desde afuera y haciendo un aporte musical que va de la improvisación y experimentación, a la fusión con el jazz que aporta otra compositora de Vnote que es Dona Viscuso.
Juan R. Berbín es otro gran músico que ha hecho un trabajo increíble de producción y composición musical (tanto de música venezolana como del mundo), otro admirador de Belén que hizo un aporte indispensable al diseño musical de la película además de arreglos e interpretaciones de tambor ubicados en lugares secretos. Todos hicieron un aporte increíble para la construcción de la banda sonora de la película, enlazando además esa conexión diaspórica.
Belén murió en el 2009, en plena grabación del documental. ¿Cómo pensaste continuar con tu trabajo?
Después de que terminé mi trabajo de campo en Tapipa a finales del 2008 regresé a España para iniciar el proceso de transcripción-digestión de la etnografía, el análisis y sistematización de todos los materiales que reuní en los meses de investigación, y el inicio de lo que sería mi tesis de máster, que incluía una microbiografía de Belén. Necesitaba terminar la tesis antropológica para dar paso al inicio de lo que sería el proyecto cinematográfico, y en ese momento, justo un año después de mi llegada por primera vez a Tapipa, inesperadamente, muere Belén. No había iniciado la grabación del documental todavía. Sólo había empezado la idea, tenía algunos registros que hice en el campo como apuntes visuales, sin intención, a modo de notas. Estaba creando las bases para ir a grabarla, para dar inicio a ese retrato con ella. Pero ese 12 de octubre, mientras tocaba sus quitiplá en un caserío cercano a Tapipa, Belén tiene un infarto, y de golpe ese cuerpo tan activo y vital desaparece.
Después de un gran bajón, decido hacer la película igualmente, con la dificultad de no tenerla a ella en vida para poder grabarla como hubiese querido. Voy a Tapipa a buscar esos vacíos, y descubro que ella no representa una ausencia, sino que sigue estando y de muchas maneras. Sentí la necesidad de ir a los sitios de los que me habló en vida, de sus giras internacionales, de descubrir a esa otra Belén que yo no conocí, encontrar esos lugares que fueron clave para ella y su propia transformación como artista y como mujer, y a los músicos y personas de los que me habló en esas noches de conversaciones largas. Y allí empezó otra gran búsqueda, un caminar en sus huellas, rehacer sus recorridos a la espera de pistas para la construcción no sólo de un pasado, de una ausencia, sino del presente, de una presencia.
Pero los espacios vacíos y los recuerdos de cada quien no eran suficientes, necesitaba verla a ella, tener su imagen. Y eso me lleva a recuperar una gran cantidad de material de archivo amateur en distintos formatos. En especial el director del grupo Elegguá, Alexis Machado, había grabado con su camarita miniDv gran parte de esas giras internacionales, y eso no sólo me da muchas pistas sobre esos pasos a seguir sino que me lleva a buscar materiales de ella en todos lados, grabados por múltiples puntos de vista. De repente encuentro allí las claves para evitar hacer una película sobre la nostalgia de quien ya no está y es recordada en una procesión de bustos fúnebres que la recuerdan. Esos materiales se convierten en el medio para que cada quien conecte no sólo con el recuerdo de Belén sino con ella, en un aquí y un ahora vinculado al pasado, que es en sí la mejor forma que encontré para que los y las demás, desde afuera también podamos conectar con ella, a través de ese momento espontáneo, de construcción de una memoria colectiva, que es en sí un imaginario colectivo.
¿A dónde fue el alma de Belén?
El alma de Belén no se ha ido. Afortunadamente habita más espacios de los que podemos imaginar.
Belén no está realizado como un documental cronológico, con un formato de biografía clásica, donde descubrimos al personaje con su nacimiento, vida y muerte. ¿Por qué?
Quería generar un espacio para el descubrimiento de Belén que se diera por enamoramiento, y no por una descripción clásica biográfica de un personaje que conocemos, asimilamos y olvidamos. Quería que Belén entrara en un rincón del corazón (y no necesariamente la mente) de sus espectadores. En la película empezamos a conocerla a través del imaginario de quienes la recuerdan viéndola, a través de sus gestos, sus miradas, que son en sí pistas para que creemos nuestro propio imaginario sobre ella. Y antes de verla físicamente y conocerla, la perdemos. Descubrimos la magnitud del personaje a través de la magnitud de su pérdida. Y esto fue esencial para pensar en la construcción temporal de la película. Hacer un recorrido cronológico dejaría un final de pérdida, y no de continuidad, además de que responde a un esquema clásico en el que no estaba interesada desde el principio. El intercambio continuo de tiempos que pasan de pasado a presente, donde los presentes también van mutando, como la creación misma de un retrato que se moldea, fue una de las bases principales en el proceso de construcción de la película. No se trata de conocerla del todo, de irse a casa sabiendo la historia de vida de Belén, sino de sentirla, y entonces viene el querer saber más, que es en sí una labor que puede emprender luego el o la espectadora que la descubre por primera vez.
El alma de Belén no se ha ido. Afortunadamente habita más espacios de los que podemos imaginar
Para Belén te hiciste con un total de más de 300 horas de material encontrado y 70 horas de entrevistas. ¿Cómo fue el montaje?
En ese proceso de búsqueda de la imagen de Belén logré dar con un material valiosísimo que generalmente no se toma en cuenta para la investigación y composición documental, porque se considera de mala calidad técnica y estética: el material casero o amateur. En mi caso tengo que decir que fue un pozo de embelesamiento, en el que habría podido quedarme atrapada infinitamente porque cada material tenía una cantidad impresionante de información no sólo sobre Belén y sus recorridos, sino sobre quien mira, la elección de unos planos, de unas acciones, de unos contextos, y unas fórmulas espontáneas audiovisuales que a veces resultaban incluso una abstracción cautivante. Así que para mí allí había toda una dimensión antropológica y estética interesantísima. Combinado con eso también pude hacerme con materiales más institucionales y profesionales (cada uno con su propia estética e intención) tanto de los teatros donde tocó Belén, de los registros de la Embajada de Venezuela en EE.UU., como de canales de televisión. Además de lo que yo grabé mientras estuve allí en Tapipa (muy poco y sin mucha intención), lo que fui grabando durante el desarrollo de proyecto, y lo que grabé durante las distintas etapas de rodaje ya con una intención. Una gran amalgama de materiales con distintos puntos de vista, distintas propuestas formales, formatos y estéticas.
El montaje inevitablemente fue dándose por etapas a lo largo de esos procesos. Por suerte pude contar con dos excelentes montadoras (Diana Toucedo y Ariadna Ribas) que en distintas de esas etapas estuvieron de lleno conmigo entendiendo cuál de todas las historias posibles, con sus combinaciones posibles, era la que terminaría sobreviviendo al descarte. Un dilatadísimo proceso de reducción primero de contendidos de las entrevistas, seguido de la creación de bancos de materiales según temas y conceptos, búsqueda de puentes internos, un hilo formal, la consolidación de intenciones, y en especial la comprensión de un ritmo que iba a ser marcado no sólo por la música sino por la musicalidad de las acciones y de la misma naturaleza. En el sonido de cada elemento de todas esas dimensiones de Belén estaba desde un principio la clave del montaje, y por eso el sonido es fundamental en toda la película. Los espacios, las miradas y las voces se sobreponen, se solapan, se funden en capas visuales y coros a veces indescifrables, como la memoria y la vida misma. La película se convierte entonces en un puzle de tiempos, espacios, y vínculos que son parte de un cosmos más complejo. Belén es el imaginario que se construye mientras ella está y no está, es ese espacio que hay entre todas esas personas y ella, e inevitablemente nosotros.
En ese proceso de búsqueda logré dar con un material valiosísimo que generalmente no se toma en cuenta para la composición documental, porque se considera de mala calidad técnica y estética: el material casero o amateur
¿Qué fue lo más difícil y lo más gratificante de la realización de tu primera película?
Digerir el volumen simultáneo de conflictos burocráticos, sociales y económicos, que se dan dentro del sistema industrial cinematográfico, expuesta a todo un andamiaje técnico y humano, dándose además en un período tan largo de tiempo. Hasta ese momento había trabajado siempre con mis propios recursos, y en producciones independientes en pequeña escala, asumiendo casi siempre yo misma todos los roles de producción y creación. Y además fueron unos años muy particulares en los que yo misma fui cambiando mi manera de ver y hacer cine. Así que se convirtió en una tarea de negociación conmigo misma. Sentía una gran responsabilidad respecto a Belén, intentar transmitir un poder inspirador es mucho más complicado que explicar la vida y muerte de alguien. Y más aún si esa persona ya no está en vida para decidir conmigo cómo construir esa película sobre sí misma. Pero además encausar y evocar ese poder en una hora y media de acciones, secuencias, sonidos, sin tener yo el control total de las decisiones (de filmación), reubicarme constantemente en ese proceso, en relación a ella y no en relación a lo que mi circunstancia en la realización de la película (contexto social-político-económico y de salud) pudieran llevarme a hacer, fue una de las grandes dificultades. Lo más gratificante, hasta ahora, ha sido la combinación de dos cosas: por un lado el haber aprendido muchísimo durante la realización de la película (en especial en los grandes momentos de caos, errores y recaídas) convirtiendo ese exorcismo en una liberación personal, y por otro lado que ese resultado haya sido recibido con el nivel de emoción y trascendencia que tuvo para su propia gente. Y creo que esas satisfacciones van a irse desarrollando ahora que empieza a circular.
Eres cofundadora del laboratorio de cine artesanal Crater-Lab y te dedicas a hacer cine experimental y performances fílmicas. ¿Por qué te gusta trabajar en analógico, con Súper 8, Single 8 o 16mm, cuando ahora un cineasta dispone de las ventajas tecnológicas y digitales? ¿Qué diferencia hay entre la creación analógica y digital?
Como verás trabajo con ambos medios, no se trata de que uno sea mejor que el otro, sino de que cada uno me da posibilidades creativas distintas. Y allí entra en cuestión qué es una ventaja. Durante algunos años había trabajado en digital haciendo un recorrido disperso de búsqueda de un estilo y una forma, hasta que empiezo a trabajar con película, con la materialidad del cine, con sus dispositivos, su mecánica, la luz, el movimiento, y el tiempo de formas más palpables y orgánicas; y eso me hizo entender mucho sobre el cine y mi propia relación con el cine como medio de expresión y comunicación. Fue un camino que descubrí trabajando con la película y haciéndolo en todos su niveles de producción: filmación, revelado, montaje y proyección. Lo interesante del trabajo en fílmico es que por un lado puedo tener el control de todos los procesos, asumiendo cada uno como un proceso creativo y no meramente técnico, experimentando en cada nivel, y convirtiendo cada etapa en un descubrimiento, donde la materia misma del film tiene la cualidad de sorprenderme siempre, y su accidentalidad llevarme a una constante reinvención, que es en sí un descontrol. Eso no me sucede con el trabajo en digital, lo siento mucho más domesticable. Y en ese sentido las ventajas de uno y otro dependen de la necesidad de cada proyecto. Además el trabajo en fílmico no es tan difícil si puedes hacer tú los procesos. Es una de las razones por las que creamos un laboratorio, donde hacemos constantes talleres, programas, y damos las herramientas para hacer ese tipo de cine más accesible, que es en sí parte de una red internacional de laboratorios autogestionados por artistas: el filmlabs.org, una demostración práctica, concreta, y en crecimiento, de la continuidad del argéntico-analógico como medio de creación cinematográfica independiente.
Adriana, ¿nos puedes adelantar si tienes algún nuevo proyecto cinematográfico?
Tengo varios proyectos en mente, y algunos empezando sus pasos. Por un lado estoy creando una instalación con mucho del material de Belén que no formó parte de la película pero que sí formará parte de una extensión de la película a un espacio expositivo, y que tendrá además toda esa dimensión del backstage o el making-of, pero concebido como instalación. Continúo haciendo performances fílmicas con un proyecto que creamos en el laboratorio llamado Incluso el silencio es causa de tormenta. Y empecé a filmar en 16mm un corto, personal e íntimo, sobre el encuentro con imágenes de mi propio nacimiento y las dudas de concepción en nuestros tiempos. Fundamentalmente intentaré cerrar pequeños proyectos sencillos y cortos que llevan años esperando la terminación de Belén, para tomar su cauce.