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Clausura del VII Festival de Nuevo Cine Latinoamericano. Discurso de Fidel Castro, La Habana, diciembre de 1985

Estimados delegados e invitados al VII Festival del Nuevo Cine Latinoamericano:

Para mí constituye un honor, un especial honor podríamos decir, participar en esta clausura, aunque no se trata, en ningún sentido, de un acto voluntario; es resultado de las presiones del compañero García Espinosa y de otros muchos amigos del Comité de Cineastas Latinoamericanos.

Por razones obvias debo ser breve, a pesar de que tengo fama de hablar extensamente. Pero, ¿qué puedo hacer después del tiempo transcurrido en este acto y, sobre todo, después de los breves discursos pronunciados aquí, como el del cineasta que habló en nombre de África, o de Sánchez, el mexicano, o de Birri, en la declaración del Comité que aquí leyó; qué puedo hacer sino tratar de ser breve?

[:]

Infortunadamente, no he podido, como en otras ocasiones, seguir de cerca el Festival; casi siempre, en los últimos años, cuando llegaba el momento de los premios ya yo había visto una parte de las películas, las que venían precedidas de mucho prestigio, y las que no veía antes las veía inmediatamente después del Festival.

Incluso, en ocasiones se conocía antes del acto de clausura quién iba a recibir el premio. Eso no es correcto. No quiere decir esto que existiera parcialidad, por el contrario, los jueces eran absolutamente imparciales, o trataban de serlo, pero sí eran indiscretos y por eso había muchos que ya conocían antes del acto final, unas horas antes, cuáles iban a ser las películas premiadas. Esta vez nadie sabía, ¡nadie! Y como ese era un punto en que por mi parte había insistido mucho, si alguien lo sabía, nadie se atrevió a decírmelo, excepto Armando, nuestro ministro de Cultura. Unos minutos antes del premio —y es porque a él se lo había dicho su vecino de al lado en ese momento, que lo sabía por haber sido miembro del jurado—, precisamente cuando se estaba otorgando el premio de música a la película argentina “El exilio de Gardel”, dice Armando: “Esa fue la que se llevó el primer premio.” Mas no fue así, fueron dos películas las que se llevaron el primer premio, y ni Armando lo sabía. Es decir que lo que pudiéramos llamar la emoción de los premios, se mantuvo hasta el final.

Yo quiero decir que soy una de las personas conquistadas por el Nuevo Cine Latinoamericano, pudiéramos llamarlo así: una conquista. Siempre me gustó el cine, y cuando he podido, he dispuesto de tiempo, o he podido robarle tiempo a algo, me ha gustado ver buenas películas, de los más variados géneros.

Estos festivales de La Habana habían comenzado desde 1979 y, de manera inconsciente prácticamente, yo iba cada año alegrándome con la idea de que se acercaba el Festival. Al principio veía dos, tres, cuatro películas; después ocho o diez, y después casi todas las películas que adquiría nuestro país en cada Festival del Nuevo Cine, y me percataba de la creciente calidad de las mismas. Así fui entrando en contacto con los organizadores, con el Comité de Cineastas Latinoamericanos, hasta que el pasado año asistí por primera vez a la clausura, en el teatro “Chaplin”, de la calle 23, un teatro mucho más pequeño que este, un teatro con lunetas bastante inclinadas, tal vez muchos de ustedes lo conozcan; nos sentamos allá por la última fila; era difícil estar de pie, por la ley de la gravedad. Y allí presencié la clausura del Festival.

Más tarde, esa misma noche, los miembros del Comité de Cineastas me invitaron a conversar con ellos, y estuvimos largas horas, durante casi toda la madrugada, cambiando impresiones sobre el Festival, los avances, los progresos, el creciente éxito de todas las producciones fílmicas. En aquella ocasión, recuerdo que yo tuve que hacerme una autocrítica, les dije: “Me da pena la forma en que se hace la clausura de un evento que despierta tanto interés en nuestro pueblo y que tiene ya tanta calidad.”

Recuerdo el año pasado cómo fue el otorgamiento de los premios: alguien se levantaba, iba a buscar el premio; un montón de periodistas se levantaban también; se levantaban los camarógrafos, todos los camarógrafos. Uno no sabía cuál era el periodista, cuál era el premiado, cuál era el camarógrafo que se llevó el premio, cuál estaba tomando vistas del acto, quién era el jurado, quién se había llevado el Coral, casi se enteraba uno después por los periódicos. Era bastante desordenado todo aquello. Estaba, por cierto, con nosotros el compañero Alfredo Guevara —él no va a estar muy de acuerdo con que yo narre esta anécdota—, y Alfredo me dice: “No, si en los Oscar es así.” Yo me quedo un poco apabullado por aquello, y le digo: “Bueno, Alfredo, si el Oscar es así, entonces no sirve.”

No se trata de que yo subestime el Oscar, es un premio prestigioso, desde luego, estoy de acuerdo; pero con lo que no estaba de acuerdo era con que me aplastaran con el ejemplo de lo que ocurría en el otorgamiento del Oscar y se consagrara aquel desorden, cuando se podía hacer un acto más solemne, más serio, a tono, realmente, con la expectación y la emoción que el evento despierta en los asistentes y en todo el pueblo. Y decía que teníamos que hacernos una autocrítica porque, al fin y al cabo, éramos nosotros los organizadores del evento.

Recuerdo también que había dificultades en algunas salas de proyección, con los equipos, distintos problemas, y fue en aquella madrugada, y como resultado de esa conversación y de nuestra autocrítica, de nuestra conciencia de la obligación de dar un apoyo mucho mayor a este evento, que surgieron una serie de ideas, muchas de las cuales se han visto plasmadas ya este año.

Entre esas ideas estaba la de convertir el Festival del Nuevo Cine en un festival de todo el pueblo. Antes, realmente, se dispersaban un poco las salas, había algunas fuera de la capital, en Oriente. Era imposible, a tanta distancia, poder coordinar todas las actividades. Decidimos concentrar más, ampliar el número de cines, hacer participar a todo el pueblo en el Festival; un número mucho mayor de salas, todas las que fuesen necesarias, puesto que era creciente la cantidad de películas de largo y corto metraje que concurrían; mejorar un poco la base material del Festival, no éramos ricos, pero no era correcto que alguien viera su filme proyectado en un equipo con dificultades; se hicieron algunas inversiones, no muchas, pero las necesarias, las mínimas indispensables. Se acordó que diéramos la premiación en un acto solemne en este teatro, que es el mayor del país; se acordó prolongar la duración del Festival, porque era imposible en una semana ver 250 ó 300 filmes, no había jurado que pudiera ejercer, realmente, un juicio sereno y suficientemente bien fundado; se decidió, por ello, duplicar el tiempo del Festival. Fue necesario conciliar la fecha con otros eventos y otros festivales, no resultó fácil. Recuerdo que en aquella ocasión ya el Comité hablaba de elevar el número de premios, otorgarlos también a la música, guión, escenografía, etcétera; los cinco o seis nuevos premios que se han otorgado ya este año, para hacer más completo e integral el evento.

También intercambiamos ideas sobre los problemas del cine latinoamericano, el apabullante dominio de las transnacionales en el área del cine; el control no solo de la producción, sino, sobre todo, el control de la distribución de las películas.

Las dificultades financieras que tenía un cineasta latinoamericano para su trabajo artístico. Eso se puede apreciar en las películas, muchas veces en las propias películas premiadas, con la constancia de una larga lista de factores, organismos y empresas que han ayudado a su producción; la lista puede tener 15, 20 nombres de instituciones o empresas de su país que, de una forma u otra colaboraron. Los escasísimos recursos con que se elaboraban esas películas y cómo se podían lograr excelentes filmes con cantidades irrisorias de dinero, y el problema que significaba promover sus obras; cómo las transnacionales lo dominaban todo, lo controlaban todo y determinaban qué podían nuestros pueblos presenciar. El compañero Sánchez explicaba hoy cómo, hablándose tanto de libertad, los pueblos latinoamericanos no podían ver los filmes latinoamericanos.

Recuerdo que en aquella madrugada se habló también, por parte de los cineastas, entre ellos, los mexicanos, los argentinos; pues uno de estos había estado exiliado, había vivido en México un tiempo, en los años tenebrosos de la dictadura militar. Contaba que estaba asombrado, que los artistas argentinos no se conocían en México, no se conocían prácticamente desde la época de Libertad Lamarque, Gardel y otros; el pueblo mexicano ya no conocía artistas latinoamericanos desde aquella época de los años 30, cuando la cinematografía argentina producía 40 ó 50 filmes por año. Pero otro tanto les pasaba a los mexicanos en Argentina, no había un argentino que conociera un actor o una actriz mexicana; habían pasado también aquellos tiempos en que México jugó un papel en la cinematografía, llegando a producir hasta 100 películas al año. Estábamos viviendo una decadencia total, y no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos siendo sometidos, hasta qué punto estábamos siendo colonizados culturalmente, hasta qué punto estábamos siendo penetrados ideológicamente, hasta qué punto estábamos siendo desnaturalizados, mistificados, transformados en quién sabe qué.

Hay cosas en la vida que enseñan más que todos los libros, y que nos hacen ver algunas ideas con más claridad que nunca. Este, desde luego, no es un acto político, ni mucho menos; pero hay algunos conceptos que resulta indispensable tocar. Cuando hablamos de dominio imperial, aquí en el cine lo estamos viendo, lo están viendo nuestros pueblos todos los días. Me imagino cuánto sufren nuestros escritores, nuestros cineastas, nuestros intelectuales, nuestros pensadores cuando ven lo que ocurre en nuestros países, ese sistema enajenante se aplica todos los días, a toda hora del día, a través de pantallas.

¿Y dónde se produce la mayor parte de lo que nosotros vemos, lo que nosotros presenciamos, lo que nosotros disfrutamos o tratamos de disfrutar? No se produce precisamente en nuestros países, no se produce en América Latina. No solo los aviones que debemos adquirir para viajar sobre los océanos o a largas distancias, no solo las computadoras, no solo infinidad de equipos, de mercancías y productos industriales que son muchas veces artículos lujosos de esas sociedades de consumo, sino, ¡nuestro cine, nuestra televisión, nuestra cultura, o nuestra falsa cultura, la estamos importando! Y así resulta muy doloroso, cuando algunos sociólogos han hecho investigaciones de lo que saben los jóvenes, o lo que saben los niños de América Latina, y se encuentran con el hecho horripilante de que un 70% o un 80% de los niños saben quién es Superman, o cualquier otro personaje de las tiras esas que nos envían en masa, ¡y no saben quiénes fueron los héroes que hicieron posible la independencia de sus patrias! Esas son las consecuencias, ¿y cómo podemos hablar de libertad, cómo podemos hablar en esas condiciones de liberación, cómo podemos hablar de independencia económica, social, política, técnica, cultural?

¿Si los medios masivos están en manos de los que nos dominan, de los que nos oprimen, de los que nos explotan, qué podemos esperar, si ellos trazan la forma de pensar y hasta, incluso, la forma de vivir de nuestros pueblos?

Tal ha llegado a ser el dominio de las transnacionales, que recuerdo que aquella madrugada algunos cineastas latinoamericanos expresaban que la situación del dominio de las transnacionales norteamericanas era tal, que en la propia Inglaterra se hacían al año unas 50 películas y, de ellas, 46, 47 ó 48 eran realizadas por transnacionales norteamericanas. El cine de Europa estaba sufriendo competencias y problemas parecidos; así nosotros nos percatábamos aquí de que hace 15, 20 años todavía surgían muy buenas películas en Europa y, sin embargo, veíamos la decadencia, cada vez menos buenas películas en el área de Europa Occidental.

Al lado de eso, un fenómeno que era totalmente lo opuesto: los cineastas latinoamericanos, a pesar de ese bloqueo de su producción, de esa escasez de recursos y reflejando realidades —sobre todo reflejando realidades—, cumpliendo así aquel principio esgrimido por Fernando Birri de que había que documentar críticamente la realidad; y quizás porque en esas especiales condiciones de opresión el hombre se crece y hace milagros, empezábamos a ver películas latinoamericanas cada vez mejores. Me ocurrió que en un momento dado ya yo no quería ver otras películas; no sé si seré sectario o me he vuelto sectario, pero ocurría que tenía una preferencia completa por el cine latinoamericano: documentales y filmes de ficción.

El documental o cualquier otro filme, no importa con qué recurso se hizo, cualquier tema nos interesaba; para mí era interesante lo mismo la película o el documental que abordaba un problema social en Costa Rica, la situación de la mujer, el trabajo duro, o una pequeña comunidad en el río Amazonas, o una acción que se desenvolvía entre los camioneros allá en Bolivia, o las cintas que abordaban problemas políticos, sociales, culturales, humanos de cualquier índole. Todo me interesaba, todo incrementaba mis conocimientos empezando porque lo veía en un idioma inteligible, comprensible, donde toda la variada riqueza de su cultura se podía percibir, pero, sobre todo, todas las situaciones, la riqueza humana de nuestros pueblos y también la tragedia social y humana de nuestros pueblos. A través de todos esos materiales fílmicos se podía percibir cómo vivían allí en aquella aldea, cómo vivían los campesinos, los trabajadores, los estudiantes, el pueblo en general, sus costumbres, su cultura, sus luchas.

Los comparaba con otros materiales que vienen de otras partes, problemas de violencia, mafia, carreras de automóviles, sexo, etcétera, toda esa cantidad enorme de veneno que nos inyectan. Cuando se habla de proteger el medio ambiente, de proteger las aguas del mar, de proteger el aire, de proteger la naturaleza contaminada y destruida constantemente por el sistema de las sociedades capitalistas desarrolladas, con su afán demencial de consumo, nos damos cuenta también de que hay que proteger el cerebro humano de la contaminación y del veneno; porque si han envenenado los mares, los ríos y la atmósfera, están envenenando el cerebro humano, en dosis increíbles, a través de una cinematografía burdamente comercial e irresponsable. Creo, realmente, que estas cuestiones tienen que ser motivo de preocupación para toda persona que sienta, que piense de una manera justa.

Para mí esta lucha, este movimiento del nuevo cine, constituye una gran batalla, de una enorme trascendencia no solo para nuestra identidad, sino para nuestra liberación, para nuestra independencia, para nuestra supervivencia. Porque si no sobrevivimos culturalmente, tampoco sobreviviremos económica ni políticamente.

Ese es uno de los factores que multiplicó mi interés por este tema y por este movimiento, en el cual veo que se desarrolla una gran lucha por nuestra supervivencia y por nuestra liberación. Porque no podemos creer que en estas condiciones económicas, sociales y culturales, en estas condiciones políticas, somos libres. Y yo veía al Comité de Cineastas Latinoamericanos enfrentado a esa lucha, que, a mi juicio, requiere y merece la cooperación y el apoyo de todas las fuerzas democráticas y progresistas del mundo. Es una batalla muy difícil la que ellos se han propuesto y la que están llevando adelante. Los festivales constituyen un instrumento de esta batalla: el Festival de Río, de Cartagena, de La Habana, todos constituyen un gran instrumento, una oportunidad para los cineastas de conocerse, intercambiar experiencias, unir fuerzas, desarrollar la cooperación en las más variadas formas.

Creo que hay que aprovechar esta apertura democrática en América Latina, apertura que se desarrolla en condiciones precarias, en medio de una colosal crisis económica, porque al avance del Nuevo Cine está contribuyendo, precisamente, esa apertura que ha tenido lugar en Argentina, en Brasil, en Uruguay.

Ya ustedes ven cómo se asocia la independencia, la libertad, con el desarrollo del cine, con el desarrollo de nuestra cultura. Es necesario hacer conciencia sobre esto, y hay que hacer conciencia sobre esto a los políticos; hay que hacer con los políticos como han hecho conmigo, que soy también político, aunque un político que prefiere considerarse revolucionario. Hay que hacer conciencia, porque hay que movilizar mucha fuerza y muchos recursos.

Creo, sinceramente, que este Festival que acaba de efectuarse, es como un premio a estos hombres del cine latinoamericano que se propusieron llevar adelante esta batalla.

Ha participado en este Festival todo el pueblo, en primer lugar. Creo que habrá sido motivo de aliento y de estímulo para todos los cineastas ese enorme interés despertado por su obra artística, cómo había cines donde la cola era de varias manzanas, cómo miles de personas se reunían en los parques para ver las proyecciones en 16 milímetros, cómo también nuestro pueblo era capaz de comprender el valor de sus obras.

Para nosotros significaba también un motivo de satisfacción apreciar el desarrollo cultural e intelectual de nuestra población, donde se refleja, lógicamente, el hecho de que el analfabetismo desapareció hace mucho tiempo y que los niveles de educación de nuestra población alcanzan hoy un mínimo de nueve grados.

En este Festival se han presentado alrededor de 450 filmes —como ustedes conocen—, entre cortometrajes y largometrajes; es una cifra impresionante. Si siguen creciendo así, no sé si alguna vez tendrán que prolongar más todavía el Festival. El hecho es que los miembros del jurado vinieron desde antes, única fórmula ya de valorar tal volumen de obras, y hubo métodos de selecciones previas, facilitando la tarea con vistas a la concesión de todos estos premios. Han trabajado muy seriamente. En este Festival han participado alrededor de 800 delegados extranjeros, más de 100 periodistas, alrededor de 125 —tengo entendido— de las principales revistas de cine, de muchos de los más valiosos órganos críticos de todo el mundo. Recuerdo que esa fue otra cosa de la que se habló aquella noche, porque no hacíamos nada con tener un gran Festival y que el mundo no se enterara de qué se había exhibido en aquel Festival.

Creo que esta vez no será así. He tenido oportunidad de leer algunos cables internacionales, y, a decir verdad, he visto muchos cables objetivos de las agencias internacionales, que han expresado su reconocimiento por la calidad de este evento. Por cierto, hubo una agencia europea, cuyo reportero dijo: el Festival de Cannes se ha quedado pequeño al lado del Festival del Nuevo Cine de La Habana. Es decir, empieza a surgir ya un reconocimiento general en el mundo de la calidad del Festival, pero fundamentalmente de la calidad de las personas que participan en el evento y del material que se exhibe en el mismo.

Coincidiendo con el Festival —como se expresa en la Declaración leída por Birri— tuvieron lugar otros eventos importantes: el Congreso del Festival Internacional de Cine-Club, el Seminario sobre la situación actual del cine en Africa, Asia, América Latina y Europa Occidental. Creo que ha ocurrido algo también muy importante, verdaderamente importante, y recuerdo que esa fue otra de las cosas de la que los cineastas hablaron: cumplimentar la necesidad de acercarse a los cineastas de Africa y de otros países del Tercer Mundo, conscientes de que estaban viviendo una situación igual, o peor que la de América Latina.

Recuerdo que en aquella ocasión se habló de tratar de que América Latina conociera la situación social, cultural y la realidad africana. De eso hace solo un año, y ya hoy, en esta ocasión, en 1985, se ha podido efectuar un encuentro entre cineastas africanos y cineastas latinoamericanos, pudiendo apreciarse que hablan el mismo idioma cinematográfico, que tienen el mismo problema; se han reunido, han cambiado opiniones, han acordado una declaración conjunta en que se habla de colaboración, de apoyo mutuo, y se habla ya de que el próximo año vendrá al Festival una muestra del cine africano.

Se ha creado la Federación Latinoamericana de Festivales de Cine. Luego, el movimiento crece, se fortalece en la esfera de América Latina e internacionalmente. Se reunieron aquí también los representantes de los sindicatos y de las uniones de actores de cine latinoamericanos, las revistas latinoamericanas; ha tenido lugar una serie de importantes eventos con motivo del Festival. Creo que es un premio a los esfuerzos concebidos hace un año, y al trabajo realizado.

Pero hay una cuestión de suma importancia: cómo se va a romper ese bloqueo, cómo se va a romper ese monopolio, cómo se movilizan recursos para ayudar a este movimiento; aunque sean recursos modestos en sus inicios, pueden crecer. Debemos apelar a la colaboración internacional; debemos hacer que la opinión pública internacional tome conciencia de esta lucha que desarrollan los pueblos latinoamericanos a través de sus escritores, sus intelectuales, sus cineastas, que es una lucha de liberación, realmente, una verdadera lucha de liberación. Y recabar el apoyo internacional a este movimiento, reclamar el apoyo de los organismos internacionales, reclamar el apoyo de instituciones, reclamar el apoyo de estados, de gobiernos, de todos los que quieran colaborar con esta hermosa obra.

Eso fue lo que inspiró la creación de la fundación, que se inicia con un fondo inicial de 100 000 dólares. No es una cantidad grande, pero es algo para comenzar; será necesario hacer conciencia y trabajar, e idear las distintas formas mediante las cuales esos fondos puedan irse engrosando, porque alguna base material, algunas armas también económicas se necesitan.

Tenemos que procurar, sobre todo, que el Nuevo Cine se difunda. Yo estoy seguro de que esto constituye un bien para muchos países, estoy seguro de que muchos gobiernos no tienen que ser siquiera de hombres de izquierda, pueden ser de hombres de centro, incluso de algunos conservadores honestos, que en el mundo los hay, no todos los conservadores son unos trogloditas infernales; hay conservadores honestos, y yo he conocido algunos conservadores honestos, que no les entra el virus del progreso por ninguna parte, pero que tienen ciertos valores por los cuales se preocupan. Estoy seguro que cualquier político con un mínimo sentido de responsabilidad tiene que preocuparse de esa enajenación incesante, de esa incesante intoxicación y envenenamiento que están sufriendo las masas de sus países; tiene que comprender que es antieducativo, que es deformante, que es degenerante ese inmenso cúmulo de cultura enlatada que viene del imperio a través de las transnacionales; tiene que darse cuenta, como si le estuvieran introduciendo una bacteria, como si le estuvieran haciendo una guerra biológica. Esta guerra contra la mente es peor todavía que la que hicieran con virus y bacterias reales, es más humillante, es más degradante, es más insoportable, más difícil de erradicar. En ese sentido, el Nuevo Cine Latinoamericano ofrece materiales de otro tipo, de otra calidad a la comunidad internacional.

Cuando los directores de cine o los directores de televisión tienen que salir a cualquier parte del mundo occidental a buscar documentales, a buscar filmes, ¿qué se encuentran? Basura, como regla general, veneno, como regla general. No hay suficiente material bueno para llenar todos los espacios de los cines y de la televisión todos los días, todos los años. A nosotros nos pasa eso, en el esfuerzo por escoger lo mejor del cine en todas partes: en los países socialistas, en los países occidentales. Incluso, tratamos de adquirirlo de alguna forma cuando en Estados Unidos se produce una buena película; como ustedes saben, está prohibido el suministro a Cuba de películas norteamericanas. A ustedes les prohíben los yankis ver cine latinoamericano, y a nosotros nos prohíben los yankis ver cine norteamericano; a todos nos prohiben algo: a nosotros, como castigo; a ustedes, ¡vaya usted a saber por qué les prohíben ver cine latinoamericano! Tal vez para que no haya necesidad de castigarlos en el futuro como a Cuba.

Es un problema encontrar material de adecuada calidad para la televisión o el cine; nosotros lo sabemos, no alcanzan. Sin embargo, el Nuevo Cine Latinoamericano viene a constituir una fuente de valiosísimo material fílmico, de material que no es enajenante, material que puede enriquecer los valores culturales, morales, espirituales de nuestros pueblos. Creo que es un favor que se les hace a muchos gobiernos y a muchos estados, la oportunidad de tener un mercado donde adquirir filmes de otra naturaleza para el cine y la televisión. Nosotros somos muy beneficiados en ese sentido, y cada año es creciente el número de filmes de los que vienen al Festival que nuestro país adquiere, y no adquiere más por limitaciones de recursos, pero hace un esfuerzo mayor cada año. Así, el año pasado, se adquirieron alrededor de 50 filmes, y ojalá que esta cifra crezca y se duplique, porque será un bien para nuestro pueblo, será un placer para nuestro pueblo, será un medio de enriquecimiento cultural de nuestro pueblo, la posibilidad de ver el mayor número posible de largometrajes y documentales del Nuevo Cine Latinoamericano.

Esto es un beneficio para nosotros, nos beneficia, sencillamente, y tenemos que hacer que otros gobiernos, otros estados, otros países del Tercer Mundo, países socialistas, incluso países occidentales, o instituciones de los países occidentales, también comprendan eso.

Será una gran batalla, pero creo que lo que ha ocurrido en estos últimos años y este colosal progreso, demuestran que es posible librarla y es posible ganarla si obtenemos apoyo, si ganamos amigos, si hacemos conciencia de la naturaleza, del contenido, del valor moral y humano de esta lucha.

Tenemos que seguir trabajando, ahora no podemos dormirnos en los laureles del gran éxito del VII Festival; hay que empezar a trabajar por el VIII Festival, y nosotros desde ya nos comprometemos a mayores esfuerzos todavía por asegurar el éxito de estos eventos, que no es una competencia ni mucho menos, no es el espíritu competitivo lo que aquí prevalece, sino exposición de lo mejor de nuestro cine, encuentro fraternal, intercambio de ideas, de opiniones, espíritu de cooperación, de lucha común, participación común en una gran tarea histórica.

Aquí se han ido uniendo muchos factores, escritores valiosos, con el cine, con la televisión; hay que crear esa unión en América Latina de todos los intelectuales y de todos los creadores, porque unos potencian a los otros: el cine, la televisión, potencian la promoción del pensamiento y la obra de los escritores. Porque un libro lleva muchas horas leerlo, en dependencia de su extensión; una edición grande la leen un millón de personas en un país grande; un documental o un largometraje sobre esa obra, en hora y media, en dos horas, lo pueden disfrutar más de 100 millones de personas cuando es un país de mucha población, o cientos de millones cuando se trata de un continente.

El cine, la televisión, potencian la obra de los escritores —de eso se habló también en el Comité en aquella ocasión, tantas veces mencionada—; los escritores a su vez potencian la calidad del cine y la televisión, por eso debemos luchar por unir a los intelectuales, a los escritores, con el cine y con la televisión; son partes inseparables de un mismo fenómeno cultural. El cine y la televisión por otro lado se potencian mutuamente. Es por ello que el compañero García Espinosa me hablaba de la idea de proponerle al Comité, que el próximo año el Festival no sea solo de cine, sino Festival de cine, televisión y video.

También ha surgido una idea —nos parece muy buena, y que puede llevarse adelante con la colaboración de ustedes; me refiero a la colaboración intelectual, al aporte de la experiencia de que ustedes disponen—: crear una escuela de cine para estudiantes latinoamericanos y del Caribe. Esa es una buena idea, no hay duda, pero me parece, incluso, que mientras los africanos no tengan una posibilidad similar, debiera extenderse la idea de que esta escuela sea también para alumnos africanos, o de cualquier otro país del Tercer Mundo.

Nos proponemos apoyar esta iniciativa en la medida de nuestras fuerzas; la experiencia de lo transcurrido en solo un año, nos alienta y nos estimula a pensar que cualquier cosa que nos propongamos hacer, podemos lograrla. Cuando percibo la calidad humana e intelectual de los aquí reunidos, nos damos cuenta de que nada será imposible.

Por eso, para concluir, cumpliendo entre otras cosas con mi promesa de ser breve, ¡y les juro que lo he sido!, permítanme expresarles que lo que hemos visto alrededor de este Festival es tan alentador, tan estimulante, que más que nunca se consolida nuestra convicción de que no siempre seremos colonizados culturalmente, no siempre seremos dependientes, no siempre seremos explotados, ¡y que algún día, más temprano que tarde, llegará nuestra hora de libertad!

Muchas gracias.

—Teatro Karl Marx, La Habana, 15 de diciembre de 1985.

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