Plaza Catedral, el quinto largometraje del panameño Abner Benaim, se acaba de estrenar con merecido éxito en su país después de haber estado en la shortlist de la Academia de Hollywood como precandidata al Oscar a la Mejor película internacional y de ser la elegida para cerrar con broche de oro la 39ª edición del Festival de Cine de Miami (del 4 al 13 de marzo próximo).
La película es una coproducción entre Panamá, México y Colombia que recibió la ayuda de Ibermedia en esa modalidad en la Convocatoria 2015 y, al igual que las dos cintas anteriores de Benaim —los documentales Invasión (2014) y Yo no me llamo Rubén Blades (2018)—, representó a Panamá en los premios Oscar. Tres largometrajes de cinco. O, casi mejor, tres buenos argumentos por los que este guionista, productor, director y ocasional actor panameño es uno de los autores más sólidos del actual panorama cinematográfico latinoamericano.
Plaza Catedral narra el encuentro entre una arquitecta blanca y con dinero (la mexicana Ilse Salas) y un muchacho afrodescendiente pobre de 13 años (Fernando Xavier de Casta) que cuida autos en la céntrica plaza donde vive ella. La arquitecta se llama Alicia y se siente “muerta por dentro” desde que perdió a su hijo de seis años en un absurdo accidente doméstico, mientras que él se presenta como Chief, aunque más adelante se animará a contarle que en verdad se llama Alexis.
Alicia está en proceso de separación del padre de su hijo y Alexis tiene la dura biografía que suelen tener los chicos pobres que trabajan y viven en las calles en América Latina: los problemas que enfrentan dentro de sus casas son tan terribles como la pobreza, la exclusión y la violencia urbana que los envuelve como producto de la desigualdad de las sociedades a la que pertenecen.
En realidad, todo es parte de lo mismo. De ahí que, sabiendo que Plaza Catedral transcurre en Ciudad de Panamá, y más allá de los giros coloquiales propios del lugar, el espectador latinoamericano siente el estremecimiento de que lo que está viendo podría estar pasando ese mismo instante en São Paulo, Lima, Medellín, el DF o Buenos Aires.
“La película va más allá de las diferencias entre documental y ficción”, le decía Benaim a la periodista colombiana Camila Osorio en El País de España. Se refería a la triste paradoja que tuvieron que enfrentar primero él y su equipo, y después todos los espectadores de la película, al saber que el actor no profesional que interpreta a Alexis, Fernando Xavier de Casta, fue asesinado una noche de junio de 2021, un año y medio después de finalizado el rodaje.
Su extraordinaria interpretación le valió el Premio al mejor actor en el Festival de Guadalajara y ha contribuido a que Plaza Catedral tenga el recorrido que está teniendo, incluido el Premio del Público en el Festival de Cine de su país. Sin embargo, el chico no llegó a verse en pantalla. “Murió como tantos otros niños que mueren a diario en nuestra querida Latinoamérica, y que mueren anónimamente”, dijo entonces Benaim, conmovido al ver que la historia que contaba la película, y con la que él quería proponer una reflexión, se había salido de la pantalla de una forma tan trágica.
Plaza Catedral es su segundo largometraje de ficción. El primero marcó su debut (Chance, 2009) y de ahí se mantuvo en el documental hasta Yo no me llamo Rubén Blades, casi una década después. La semilla está en un dato biográfico del propio director: él vivió en el mismo departamento donde vive la arquitecta Alicia en la película, con ese balcón que mira a la Plaza y a los cuidadores de autos que siguen a los conductores ofreciendo sus servicios a voz en cuello.
“Tenía conversaciones con un señor que cuidaba carros abajo”, le contó a Osorio en la entrevista para El País. “Hablábamos diez o quince minutos, o una hora, y decidí que ese lugar fuera el punto de partida. Un amigo que vivía en el mismo barrio me dijo un día que le llegó sangrando un señor de la calle que cuidaba carros y lo llevó al hospital. Así, poco a poco, se fue armando la historia. Pero yo, realmente, lo que quería era hablar sobre dos personas que se necesitan y que no lo dicen, no lo quieren aceptar. Quería explorar ese tema de no pedir ayuda, o pedirla muy tarde, o de no ofrecer ayuda al otro. El tema de la solidaridad”.
Dos personas que se necesitan y no lo quieren aceptar pueden ser vistas también como dos mundos sociales que viven, no separados, sino ajenos el uno al otro. Hasta que un día se tocan. La escena con la que empieza Plaza Catedral es, en ese sentido, una de las más lúcidas que ha dado el cine latinoamericano contemporáneo sobre la insolidaridad —no exenta de violencia— que hay en el acto de no querer ver al otro aunque esté delante de nuestros ojos. A través de un ascensor interminable, la arquitecta sube al penthouse que la inmobiliaria para la que trabaja está construyendo en lo alto de un rascacielos. Desde ahí se puede ver Ciudad de Panamá entera, con sus islas-urbanizaciones-resort, sus puertos para yates, sus otros rascacielos, pero también los hacinados barrios pobres como el de Alexis/Chief, invisibles no sólo a su mirada, sino a la del espectador.
De hecho, el barrio que Benaim eligió para que fuese el de Alexis es el mismo donde comenzó la invasión de Estados Unidos contra Panamá en 1989 y que el cineasta ha reconstruido en su documental llamado justamente así, Invasión. Es también el barrio donde se crió el famoso boxeador panameño Roberto Mano de Piedra Durán, y al que Rubén Blades —uno de los productores, por cierto, de Plaza Catedral— alude en varias de sus canciones.
El barrio se llama El Chorrillo y está, dice Benaim, “al lado de San Felipe, que es el barrio que se renovó y es donde está la presidencia, donde están todos los palacios de gobierno, el Teatro Nacional y todo el centro histórico. El Chorrillo está al lado de todo eso, pero está muy mal. Si eres turista caminando de un barrio al otro son cinco minutos, pero hay policías que te paran y te dicen «para allá no pase»”.
De allí sale Alexis/Chief y hasta allí se adentra Alicia en un intento por salvarlo de la violencia doméstica, urbana, económica, estructural que se ceba con chicos como él y a los que la misma sociedad que los aparta más tarde los condena señalándolos con el dedo como casos perdidos, sin remedio. He ahí la poderosa fuerza de Plaza Catedral: Alicia, que no tiene nada que perder —como todos, en realidad—, se atreve a ver y cruzar al otro lado de sus privilegios.