Un niño del Caribe costarricense quiere entrar a una escuela de fútbol pero sus padres no pueden permitírselo. Si hay alguien en el mundo que está dispuesto a hacer todo por él es su hermano mayor, que incluso es capaz de poner en riesgo no ya sólo su libertad para que su hermano pueda acceder a lo que desea, sino la estabilidad de toda la familia, de por sí golpeada por la pobreza. Ésta es la premisa sobre la que Patricia Velásquez ha filmado Dos Aguas, su magnífico debut cinematográfico, estrenado en el pasado Festival de Panamá y ganador del premio Centroamérica Concluye en el Festival Ícaro. Estefanía Magro la entrevistó para el Programa Ibermedia y habló con ella no sólo de Dos Aguas, sino de sus varios proyectos futuros y del cine centroamericano en general.
Un niño del Caribe costarricense quiere entrar a una escuela de fútbol pero sus padres no pueden permitírselo. Si hay alguien en el mundo que está dispuesto a hacer todo por él es su hermano mayor, que incluso es capaz de poner en riesgo no ya sólo su libertad para que su hermano pueda acceder a lo que desea, sino la estabilidad de toda la familia, de por sí golpeada por la pobreza. Ésta es la premisa sobre la que Patricia Velásquez ha filmado Dos Aguas, su magnífico debut cinematográfico, estrenado en el pasado Festival de Panamá y ganador del premio Centroamérica Concluye en el Festival Ícaro. Estefanía Magro la entrevistó para el Programa Ibermedia y habló con ella no sólo de Dos Aguas, sino de sus varios proyectos futuros y del cine centroamericano en general.
Una entrevista de ESTEFANÍA MAGRO
¿De qué trata Dos Aguas?
Dos Aguas narra la historia de dos hermanos que se quieren y cuya relación se interrumpe por las malas decisiones del hermano mayor. Es una película que de una forma muy sutil, desde la mirada del hermano menor, muestra los estragos que genera en una familia el tráfico de drogas, y deja claro que es una situación a la que todos podemos estar expuestos en nuestras familias, sin importar la condición económica, social o educativa.
¿Cómo surgió la idea de hacer la película, en qué te inspiraste…?
El Caribe de Costa Rica es una región que llevo en el corazón y que conozco bastante bien. Quería hacer una película que retratara a la gente del Caribe, que es trabajadora, pero vive en condiciones muy limitadas. Por otra parte para mí es de los lugares más bellos que tiene el país, y es un lugar muy especial, donde no importan el color de la piel o la nacionalidad. Mucho de la historia que escribimos Oscar Herrera y yo surge a partir de nuestra experiencia en el Caribe y de historias que nos iban contando. Aurora Gámez, quien es hotelera en la zona, fue fundamental en la elaboración del guión. Muchos relatos que nos contó están allí, incluso la incluimos en la película como uno de los personajes.
¿Hay algo de autobiografía en la historia?
Más que ser una película autobiográfica es una película que narra mi visión del lugar. Mucha gente que está retratada allí es gente a la que conocí, a quienes les tengo cariño y a quienes les ha costado salir adelante. Hay una contradicción muy grande en un lugar como éste, donde todo es exuberante y hermoso, pero a la vez difícil y sin muchas posibilidades de educación ni de empleo. El turismo genera posibilidades en la zona pero también dinámicas complicadas como consumo de drogas y prostitución, que afectan sobre todo a la población más joven.
¿Cómo fue el rodaje y la producción siendo éste tu primer largometraje?
El rodaje fue muy emocionante pero difícil; ya desde el guión nos habíamos puesto una serie de retos que sabíamos que iban a complicarlo todo. Teníamos muchas escenas dentro del mar, algunas con lluvia, tomas aéreas y subacuáticas, íbamos a trabajar en locaciones de selva, playa y mar con actores naturales, que además estaban entre los 11 y 12 años y a cada nueva reunión que teníamos habían crecido un poquito más. Así que tuvimos que apresurar la filmación porque los niños cada vez estaban más grandes, y si ya se veían como adolescentes, para nosotros iba a perder fuerza dramática la película. Tengo que destacar el trabajo de Mónica Naranjo y el equipo de producción, que siendo su primer largometraje se echó al hombro una producción compleja y arriesgada y logró sacarla adelante exitosamente.
Desde la concepción del largometraje lo consideramos un proyecto comunitario, que íbamos a construir con la gente de la zona. Prácticamente todo el pueblo de Puerto Viejo está involucrado de una forma u otra en la película
Hablando de tomas aéreas y subacuáticas, ¿fue muy difícil su realización?
Las tomas aéreas y subacuáticas estaban escritas desde el guión, y en algún momento pensamos en eliminarlas por el costo que podría implicar realizarlas. Logramos hacer alianzas con dos empresas costarricenses: una que contaba con helicópteros y avionetas, la cual nos prestó el helicóptero, y otra que nos patrocinó las tomas con octocóptero. Fue una experiencia maravillosa filmarlas. A nivel estético le aportan mucho a la película, y fueron la sensación entre los pobladores durante la filmación. En cuanto a las subacuáticas, contamos con el apoyo del fotógrafo argentino Lucas Iturriza junto con un equipo de buzos y salvavidas que velaban por la seguridad del talento.
¿Cómo ha influido en la película que los actores apenas tuvieran mucha experiencia en interpretación?
Desde la concepción del largometraje lo consideramos un proyecto comunitario, que íbamos a construir con la gente de la zona. Trabajamos dos años en el Caribe sur, e hicimos casting. Prácticamente todo el pueblo de Puerto Viejo está involucrado de una forma u otra en la película. El trabajo actoral fue muy gratificante, y pusimos mucho énfasis sobre todo en que para ellos fuera muy cotidiana la situación del rodaje. Nunca se les entregó el guión y cada escena se trabajó con improvisaciones de los actores; incluso los ensayos tenían que ver con improvisaciones sobre situaciones de conflicto familiar, sin que necesariamente hiciera referencia al guión.
¿Qué buscabais en los castings?
En primer lugar, una gran capacidad de improvisación, que no hubiera miedo a la cámara. Nosotros les planteábamos situaciones que en parejas debían improvisar, y a partir de su fluidez y capacidad de elaborar ideas los seleccionábamos. En el caso de Nató, el personaje principal, necesitábamos eso, pero además que fuera un niño que despertara mucha ternura. Y aunque Ismael Brown al principio estaba un poco tímido, vimos en él una ternura y una inteligencia especial. Ismael estuvo en toda la filmación y tiene momentos de actuación maravillosos, nos encantó trabajar con él, y cuando terminó el rodaje, tanto él como nosotros nos sentimos muy tristes de que acabara todo tan rápido.
¿El trabajo de otros cineastas te ha inspirado o influido en la realización de tu película?
Sí, definitivamente, creo que sobre todo una película mexicana de Pedro González titulada Alamar, que aunque es una película muy distinta a Dos Aguas, me parecía que mostraba la relación de padre e hijo de una manera muy orgánica y hermosa y enmarcada e influenciada por el entorno. Me gusta mucho cómo en esa película se confunden los límites entre la ficción y la realidad, y así quería trabajar mi película, con actores representándose así mismos.
Hay una generación fabulosa de cineastas mexicanos a quienes hay que seguirles la pista, que están haciendo trabajos muy arriesgasdos e interesantes como Michel Franco, Amat Escalante, Yulene Olaizola, entre otros. Y no puedo dejar de mencionar a Javier Rebollo de España, que fue asesor de guión de Dos Aguas y se compenetró con el proyecto: sus enseñanzas fueron muy valiosas para nosotros.
Dos Aguas se estrenó mundialmente en el Festival de Cine de Panamá. ¿Cómo fue, cómo lo viviste…?
Fue intenso, con salas llenas y, especialmente en la función del martes 14, con una fila de personas que quedaron fuera. Fue bonito sentir que la película funcionaba bien, que las personas se reían en los momentos graciosos, que se identifican con el personaje principal, que lo quieren y sufren con él. Posteriormente a las funciones se realizaron sesiones de preguntas y respuestas donde se armó una discusión interesante sobre el Caribe costarricense y su gente. Muchos panameños se sintieron identificados con las problemáticas allí retratadas y nos felicitaron por hacer «una película sutil, que explora profundamente a la familia, optando por no usar la violencia».
En Centroamérica nos une la dificultad que existe para levantar fondos para nuestras películas, además de la falta de regulación en cuanto a permisos, salarios, seguros, etc.
¿Cuál es tu intención como directora en relación con el espectador? ¿Qué nos aporta Dos Aguas?
Nosotros sabíamos que queríamos hablar del Caribe, ése era nuestro personaje principal, por así decirlo; pero queríamos mostrar lo compleja que es la situación en un lugar que es paradisíaco, pero con muy pocas opciones de supervivencia y desarrollo económico, y donde los carteles de la droga están empezando a instalarse desde hace unos años para acá.
Limón, la provincia donde ocurre la historia, fue siempre una zona marginada, un enclave bananero al cual llegaron grandes poblaciones negras provenientes de Jamaica y otras islas del Caribe a trabajar primero en la construcción del ferrocarril y posteriormente en la United Fruit Company en condiciones miserables. Durante muchas décadas la población negra del país no fue considerada ciudadana ni siquiera, y aún hoy día es una zona que la gente del país no visita tanto, pues tienen muchos prejuicios sobre ella.
Y aunque Dos Aguas retrata un tema árido, lo hace desde la familia, y particularmente desde una que se quiere. Para nosotros cualquier persona puede estar expuesta al tráfico de drogas, o al consumo, no tiene que ver necesariamente con vivir en un hogar desintegrado o con ser «malo» o «pobre». Así que construimos a dos hermanos que darían lo que fuera el uno por el otro, como muchas veces es en la realidad: uno haría todo por su familia y el bienestar de ésta. Yo espero que sobre todo en Costa Rica la gente pueda cambiar su percepción del Caribe y analizarla en todas sus dimensiones.
Ahora mismo ya te encuentras produciendo tu segunda película, Apego. ¿Qué nos puedes contar sobre ella?
En Apego estoy trabajando desde el año pasado el guión con la asesora Catalina Murillo. Tuvimos la oportunidad de participar en el Cinergia Lab y ya hemos levantado algunos fondos para poder filmar si todo sale bien a fines del próximo año. Ésta también es una historia de familia, pero esta vez desde una visión más femenina; es una historia sobre las madres y las hijas y lo compleja que puede ser esa relación.
Tenemos entendido que también estás trabajando en dos proyectos más…
Oscar Herrera y yo estamos escribiendo también otros dos proyectos: uno que se llama Comienzo, sobre una chica de 14 años que debe empezar a vivir con su papá, después de 10 años de no relacionarse con él, tras un accidente de tránsito que sufre la mamá. Y el otro, Los fieles de la santa muerte, que trata de un hombre que funda una religión para salir de la pobreza. Van en etapas muy distintas de desarrollo. Nuestra prioridad en este momento es Apego, pero igual los estamos empezando a mover. Por otro lado estamos coproduciendo con Colombia y Ecuador —esta vez como productores minoritarios— otro proyecto que se llama La pesca del atún blanco, de la directora Maritza Blanco. Es un tema similar al de Dos Aguas, pero desde la visión de una muchacha que lucha por un mejor futuro.
¿Existen algunos denominadores comunes entre el cine que hacen en Costa Rica y el de los países centroamericanos vecinos?
Probablemente en toda Centroamérica, excepto Panamá, el factor económico: la dificultad que existe para todos en levantar fondos para nuestras películas, además de la falta de regulación en cuanto a permisos, salarios, seguros, etc. Otros países como México, Panamá, Colombia, entre muchos otros, cuentan con incentivos fiscales para las empresas que apoyan al cine, cuotas de pantalla, estímulos automáticos para la películas que representan al país en el extranjero, fondos para todas las etapas de elaboración de las películas, incluida la distribución. Acá la carencia de un marco legal hace que producir y distribuir nuestras películas sea difícil y muy frustrante.
En 2007 fundaste, junto con el músico, productor y guionista Oscar Herrera, la productora Tiempo Líquido con la que habéis hecho vídeos musicales, cortometrajes, documentales y reportajes para televisión, entre otras cosas. Oscar Herrera también es coguionista de Dos Aguas. ¿Cómo funciona vuestra dinámica?
Oscar y yo somos pareja, y aunque para algunos parezca difícil trabajar con su cónyuge, para nosotros ha sido muy sencillo. Usualmente en las noches nos ponemos a conversar alguna historia, hacemos apuntes o grabamos la conversación y escribimos, y allí vamos corrigiendo y cambiando. Cuando no logramos ponernos de acuerdo con algún acontecimiento lo sacamos del todo o lo dejamos para después, para que no nos corte mucho el trabajo. Al igual que Dos Aguas, este nuevo largometraje —Comienzo— lo estamos escribiendo con la asesoría de Catalina Murillo, que cuando andamos medio perdidos nos lleva por buen camino.
Estudiaste Comunicaciones y Psicología en la Universidad de Costa Rica. ¿Cuándo fue el momento en el que decidiste que querías dedicarte al cine?
Desde que estaba en la universidad estudiando Psicología, que fue mi primera carrera, me tocó hacer varios trabajos relacionados con comunicación, en radio y TV, primero como locutora y presentadora, y más tarde terminé trabajando como productora para la TV. Así que una vez que terminé la carrera decidí sacar una maestría en Comunicación; ahí empecé a hacer algunos trabajos de videoarte, luego cortometrajes, hasta que surgió la idea de hacer Dos Aguas y ahora es a lo que quiero dedicarme cien por ciento. No sé el momento exacto, pero ha sido ir aprendiendo día con día sobre cómo funciona cada aspecto de la producción cinematográfica desde un país que hace muy poquito cine y continuar aprendiendo y entendiendo cómo hacerlo mejor la siguiente vez.
¿Qué cine te gusta disfrutar como espectadora? ¿Cuáles son tus cineastas fetiche?
Muchísimos: me encantan Lars Von Trier, Thomas Vinterberg, Michael Haneke, Susanne Bier, Steve McQueen, Majid Majidi y, latinoamericanos, Pablo Larraín, Lucrecia Martel, Amat Escalante y Carlos Reygadas, entre muchos otros.
Tráiler
Una entrevista de ESTEFANÍA MAGRO
¿De qué trata Dos Aguas?
Dos Aguas narra la historia de dos hermanos que se quieren y cuya relación se interrumpe por las malas decisiones del hermano mayor. Es una película que de una forma muy sutil, desde la mirada del hermano menor, muestra los estragos que genera en una familia el tráfico de drogas, y deja claro que es una situación a la que todos podemos estar expuestos en nuestras familias, sin importar la condición económica, social o educativa.
¿Cómo surgió la idea de hacer la película, en qué te inspiraste…?
El Caribe de Costa Rica es una región que llevo en el corazón y que conozco bastante bien. Quería hacer una película que retratara a la gente del Caribe, que es trabajadora, pero vive en condiciones muy limitadas. Por otra parte para mí es de los lugares más bellos que tiene el país, y es un lugar muy especial, donde no importan el color de la piel o la nacionalidad. Mucho de la historia que escribimos Oscar Herrera y yo surge a partir de nuestra experiencia en el Caribe y de historias que nos iban contando. Aurora Gámez, quien es hotelera en la zona, fue fundamental en la elaboración del guión. Muchos relatos que nos contó están allí, incluso la incluimos en la película como uno de los personajes.
¿Hay algo de autobiografía en la historia?
Más que ser una película autobiográfica es una película que narra mi visión del lugar. Mucha gente que está retratada allí es gente a la que conocí, a quienes les tengo cariño y a quienes les ha costado salir adelante. Hay una contradicción muy grande en un lugar como éste, donde todo es exuberante y hermoso, pero a la vez difícil y sin muchas posibilidades de educación ni de empleo. El turismo genera posibilidades en la zona pero también dinámicas complicadas como consumo de drogas y prostitución, que afectan sobre todo a la población más joven.
¿Cómo fue el rodaje y la producción siendo éste tu primer largometraje?
El rodaje fue muy emocionante pero difícil; ya desde el guión nos habíamos puesto una serie de retos que sabíamos que iban a complicarlo todo. Teníamos muchas escenas dentro del mar, algunas con lluvia, tomas aéreas y subacuáticas, íbamos a trabajar en locaciones de selva, playa y mar con actores naturales, que además estaban entre los 11 y 12 años y a cada nueva reunión que teníamos habían crecido un poquito más. Así que tuvimos que apresurar la filmación porque los niños cada vez estaban más grandes, y si ya se veían como adolescentes, para nosotros iba a perder fuerza dramática la película. Tengo que destacar el trabajo de Mónica Naranjo y el equipo de producción, que siendo su primer largometraje se echó al hombro una producción compleja y arriesgada y logró sacarla adelante exitosamente.
Desde la concepción del largometraje lo consideramos un proyecto comunitario, que íbamos a construir con la gente de la zona. Prácticamente todo el pueblo de Puerto Viejo está involucrado de una forma u otra en la película
Hablando de tomas aéreas y subacuáticas, ¿fue muy difícil su realización?
Las tomas aéreas y subacuáticas estaban escritas desde el guión, y en algún momento pensamos en eliminarlas por el costo que podría implicar realizarlas. Logramos hacer alianzas con dos empresas costarricenses: una que contaba con helicópteros y avionetas, la cual nos prestó el helicóptero, y otra que nos patrocinó las tomas con octocóptero. Fue una experiencia maravillosa filmarlas. A nivel estético le aportan mucho a la película, y fueron la sensación entre los pobladores durante la filmación. En cuanto a las subacuáticas, contamos con el apoyo del fotógrafo argentino Lucas Iturriza junto con un equipo de buzos y salvavidas que velaban por la seguridad del talento.
¿Cómo ha influido en la película que los actores apenas tuvieran mucha experiencia en interpretación?
Desde la concepción del largometraje lo consideramos un proyecto comunitario, que íbamos a construir con la gente de la zona. Trabajamos dos años en el Caribe sur, e hicimos casting. Prácticamente todo el pueblo de Puerto Viejo está involucrado de una forma u otra en la película. El trabajo actoral fue muy gratificante, y pusimos mucho énfasis sobre todo en que para ellos fuera muy cotidiana la situación del rodaje. Nunca se les entregó el guión y cada escena se trabajó con improvisaciones de los actores; incluso los ensayos tenían que ver con improvisaciones sobre situaciones de conflicto familiar, sin que necesariamente hiciera referencia al guión.
¿Qué buscabais en los castings?
En primer lugar, una gran capacidad de improvisación, que no hubiera miedo a la cámara. Nosotros les planteábamos situaciones que en parejas debían improvisar, y a partir de su fluidez y capacidad de elaborar ideas los seleccionábamos. En el caso de Nató, el personaje principal, necesitábamos eso, pero además que fuera un niño que despertara mucha ternura. Y aunque Ismael Brown al principio estaba un poco tímido, vimos en él una ternura y una inteligencia especial. Ismael estuvo en toda la filmación y tiene momentos de actuación maravillosos, nos encantó trabajar con él, y cuando terminó el rodaje, tanto él como nosotros nos sentimos muy tristes de que acabara todo tan rápido.
¿El trabajo de otros cineastas te ha inspirado o influido en la realización de tu película?
Sí, definitivamente, creo que sobre todo una película mexicana de Pedro González titulada Alamar, que aunque es una película muy distinta a Dos Aguas, me parecía que mostraba la relación de padre e hijo de una manera muy orgánica y hermosa y enmarcada e influenciada por el entorno. Me gusta mucho cómo en esa película se confunden los límites entre la ficción y la realidad, y así quería trabajar mi película, con actores representándose así mismos.
Hay una generación fabulosa de cineastas mexicanos a quienes hay que seguirles la pista, que están haciendo trabajos muy arriesgasdos e interesantes como Michel Franco, Amat Escalante, Yulene Olaizola, entre otros. Y no puedo dejar de mencionar a Javier Rebollo de España, que fue asesor de guión de Dos Aguas y se compenetró con el proyecto: sus enseñanzas fueron muy valiosas para nosotros.
Dos Aguas se estrenó mundialmente en el Festival de Cine de Panamá. ¿Cómo fue, cómo lo viviste…?
Fue intenso, con salas llenas y, especialmente en la función del martes 14, con una fila de personas que quedaron fuera. Fue bonito sentir que la película funcionaba bien, que las personas se reían en los momentos graciosos, que se identifican con el personaje principal, que lo quieren y sufren con él. Posteriormente a las funciones se realizaron sesiones de preguntas y respuestas donde se armó una discusión interesante sobre el Caribe costarricense y su gente. Muchos panameños se sintieron identificados con las problemáticas allí retratadas y nos felicitaron por hacer «una película sutil, que explora profundamente a la familia, optando por no usar la violencia».
En Centroamérica nos une la dificultad que existe para levantar fondos para nuestras películas, además de la falta de regulación en cuanto a permisos, salarios, seguros, etc.
¿Cuál es tu intención como directora en relación con el espectador? ¿Qué nos aporta Dos Aguas?
Nosotros sabíamos que queríamos hablar del Caribe, ése era nuestro personaje principal, por así decirlo; pero queríamos mostrar lo compleja que es la situación en un lugar que es paradisíaco, pero con muy pocas opciones de supervivencia y desarrollo económico, y donde los carteles de la droga están empezando a instalarse desde hace unos años para acá.
Limón, la provincia donde ocurre la historia, fue siempre una zona marginada, un enclave bananero al cual llegaron grandes poblaciones negras provenientes de Jamaica y otras islas del Caribe a trabajar primero en la construcción del ferrocarril y posteriormente en la United Fruit Company en condiciones miserables. Durante muchas décadas la población negra del país no fue considerada ciudadana ni siquiera, y aún hoy día es una zona que la gente del país no visita tanto, pues tienen muchos prejuicios sobre ella.
Y aunque Dos Aguas retrata un tema árido, lo hace desde la familia, y particularmente desde una que se quiere. Para nosotros cualquier persona puede estar expuesta al tráfico de drogas, o al consumo, no tiene que ver necesariamente con vivir en un hogar desintegrado o con ser «malo» o «pobre». Así que construimos a dos hermanos que darían lo que fuera el uno por el otro, como muchas veces es en la realidad: uno haría todo por su familia y el bienestar de ésta. Yo espero que sobre todo en Costa Rica la gente pueda cambiar su percepción del Caribe y analizarla en todas sus dimensiones.
Ahora mismo ya te encuentras produciendo tu segunda película, Apego. ¿Qué nos puedes contar sobre ella?
En Apego estoy trabajando desde el año pasado el guión con la asesora Catalina Murillo. Tuvimos la oportunidad de participar en el Cinergia Lab y ya hemos levantado algunos fondos para poder filmar si todo sale bien a fines del próximo año. Ésta también es una historia de familia, pero esta vez desde una visión más femenina; es una historia sobre las madres y las hijas y lo compleja que puede ser esa relación.
Tenemos entendido que también estás trabajando en dos proyectos más…
Oscar Herrera y yo estamos escribiendo también otros dos proyectos: uno que se llama Comienzo, sobre una chica de 14 años que debe empezar a vivir con su papá, después de 10 años de no relacionarse con él, tras un accidente de tránsito que sufre la mamá. Y el otro, Los fieles de la santa muerte, que trata de un hombre que funda una religión para salir de la pobreza. Van en etapas muy distintas de desarrollo. Nuestra prioridad en este momento es Apego, pero igual los estamos empezando a mover. Por otro lado estamos coproduciendo con Colombia y Ecuador —esta vez como productores minoritarios— otro proyecto que se llama La pesca del atún blanco, de la directora Maritza Blanco. Es un tema similar al de Dos Aguas, pero desde la visión de una muchacha que lucha por un mejor futuro.
¿Existen algunos denominadores comunes entre el cine que hacen en Costa Rica y el de los países centroamericanos vecinos?
Probablemente en toda Centroamérica, excepto Panamá, el factor económico: la dificultad que existe para todos en levantar fondos para nuestras películas, además de la falta de regulación en cuanto a permisos, salarios, seguros, etc. Otros países como México, Panamá, Colombia, entre muchos otros, cuentan con incentivos fiscales para las empresas que apoyan al cine, cuotas de pantalla, estímulos automáticos para la películas que representan al país en el extranjero, fondos para todas las etapas de elaboración de las películas, incluida la distribución. Acá la carencia de un marco legal hace que producir y distribuir nuestras películas sea difícil y muy frustrante.
En 2007 fundaste, junto con el músico, productor y guionista Oscar Herrera, la productora Tiempo Líquido con la que habéis hecho vídeos musicales, cortometrajes, documentales y reportajes para televisión, entre otras cosas. Oscar Herrera también es coguionista de Dos Aguas. ¿Cómo funciona vuestra dinámica?
Oscar y yo somos pareja, y aunque para algunos parezca difícil trabajar con su cónyuge, para nosotros ha sido muy sencillo. Usualmente en las noches nos ponemos a conversar alguna historia, hacemos apuntes o grabamos la conversación y escribimos, y allí vamos corrigiendo y cambiando. Cuando no logramos ponernos de acuerdo con algún acontecimiento lo sacamos del todo o lo dejamos para después, para que no nos corte mucho el trabajo. Al igual que Dos Aguas, este nuevo largometraje —Comienzo— lo estamos escribiendo con la asesoría de Catalina Murillo, que cuando andamos medio perdidos nos lleva por buen camino.
Estudiaste Comunicaciones y Psicología en la Universidad de Costa Rica. ¿Cuándo fue el momento en el que decidiste que querías dedicarte al cine?
Desde que estaba en la universidad estudiando Psicología, que fue mi primera carrera, me tocó hacer varios trabajos relacionados con comunicación, en radio y TV, primero como locutora y presentadora, y más tarde terminé trabajando como productora para la TV. Así que una vez que terminé la carrera decidí sacar una maestría en Comunicación; ahí empecé a hacer algunos trabajos de videoarte, luego cortometrajes, hasta que surgió la idea de hacer Dos Aguas y ahora es a lo que quiero dedicarme cien por ciento. No sé el momento exacto, pero ha sido ir aprendiendo día con día sobre cómo funciona cada aspecto de la producción cinematográfica desde un país que hace muy poquito cine y continuar aprendiendo y entendiendo cómo hacerlo mejor la siguiente vez.
¿Qué cine te gusta disfrutar como espectadora? ¿Cuáles son tus cineastas fetiche?
Muchísimos: me encantan Lars Von Trier, Thomas Vinterberg, Michael Haneke, Susanne Bier, Steve McQueen, Majid Majidi y, latinoamericanos, Pablo Larraín, Lucrecia Martel, Amat Escalante y Carlos Reygadas, entre muchos otros.
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