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Lucrecia Martel, a propósito de ‘Chocobar’: «Debemos preocuparnos por el acceso de más sectores a la producción narrativa de sí mismos»

  • Hace unos días, el Jurado de la 54ª edición del Festival Internacional de Cine Visions du Réel de Nyon, Suiza, otorgó el Premio de Honor a la cineasta argentina Lucrecia Martel, un reconocimiento a su brillante trayectoria iniciada en el largometraje con La ciénaga (2001) y cuyo último título estrenado hasta el hoy es Zama (2017). «A través de una gramática cinematográfica altamente sensorial, el cine de Martel examina la crisis existencial de las clases medias en Argentina, la asfixiante mecánica social del país y sus conflictos poscoloniales, todo ello sin dejar de evocar implícitamente su historia y los fantasmas que la habitan», se leía en la justificación del galardón, un verdadero homenaje que incluyó una retrospectiva de su obra y una clase magistral impartida por ella. En esa conferencia Lucrecia Martel habló de Chocobar, su nuevo proyecto de largometraje, un documental sobre el líder indígena Javier Chocobar, asesinado por el empresario Darío Amín en 2009 en la comunidad de Chuschagasta, Tucumán, Argentina. A propósito de su nueva película, todavía en preparación (una coproducción de Rei Cine de Argentina, Piano Producciones de México, Louverture de EE UU y Snowglobe Films de Dinamarca que recibió la ayuda de Ibermedia en esa línea en la Convocatoria 2020), Miguel Savransky y Valentín Huart conversaron con ella para Jacobin. Revuelta de la razón. Gracias a la revista y a sus autores, a continuación reproducimos la entrevista para nuestra comunidad.
Imagen de Chocobar, el documental en el que trabaja actualmente Lucrecia Martel.

Escriben MIGUEL SAVRANSKY y VALENTÍN HUART

Lucrecia Martel, cineasta oriunda de Salta, Argentina, es una de las artistas más importantes del momento. Goza de un amplio reconocimiento a nivel internacional y sus películas fueron premiadas y distinguidas en numerosos festivales. En su país se convirtió en una figura de culto y en una referencia clave para las nuevas generaciones de realizadores cinematográficos.

Se hizo conocida gracias a La ciénaga (2001), su primer largometraje, considerado frecuentemente como uno de los hitos del Nuevo Cine Argentino. Le siguieron La niña santa (2004) y La mujer sin cabeza (2008). Estas películas, ordenadas en función de su particular geografía y de ciertos nudos temáticos y formales, traman una serie conocida como la «trilogía de Salta». Más tarde llegó Zama (2017), transposición cinematográfica de la novela homónima de Antonio Di Benedetto y película de enorme ambición estética: su producción y realización se extendieron durante casi diez años.

Aunque tal vez menos conocida, una nutrida variedad de cortometrajes enriquece la obra de Martel. En 2019 colaboró con Björk en la dirección y puesta en escena de Cornucopia, décima gira musical y primera producción teatral de la islandesa. Expandiendo todavía más su universo creativo, hace sólo unos meses, en junio, la argentina presentó en Ámsterdam El pasaje, su primera instalación artística, que combina la tecnología de un motor de videojuegos con cámaras termales.

Además de ser una gran artista, Martel es una persona frontal cuando quiere manifestar su pensamiento político. No sólo toma posición sobre los temas que marcan la agenda pública, sino que logra tensionar esa misma agenda con sus propias interpelaciones. Es el caso de su crítica de la matriz colonialista del pensamiento hegemónico y de las múltiples modalidades del racismo todavía imperantes. En todos los casos, sus intervenciones destacan por su gran inteligencia y por una disposición sincera a la reflexión.

Actualmente trabaja en un documental sobre el líder indígena Javier Chocobar, asesinado el 12 de octubre de 2009, en tierra diaguita, por un terrateniente que decía ser dueño del lugar. En 2020, el proyecto, titulado Chocobar, fue premiado con el Leopardo de Oro de la sección internacional del Festival de Locarno.

Logramos robarle un poco de tiempo para conversar sobre los motivos que la llevaron a emprender este nuevo proyecto y los interrogantes políticos que hay detrás, y aprovechamos también para preguntarle su opinión acerca de las problemáticas medioambientales y de los desafíos del feminismo.

Martel durante el rodaje de Zama, su último largometraje estrenado.

La violencia es peor si conocemos las circunstancias en las que este país se organizó como república, sin romper con la matriz colonial

Nos gustaría que nos cuentes algo sobre el trabajo de investigación y el proceso creativo de tu actual proyecto documental sobre el asesinato de Javier Chocobar. ¿Cómo surgió tu inquietud por su figura y cómo se transformó eso en la posibilidad de una película? Si es cierto que en Zama (2017) decidiste dejar afuera la escena de la violación, para no reproducir una violencia que se manifiesta de forma cotidiana, ¿qué hacer en este caso en el que los momentos previos al asesinato fueron filmados y subidos a YouTube por los propios perpetradores del crimen? 

Cuando vi las imágenes previas al crimen de Chocobar, miembro de la comunidad indígena Chuschagasta, en el marco de los reclamos de tierra de las comunidades indígenas de nuestro país, pensé en la injusticia y la impunidad, como le pasa a cualquiera que ve ese video. Pero la investigación me fue llevando inevitablemente a lo que hace posible la existencia de ese crimen todavía impune. El crimen fue en el 2009, el juicio recién se llevó a cabo en el 2018, los imputados fueron condenados y puestos en prisión preventiva hasta que la sentencia quedara firme. Acá hay tres instancias de apelación de una sentencia. En el 2020 fueron puestos en libertad porque los jueces de la segunda instancia no se habían pronunciado. No tuvieron tiempo en un año de cuarentena en el que no tenían nada que hacer. Este año el asesino murió de covid. Los dos expolicías cómplices siguen en libertad.

La violencia de ese video es mucho peor si conocemos las circunstancias históricas en las que este país se organizó como república, sin romper con la matriz colonial. De modo que la independencia cambió de manos el poder económico y político, de la corona a una burguesía criolla y española, pero en la igualdad de ciudadanos no estaban los indios, las indias, los negros, las negras y las mujeres blancas. Ni mencionar cualquier persona que no se adscriba a estos géneros. Las tierras comunales indígenas pasaron a ser tierras fiscales en la enorme mayoría de los casos, y así se consolidó el despojo y el racismo de mi país.

El racismo es una invención más sofisticada que un Tesla de Musk o un iPhone de Apple. Es un sistema de discriminación entre pares, de modo que a unos les va a tocar trabajar para los otros. Arrebatar el tiempo de otro ser humano asignándole tareas excesivas de las que sólo va a nutrirse un pequeño grupo requiere de un complejísimo sistema de descalificación que apunta contra el que trabaja. Primero se logra por la fuerza, luego se mantiene con la educación. La violencia es un gasto de energía enorme, por eso el ahorro se produce con la educación. Estoy hablando de una educación que reproduce, justifica y limpia de culpas a quienes van a beneficiarse de ese sacrificio humano, y es la misma educación que intentará convencer al sacrificado de que es justo su padecimiento. Por supuesto nada es perfecto y desde todos los tiempos ha habido resistencia a estos atropellos.

Lo más morboso no está en las imágenes de ese video, está en las circunstancias sostenidas en el tiempo. Sucede que los males crónicos son menos percibidos que los momentos de violencia puntuales.

Javier Chocobar, el líder indígena argentino asesinado, en otra imagen incluida en el documental.

Hoy se pone en cuestión la legitimidad de hablar en nombre de otras personas (un ejemplo reciente es el debate que se generó alrededor de la traducción del poema de Amanda Gorman). Sin embargo, parece ser un procedimiento hasta cierto punto constitutivo del arte. En el caso particular del cine, salvo contadas excepciones, hay que decir que ha sido producido históricamente por las clases medias y altas. ¿Es un problema que te planteás a la hora de encarar un documental como éste?

Todo el mundo puede reflexionar sobre cualquier tema, y atenerse a sus limitaciones, que serán advertidas por el público tarde o temprano. Pero por lo que sí debemos preocuparnos es por el acceso de más sectores a la producción narrativa de sí mismos. Pensar sobre el mundo es legítimo para cualquier habitante de este planeta, siempre y cuando no quiera el habitante hablar como si conociera los padecimientos del otro desde el cuerpo. Lo que no es legítimo es que se oculte la distancia que hay entre los sujetos de la acción y el narrador. Teniendo en cuenta eso, es posible hablar de cualquier cosa. Espero ansiosamente una película villera (así se llama a los barrios donde la mayor parte de la gente se hace su propia casa y carecen de servicios durante décadas hasta que logran ser reconocidos como barrio) sobre la clase media argentina. Necesito saber cómo nos ven.

En mis trabajos he tomado la posición de mantenerme a distancia del otro del que desconozco su día a día. Pero no he obviado ningún detalle de lo que observo desde esa distancia. Puedo estar equivocada, por supuesto, pero me someto al juicio histórico, que es eterno. En esta película, Chocobar, nos detenemos detalladamente en cada una de las estrategias que hicieron posible el crimen de Javier Chocobar. Son estrategias que tienen más de 500 años. Las hemos llamado «pensamiento blanco» a falta de un concepto mejor, pero cada vez me parece más adecuado.

Por dar un ejemplo, cuando una comunidad reclama sus tierras, lo hace en base a su uso, su utilización. No hay título previo. El título es un documento que genera el orden hegemónico, de modo que se otorga discrecionalmente. Durante la colonia, los soldados, oficiales y funcionarios de la corona reclamaban tierra para sí. Es decir, en el origen siempre hay una persona pidiendo tierra y un poder que legitima o no ese pedido con un documento. Pero jamás se han cuestionado los títulos coloniales sobre la tierra americana después de la independencia. Pareciera que nada hay que discutir sobre eso. Pero sí se sospecha sistemáticamente de los reclamos indígenas. El problema tiene muchas más complejidades, sólo destaco una muy evidente.

Las tierras comunales indígenas pasaron a ser tierras fiscales en la mayoría de los casos, y así se consolidó el despojo y el racismo de mi país

Esta cuestión de la tierra también aparece en Leguas, un corto que escribiste y dirigiste en 2015. ¿Podrías contarnos de qué se trata?

Ese corto es del 2011 o 2012, creo. Ya conocía a la comunidad a la que pertenecía Javier Chocobar, los Chuschas. El BID, a través de Gael García Bernal, entregó dinero para hacer cortos sobre la deserción escolar en Latinoamérica, un problema en alarmante crecimiento en nuestro país y más aun en estos últimos dos años, por la cuarentena. En el corto vemos muy esquemáticamente cómo la escuela permanece ajena a los conflictos territoriales y, peor aun, cómo se relaciona la escuela con los vecinos más ricos, que son los que pueden ser más generosos con la escuela en bienes materiales. Y a la vez la necesidad que tienen los chicos de las comunidades de aprender para defenderse en el futuro.

Cuando fue el crimen de Chocobar, sus hijos, nietos y sobrinos iban a una escuela donde uno de los docentes era hermano del asesino. Además que la escuela misma está emplazada en un predio supuestamente donado por la familia del asesino. No hubo en la escuela ninguna mención oficial a este crimen, siendo que una importante parte de los chicos que asisten pertenecen a comunidades indígenas. La escuela es un lugar donde todos debemos sentir pertenencia. En los manuales en los que hemos estudiado historia, el indio es el pasado. Lo vemos en el capítulo Precolombino y luego nos cuentan que desaparecieron con las expediciones militares de fines del siglo XIX, que intentaban consolidar los territorios de la república Argentina. De los negros esclavos y libertos que eran una población mayor a la indígena en el siglo XVIII no sabemos nada, absolutamente nada, salvo que vendían mazamorra en las calles cantando simpáticos pregones.

Fotograma de La ciénaga (2001), ópera prima que le valió el reconocimiento internacional inmediato a Lucrecia Martel.

Vivimos una época de crisis inédita que plantea toda una serie de problemáticas de tipo ecológico pero que al mismo tiempo exacerban la desigualdad económica y la desigualdad entre las personas en general. ¿Cómo pensás que se relacionan ambos problemas?

Sin duda hay una relación directa entre el estado del planeta y el modelo económico, pero lamentablemente hay un discurso ambientalista que ha servido a los mismos propósitos del actual modelo económico. Por ejemplo, en la zona donde estamos trabajando con esta película, hay emprendimientos turísticos privados, llamados Reservas Privadas. En sus presentaciones ante organismos de medio ambiente, para conseguir certificaciones y apoyos económicos, hay análisis sobre la flora y la fauna, y se señala como riesgo el impacto negativo de la presencia de pobladores que no son ambientalistas.

¿Quiénes son esos pobladores? Población indígena dispersa en los cerros. ¿Tienen títulos? No, pero podrían reclamarlos. Ante este peligro, comienzan a aparecer argumentos modernos con los que el progresismo está sensibilizado y que buscan descalificar a la población, que es indígena. Al mismo tiempo, los folletos de estos emprendimientos señalan la posibilidad de que el turista se encuentre con campesinos y cocineras auténticas de la región, que no son ni más ni menos que la parte de esa población indígena que supuestamente son un riesgo ambiental.

El peligro del ecosistema es indudable, pero la evaluación de los impactos con respecto a la población son dudosos en muchos casos. El saneamiento del planeta no puede ser pagado nuevamente por la gente que ha sido saqueada.

El racismo es una invención más sofisticada que un Tesla o un iPhone. Es un sistema de discriminación entre pares, de modo que a unos les va a tocar trabajar para los otros

En el ámbito cultural, regado de violencias y abusos, empiezan a plantearse con fuerza los problemas de la «cancelación», de la posibilidad o no de separar al autor de su obra, etc. En algún momento dijiste que es importante no apuntar a borrar por decreto estas experiencias, que deberían movernos a pensar. ¿Podés desarrollar un poco lo que pensás sobre estos temas y sobre el feminismo en general?

No es necesario ser feminista para acordar con el feminismo. Es mi caso. La pelea puede darse desde cualquier lugar que analice el poder y rescate la experiencia de los vencidos para pensar en otra cosa. No es necesario ser feminista, pero es imprescindible incluir el pensamiento feminista, que es muy variado y muy agudo. Han habido movimientos y pensadoras que han construido y siguen construyendo un camino innovador y de una praxis muy concreta. Yo no pertenezco al movimiento feminista porque no tengo esa formación tan precisa. Cometo errores incluso con las palabras nuevas con las que se nombran las cosas desde el feminismo. Pero no tengo ninguna duda de que iluminaron mi camino. No es necesario ser marxista para entender lo que es la plusvalía. Apoyo las cosas que me parecen bien. El feminismo es una de ellas.

La cancelación no es un problema de todo el feminismo, es muy diverso el movimiento. El punitivismo, la cancelación, me aterran. Pero el silencio con el que cuentan los abusadores es igualmente aterrador. Supongo que podremos encontrar una solución mejor que la cancelación, pero mientras tanto es muy injusto pedir recato después de tantos siglos de opresión.

En mi paso por Venecia manifesté que no iba a ir a la gala de la película de Polanski en solidaridad mínima con las víctimas, porque no hay sólo una denuncia contra Polanski. No sabía que Polanski no podía ir a Venecia porque está en un país con convenios con EE UU, y si toca Italia, Interpol puede detenerlo por la condena pendiente en el país norteamericano. Aun así, dije que vería la película. No considero eso cancelación, sino un mínimo gesto para con las víctimas. No estoy a favor de que se prohíban las películas ni ninguna expresión del pensamiento humano. Fue muy interesante ver cómo en J’accuse (2019) Polanski intentaba indultarse identificándose con Dreyfus, un hombre acusado injustamente, que no es el caso de Polanski. Entonces, es importante que todos podamos ver cómo un hombre con todos los recursos para reflexionar sobre sus actos, decide no hacerlo.

A veinte años de La ciénaga (2001) y cerrado de alguna manera el ciclo del así llamado Nuevo Cine Argentino, ¿vislumbrás algún aire de renovación en el cine nacional y latinoamericano actualmente? ¿Qué películas o cineastas destacarías?

Perdón, me quedé sin tiempo, tengo que ir a editar.

En este enlace se puede leer la entrevista tal como fue publicada originalmente en Jacobin. Revuelta de la razón.

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