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Jorge Vignati. Adiós a un maestro peruano de la luz

Nadie puede hablar hoy de cine en el Perú sin mencionar a Jorge Vignati. Realizador, director de fotografía y camarógrafo, trabajó en numerosas películas de ficción y más de 80 documentales, muchos de ellos para la BBC, National Geographic, Discovery Channel, History Channel, la ZDF alemana y la RAI italiana. Filmó en todo el Perú y también en Nicaragua, Bolivia, Ecuador, México, Argentina, Costa Rica, República Dominicana, Colombia, Estados Unidos, Alemania, Pakistán, Filipinas, Mozambique, Senegal, Kenia, Uganda y la Antártida. Desde la mítica Fitzcarraldo, fue el “brazo fuerte y sabio” de Werner Herzog (en palabras de Pili Flores-Guerra), y en el homenaje que le rindieron en el Festival de Cine de Lima el director alemán emocionó al auditorio con una sentida alocución que empezaba así: “Jorge Vignati ha trabajado conmigo en lo más profundo de la selva y las más altas montañas del mundo […] Estoy en deuda con él. Sin su perseverancia, su profesionalismo y su profunda humanidad yo no habría llegado tan lejos”. Vignati, un grande del cine peruano, falleció el pasado 8 de marzo. En esta semblanza, él mismo recuerda sus inicios.

El fotógrafo, periodista, escritor y librero uruguayo Sengo Pérez lo llamaba «hermanito viejo» y quizá no haya mejor manera de recordar a Jorge Vignati que repitiendo sus palabras. Hermanito viejo: referente esencial en la historia del cine peruano. Justamente con Sengo Pérez, Vignati mantuvo una de las últimas conversaciones destinadas a publicarse en la prensa. Concretamente, en la revista Cosas, donde la edición en que iba a aparecer ya estaba impresa el miércoles 8 de marzo cuando se supo que Vignati había muerto.

En esa entrevista, fresca y distendida como son las conversaciones entre amigos, Vignati le contaba con mucha gracia cómo se inició en el cine. Primero, por supuesto, como niño espectador, en una época en que no había televisión y cada fin de semana los padres intentaban llevar a sus hijos a las funciones matutinas, las famosas matinées.

Vignati era cusqueño, de padre y madre nacidos allí, y mientras él se iba haciendo adolescente se enteró de que había un grupo de paisanos —Hernán Velarde, Eulogio Nishiyama, Luis Figueroa, César Villanueva y Manuel Chambi, entre otros— que se reunía para hablar de pintura, literatura y artes en general, y también para comentar críticamente las películas que llegaban al Cusco. El grupo no nació con la idea de hacer cine, recordaba Vignati, «pero lo hicieron». Su película más conocida es Kukulí (1961), rodada en quechua, dirigida por Figueroa, Nishiyama y Villanueva (con Sebastián Salazar Bondy como coguionista), y considerada hoy un hito cinematográfico que animó al historiador de cine francés Georges Sadoul a llamar a ese movimiento «La escuela cusqueña».

Ha partido el amo del desierto, el río y la montaña: Jorge Vignati, el que nos formó, nos juntó y nos fundó
—Pili Flores-Guerra

Para entonces, «yo ya tenía el bicho, el cine me llamaba, me gustaba, así que andaba detrás de esta gente», le contaba Vignati a Pérez para Cosas. «Tanto fregaba con el cine que mi papá me compró una cámara de 8 mm». Con ella Vignati filmaba la realidad que le rodeaba, en plan documentalista intuitivo, y enviaba los rollos a revelar a Panamá a través de la tienda que tenía la familia de Nishiyama. Unos meses después, el amigo Eulogio le avisaba que el material ya había vuelto y lo veían juntos en el proyector que, para variar, también tenían los Nishiyama. «De él recibí los primeros consejos…». ¿Qué edad debía de tener por entonces Jorge Vignati? Dieciséis o diecisiete.

En ese tiempo los muchachos de clase media «de provincias» solían mudarse a Lima si querían estudiar o conseguir un buen trabajo para «hacer carrera». Así fue como Jorge Vignati llegó a casa de su tío Julio, quien le sugirió algunas posibilidades para un chico bien instruido de su edad: en un banco, por ejemplo. El futuro cineasta, sin embargo, eligió la aventura más cinematográfica que podía ofrecerle un trabajo temporal, de esos que se aceptan para esconder la verdadera vocación: eligió la pesca. Era una buena época para dedicarse a ese negocio en el Perú y, además, podía viajar y pensar en hacerse marino mercante si la vida en el mar —a él, un quechua de los Andes— le gustaba lo suficiente.

Jorge Vignati. © Canal IPe.
Jorge Vignati. © Canal IPe.

Como suele ocurrir con los jóvenes-artistas-inquietos que a todo lo que hacen le ponen esa fuerza creadora que aún desconocen, Jorge Vignati se desempeñó tan bien como pescador que al poco tiempo se había ganado el respeto del personal y estaba cogiendo los timones de los barcos. La idea de dedicarse al cine se alejaba, pero sólo fuera de su cabeza. Dentro, buscaba el azar, ese premio que se revela sólo a los que saben realmente lo que quieren. Los fines de semana, cuando los pescadores se iban de juerga por ahí, él a veces se escapaba al Centro de Lima a buscar un bar con tertulia literaria.

Así fue como charlando un día con un director de cine chileno, éste le dijo que el Perú tenía mucho por filmar, pero nada filmado. «Entonces vi la luz», le contó Vignati a Sengo Pérez. Convenció al chileno de decirle lo mismo a su tío Julio para ver si éste veía en ello una oportunidad de negocio, y así fue. La familia Vignati fundó la empresa Productora Cinematográfica Peruana y se dedicaron a filmar documentales sobre las antiguas culturas peruanas asesorados por el arqueólogo e historiador Federico Kauffmann Doig. Como el montaje se hacía en castellano y en inglés, conocieron a Carlos Montalbán, hermano del famoso actor Ricardo Montalbán, considerado por entonces «la voz de Hollywood», y le pidieron que narrara los documentales. Montabán aceptó, lo que supuso un impulso estupendo en una época en que en el Perú no existía ministerio de Cultura ni el mínimo interés estatal por promover el turismo. Esto último se lo contó a Milagros Lizarraga para el periódico El Peruano USA en 2015.

En ésas estaba cuando recibió, uno tras otro, varios golpes de suerte que le permitieron mostrar su trabajo fuera del país. La más importante fue la aparición del célebre director alemán Werner Herzog y, según le contaba a Sengo Pérez, ocurrió así: tras la mítica Easy Rider, Dennis Hopper había llegado al Perú para filmar La última película (The last movie) en Chinchero, Cusco, y su equipo de producción había convencido a Vignati para que trabajara con él. Al mismo tiempo, Herzog rodaba Aguirre, la ira de Dios, y como había visto algunas películas que Vignati había hecho con el director boliviano Jorge Sanjinés, también quiso contratarlo. Como se le habían adelantado, no tuvo más remedio que quedarse con su nombre para su siguiente proyecto, así que cuando conoció la historia del cauchero Carlos Fermín Fitzcarrald y años después volvió al Perú para filmar la célebre película que lleva su apellido, contactó con Vignati para ofrecerle la asistencia de dirección y la segunda cámara. Al final, en Fitzcarraldo Vignati fue el primer cámara y director de algunas escenas.

Con Werner Herzog y Claudia Cardinale durante la filmación de Fitzcarraldo. © Archivo de Jorge Vignati.
Con Werner Herzog y Claudia Cardinale durante la filmación de Fitzcarraldo. © Archivo de Jorge Vignati.

A partir de ahí, la historia de Vignati es más conocida: su obra como realizador, director de fotografía y camarógrafo se cuenta en numerosas películas de ficción y más de 80 documentales, tanto dentro como fuera del Perú, ya que fue parte del equipo de producción de la BBC, National Geographic, Discovery Channel, History Channel, la Zweites Deutsches Fernsehen (ZDF) alemana y la RAI italiana.

En 1983 fue invitado a registrar el primer Festival de la Canción Amazónica y de ahí le salió el documental Radio Belén, que realizó junto a su amigo y colega Gianfranco Annichini. A la par de Danzantes de tijeras (1974), aclamado por haber sido filmado en un solo plano secuencia de diez minutos, Radio Belén es otro de los trabajos más destacados y celebrados de su carrera, en tanto consiguió retratar con naturalidad la cotidianeidad de las contradicciones sociales del mercado de Belén, en Iquitos.

En el homenaje que le dedicó el Festival de Cine de Lima en su 16ª edición del 2012, Herzog envió unas palabras que fueron leídas y proyectadas en el acto, y emocionaron a todos los asistentes, empezando por el propio Vignati: “Jorge Vignati”, reconocía Herzog, “ha trabajado conmigo en lo más profundo de la selva y las más altas montañas del mundo como asistente de dirección, director de fotografía y como actor. Estoy en deuda con él. Sin su perseverancia, su profesionalismo y su profunda humanidad yo no habría llegado tan lejos. Si miro hacia el pasado con la perspectiva de hoy, una cinta como Fitzcarraldo no hubiera sido posible sin él”.

Con Gianfranco Annichini. © Archivo de Jorge Vignati.
Con Gianfranco Annichini. © Archivo de Jorge Vignati.

El día de su muerte, el pasado miércoles 8 de marzo, el director de fotografía Pili Flores-Guerra, presidente de la Asociación de Autores y Directores de Fotografía Cinematográfica Peruanos (DFP Perú), escribió: “Ha partido el amo del desierto, el río y la montaña: Jorge Vignati, el que nos formó, nos juntó y nos fundó. El brazo fuerte y sabio de Werner Herzog y de los valientes que se atrevieron a todos los imposibles en el cine. ‘Estamos dolidos pero juntos, debajo de esa luz que (nos) dejaste prendida para siempre, viejo querido’”.

Días después, en un mensaje conmovido y conmovedor que nos envió por email, Flores-Guerra añadía estas palabras: “Hoy puedo agregar que te admiré desde siempre: guerrero silencioso, incansable, hosco a veces, básico, quechua.

“Viajero de impecable cámara en mano, poco o nada pediste para hacer el Qoylluriti, Danzante, Herzog o tu Hombre Solo… naturalista y real.
Y cuando buscaste la luz en interiores, la elegiste mínima, elemental, lógica, a veces cálida como el barro, a veces dura como la piedra.

“Tu trabajo nos dijo (y lo comulgamos entre chelas y piscos) que la foto en el cine debe ser buena y no bonita, que, ¡carajo!, debe estar siempre al servicio de la historia que contamos y que vemos.
Grande, ‘vieja’, quién sabe si ahora eres pura luz…”

Muchas gracias, Pili.

Hasta siempre, Jorge Vignati.

Danzantes de tijeras

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