Escribe TOÑO ANGULO DANERI
Es un gustazo ver A media voz, el impresionante debut en el largometraje de las cubanas Heidi Hassan y Patricia Pérez que acaba de estrenarse en los cines Golem de Madrid después de ganar el Premio al Mejor Documental en el prestigioso IDFA de Ámsterdam, el Coral de su categoría en el Festival de La Habana, una Mención Especial en el Festival de Atenas y dos de los galardones más deseados en el reciente Documenta Madrid, incluido el Premio Cineteca del público.
A media voz es una de esas películas que uno puede ver una y otra vez por la honestidad y profundidad con que aborda temas de tanta significación en el mundo contemporáneo como la emigración, la amistad, la maternidad y el encuentro (a menudo encontronazo) entre la vida que se vive y la vida que se imaginó vivir. Es decir, una vida entregada a la fuerza irrefrenable de una vocación, en este caso cinematográfica.
Sobre estos temas de por sí inmensos, Hassan y Pérez posan una mirada que es al mismo tiempo serena y frágil, emocional y descarnada, anhelante, alejada de toda épica, femenina. Como dicen en esta entrevista, quizá eso tenga que ver con que “hablamos desde las derrotas, los miedos”, desde “el sentimiento existencial de estar desubicado”.
Por eso resulta sencillo identificarse emocionalmente con la historia que narra A media voz (In a Whisper, en su título en inglés). Lo decía, a su manera, un espectador hombre y español la noche del estreno madrileño. No hay que ser mujer, cubano, emigrado, ansiar abrirse un camino profesional o querer ser madre (o padre) para sentirse proyectado en las travesías vitales de Heidi o Patricia. La película nos toca por varios flancos, es decir, nos toca siempre.
A esto contribuye que esté planteada como la correspondencia audiovisual entre las dos directoras, desde que soñaban y se entrenaban para ser cineastas en Cuba en los años 90, hasta sus respectivas llegadas a Europa, por separado, en un tiempo que para ellas supuso también un largo distanciamiento.
Rodada en Galicia (Finisterre y alrededores), Ginebra y La Habana, A media voz es una coproducción entre España, Cuba, Francia y Suiza que recibió la ayuda de Ibermedia en esa modalidad en la Convocatoria 2018. De todos los motivos con que el IDFA de Ámsterdam justificó su máximo reconocimiento para la película (“una refrescante reflexión sobre la madurez femenina”, “un canto a la pérdida”, “una demanda de esperanza y pasión”), nos quedamos con éste: “un mágico, original y arriesgado esfuerzo cinematográfico”.
Empecemos por el título, que para mí es el primer gran acierto de la película. A media voz no sólo como un proyecto a medias o un diálogo entre dos, sino como una opción estética: una declaración frente al griterío (en todo sentido) que nos rodea.
El título a veces nos gusta más, a veces menos, pero creo que pasa como con los niños, que son ellos los que le dan carácter al nombre que llevan.
Lo segundo que llama la atención es su necesidad de filmarlo-todo-desde-siempre. No es habitual que un adolescente documente su vida de un modo narrativo, pero ustedes lo hacían.
Heidi: Sí, ahora es una práctica más común por los teléfonos móviles, pero cuando nosotras éramos adolescentes no era habitual, al menos en nuestro país, donde el acceso a los rollos de fotos o a los casetes de Hi8 era verdaderamente difícil. Un rollo de 24 fotos tenía que durarnos unos cuatro meses, más que eso no me lo podía permitir. Recuerdo que una vez nos fuimos de viaje al interior del país con nuestro grupo de amigos y disponíamos solamente de seis fotografías para ello. Era muy bonito vernos debatiendo entre todos cuál era el momento que merecía ser “inmortalizado”. Creo que crecer con la consciencia del valor de las imágenes hace que sea mayor la fascinación, el respeto. Hubo un momento en mi vida en que solamente recordaba los momentos que había fotografiado, sin darme cuenta yo misma me había creado una total dependencia de la cámara fotográfica. Sabía que lo que no fotografiara, luego no iba a existir.
Patricia: Es cierto, ambas tenemos mala memoria y una necesidad casi enfermiza de inmortalizar el presente. Debe ser esta la razón por la que llevamos tantos años registrando el cotidiano.
¿Y qué me dicen de su compulsión por guardar cosas? Cartas, ropa, objetos que no son meros objetos.
Heidi: En mi caso quizás tiene que ver con mi historia familiar. Por un lado mi abuela materna vivía en una casa que cada cierto tiempo era inundada por el río del pueblo. Recuerdo que siendo yo niña tuvimos que salir en bote de madrugada y tengo muy clara la imagen de los muebles y objetos flotando alrededor de nosotras. En esa casa era muy común preguntar por algo y escuchar la frase “se lo llevó el río”. Mi madre y yo somos ese tipo de personas que vemos una tuerca en la calle, un alambre, y lo recogemos, lo guardamos cuidadosamente en una cajita y lo tenemos a mano por si un día puede servirnos a nosotras o a otros. Mi madre siempre me enseñó a valorar mucho las cosas, no necesariamente por su valor material, si no por su valor emocional. Los objetos nos remiten siempre a una historia. Por otra parte mi padre cuando yo era niña era artesano y tenía un taller rebosante de todo tipo de semillas y materiales diversos. Su taller es la imagen más cercana que he tenido del paraíso. De él me viene esa necesidad de transformar las cosas, de combinarlas. Me he vuelto una coleccionista compulsiva tanto de materiales brutos como de pequeños objetos. Mis cajones y repisas son verdaderos gabinetes de curiosidades; sin embargo, lo que me interesa no es poseerlos, sino poder trabajar con ellos en mis ensamblajes artísticos y dotarlos de un nuevo sentido. En mi instagram @heidihassan_visual estoy empezando a colgar mis trabajos plásticos, que realizo en paralelo a mi trabajo de cineasta y directora de fotografía.
Patricia: Esta compulsión por acumular objetos puede tener, quizás, alguna relación con el hecho de emigrar. Has dejado tanto —amigos familia, la casa de la infancia, el sabor del mango, el olor a salitre— que acumular objetos, poseerlos, es de alguna forma disimular el vacío.
Entre filmarlo y guardarlo todo, yo sentía que se iba al traste aquella frase de García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Heidi: Pues yo no creo que se vaya al traste la frase, al contrario. Me parece muy acertada en nuestro caso. Filmas y guardas cosas para recordar. Y en el ejercicio de recordar, te reconstruyes.
Patricia: Sí, pienso como Heidi, la frase de Garcia Marquez es una buena manera de explicar nuestro proceso creativo.
Quizá la diferencia está en que ustedes exponen una memoria afectiva y una intimidad frágil, alejada de la tradicional épica narrativa-cinematográfica-¿masculina?
Ayer no supimos responderte esta pregunta y la dejamos en blanco. Pero en la proyección de anoche un amigo español se acercó y nos dijo que él no podía conectar con la película desde lo femenino, tampoco desde la emigración, tampoco desde la necesidad de encontrar un espacio profesional, ni desde la imposibilidad de ser padre… pero con lo que se había sentido identificado inmensamente era con el sentimiento existencial de estar desubicado. Quizás es eso lo que hace la película tan femenina, que hablamos desde un lugar muy poco visto en el cine hecho por hombres; hablamos desde las derrotas, los miedos y la fragilidad.
Además, siendo autobiográfica, la película atraviesa varias generaciones.
Sí, eso es algo que no esperábamos, que tanto adolescentes como personas de nuestra edad o adultos mayores sin diferenciación de género o país disfrutan mucho la película y consiguen conectar con ella.
Porque toca muchos grandes temas: la vocación cinematográfica, ser mujer, la maternidad, la emigración cubana y latinoamericana en Europa, la amistad, el encuentro entre la experiencia vital (la vida vivida) y la pulsión artística (la vida creada). Además de Cuba, por supuesto.
Es cierto que es una película con muchos temas, y que al principio temíamos no encontrar el modo de integrarlos todos, pero por lo que nos dicen, parece que sí lo conseguimos.
Mónica Baró plantea una pregunta inteligente: “¿con quién dialoga la película?” Ella sostiene que no con el cubano que se va, sino con los que se quedan amando y echando de menos a los que se fueron.
Bueno, creemos que Mónica Baró quiso decir que la película no sólo dialoga con el cubano que se ha ido, sino con el que se ha quedado. Y es cierto, porque lamentablemente en nuestro país nadie está exento de conocer en primera persona lo que significa extrañar a un ser querido, ya sea porque te has quedado o porque te has tenido que ir.
Mucha gente las anima a seguir haciendo cine (¡yo también, claro!). Supongo que la pregunta para ustedes es: ¿dónde, siempre en Cuba?, y ¿qué tipo de películas, siempre documentales?
No tenemos una respuesta cerrada porque es imposible predecir el futuro, pero hoy nos cuesta pensar que la relación con Cuba no aparezca de alguna forma en cada proyecto que imaginamos.
Mi impresión es que una película como A media voz es irrepetible.
Nosotras coqueteamos con la idea de una segunda A media voz, de aquí a unos veinte años. Nos hace mucha gracia imaginar dónde estaremos, pero sobre todo cómo estaremos y preguntándonos qué cosas.
Cuéntenme un poco lo que les supuso levantar el proyecto. Intuyo dificultades añadidas al hecho de por sí desventajoso de que se trata de “un documental latinoamericano difícil de vender en un pitch”. ¿Cómo convencer a quienes la pueden hacer posible que una película así merece llegar hasta el final?
Sí, fue difícil financiar A media voz, precisamente porque era complicado explicar la película que queríamos hacer, encontrar las palabras adecuadas, las imágenes que ayudaran a imaginar a los demás lo que para nosotras era tan claro. Lo que nos salvó fue ser dos, y que cuando una se desanimaba, la otra cogía las riendas.
Durante casi cuatro años habremos aplicado a unas 40 subvenciones, y en todas recibíamos negativas. Fue a partir del Taller de Proyectos Cinematográficos de Centroamérica y Caribe de Ibermedia que la suerte cambió para la película. En ese momento nos dieron un premio para participar en el Foro de Coproducción del Festival de San Sebastián y, con ese sello, bastante antes de que fuera incluso el Foro, empezamos a recibir respuestas positivas.
El cine en nuestros países es hoy imposible de imaginar sin las coproducciones. A media voz, de hecho, es una coproducción entre Cuba, España, Francia y Suiza. ¿Cómo ven el tema?
Nuestra película no sería la misma si no hubiéramos podido entregarnos por casi un año entero a la creación en tiempo real de la correspondencia audiovisual, si no hubiéramos contado con el talento de colaboradores como Xenia Rivery, Diana Toucedo, Sergio Fernández Borrás, Carlos Quintela, Olivier Militon, Patricia Cadaveria, Lucía C. Pan, Almudena Sánchez, David Rodríguez, Joakim Chardonnens, Masaki Hatsui… (“la lista es infinita”, como decimos en la película). Esto fue gracias a contar con una coproducción que nos permitió acceder a más fondos y, por ende, a más financiación. Suiza (PCT Cinéma TV), España (Matriuska Producciones) y Cuba (Producciones de la 5ta Avenida) eran los productores “naturales” porque son los tres países donde transcurre la historia. A Francia (Perspective Films) la sumó al proyecto el productor suizo porque era una productora con la que solía colaborar. Fue una suerte poder montar una coproducción, pero es un trabajo que lleva mucho tiempo y a veces se puede volver complicado por no tener claro quién está dirigiendo el barco en cada momento. En el caso de una película tan íntima como la nuestra esto podría volverse peligroso, pero por suerte conseguimos no perder el norte. Después de esta experiencia hemos decidido crear Free Hundred Media, nuestra propia productora, junto con Carlos Quintela, Yimit Ramírez y Sergio Borrás, tres cineastas cubanos radicados también en España.
El año pasado ganaron el Coral de Documental en el Festival de La Habana. ¿Cómo ha sido vista la película por allá? Intuyo que ha redefinido o está ayudando a redefinir lo que algunos entienden por “cine cubano”.
La película en Cuba gustó mucho, el público estaba muy emocionado porque de cierta manera estás contando la historia de sus hij@s, amig@s o herman@s. Creemos que es importante para el cine de nuestro país hablar de la emigración desde el punto de vista del que emigró, es un tema muy poco tratado. A media voz es una película que habla desde los sentimientos e invita al diálogo, a alejarnos de posturas extremas y sordas.
Y en esa vieja oposición La Habana-Miami, ¿cómo ha sido vista allí, del otro lado del estrecho de Florida?
La proyección en el Festival de Miami coincidió con el inicio de la pandemia en los países del Este. El Festival, de hecho, se tuvo que suspender cuando aún le quedaban muchas películas por proyectar. Por suerte A media voz se pudo ver, pero creo que la inminencia de la pandemia afectó bastante la afluencia de público que esperábamos. Sin embargo, los que estuvieron se sintieron muy identificados con lo que se cuenta en la película y agradecidos de que les compartiéramos nuestra emigración en Europa, bastante diferente a la de ellos en Estados Unidos.
¿Qué me cuentan de la productora Claudia Calviño? Los elogios que se escuchan por acá son impresionantes.
Claudia Calviño es una mujer y una profesional muy capaz. Su reputación es muy merecida. Trabajar con ella fue un placer, pero también una inspiración. Claudia entendió mucho más rápido que nosotras que A media voz era una película importante para los cubanos que habíamos emigrado, pero imprescindible para los que viven en Cuba.
Por cierto, ¿por qué no incluyeron una escena de las dos juntas en Europa?
Fue algo que se debatió mucho, pero al final entendimos que ninguna imagen iba a superar a la que cada espectador podría construirse en su cabeza.