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Federico Luppi, hombre duro, hombre político

Federico Luppi falleció el pasado el viernes 20 de octubre en Buenos Aires. Tenía ochenta y un años y seguía trabajando todos los días en proyectos artísticos y profesionales. Su amigo Guillermo del Toro, que debutó en la dirección con él en Cronos (con la que Luppi ganó el premio al mejor actor en Sitges) y que lo volvió a dirigir en otros clásicos de su filmografía como El espinazo del diablo y El laberinto del fauno (con la que juntos ganaron tres Oscar), escribió en Twitter: «Federico Luppi se ha ido. Nuestro Olivier, nuestro Day Lewis, nuestro genio, mi amigo querido. Hombre bueno y leal. Adiós, Federico». A ese adiós se fueron sumando voces tan diversas como las de Juan Antonio Bayona, Antonio Banderas o Marcelo Schapces, el último en dirigirlo en la aún inédita Necronomicón. A esas voces se suma en exclusiva para este portal la de su compatriota, el escritor argentino Facundo Piperno.

Cartel de Plata dulce (1982), de Fernando Ayala.
Cartel de Plata dulce (1982), de Fernando Ayala.

Escribe FACUNDO PIPERNO

En Plata dulce (1982), de Fernando Ayala, un Federico Luppi al borde del colapso nervioso se acerca a cámara, apoya con violencia ambas manos sobre la mesa y grita las ocho palabras más famosas de la historia del cine argentino: “Arteche y la puta madre que te parió”. Desde ese film y hasta el final de su carrera y de su vida, fue inequívoca su impronta actoral de tipo elegante y duro, de modales secos y ásperos, capaz de expresar como ninguno otro la ira contenida, el desprecio, la violencia que habita en el fondo de los hombres. Un puteador serial.

Luppi murió el pasado viernes 20 de octubre de 2017 en la Fundación Favaloro de Buenos Aires, unas horas antes de unas elecciones legislativas que lo tenían tenso y preocupado. Seis meses antes se había golpeado la cabeza con una mesita de noche en su casa del barrio de Caballito; el golpe le formó un coágulo y lo obligó a pasearse por hospitales y centros médicos. Tenía ochenta y un años y seguía trabajando todos los días en proyectos artísticos y profesionales, un poco por vocación y otro poco porque pasaba por un mal momento financiero. Acababa de terminar el rodaje de la película Necronomicón, el libro del infierno, de Marcelo Schapces, y se preparaba para comenzar una gira con la pieza teatral Las últimas lunas, dirigida por su mujer, la actriz y directora española Susana Hornos, con quien se había casado en 2003. Se trata de la misma obra que representó antes de morir el gran Marcello Mastroianni.

Con Jorge Villalbay Pepe Soriano en La Patagonia rebelde (1974), de Héctor Olivera.
Con Jorge Villalbay Pepe Soriano en La Patagonia rebelde (1974), de Héctor Olivera.

Federico Luppi nació en 1936 en Ramallo, un pueblo ganadero, conservador, provinciano y timorato de la provincia de Buenos Aires, pero se mudó a La Plata, la capital de la provincia, en cuanto la edad y los medios económicos se lo permitieron. Antes de ser actor profesional, trabajó de vendedor de seguros y empleado de banca y se matriculó en Bellas Artes para formarse como escultor. Fascinado por todas las artes y todas las formas de conocimiento, y espoleado por su constante curiosidad, pronto descubrió que le apasionaba la actuación y consiguió hacerse un lugar en el circuito de teatro independiente de la ciudad. En 1965 logró consagrarse gracias a su trabajo en la obra Ha llegado un inspector, de J. B. Priestley, y desde entonces y hasta el día de su muerte ya no dejó de trabajar en su profesión.

Su filmografía es extensísima. Luppi actuó en un centenar de cintas, muchas de las cuales son piezas míticas del cine argentino que le valieron premios muy importantes. Ganó seis premios Cóndor de Plata del cine argentino, la Concha de Plata del Festival de Cine de San Sebastián y estuvo nominado al Goya.

Luppi en El romance del Aniceto y la Francisca (1967), de Leonardo Favio. © Museo del Cine de Buenos Aires.
Luppi en El romance del Aniceto y la Francisca (1967), de Leonardo Favio. © Museo del Cine de Buenos Aires.

Debutó con la película de Leonardo Favio El romance de Aniceto y la Francisca (1967) y participó en La revolución (1973), de Raúl de la Torre; Tiempo de revancha (1982), de Adolfo Aristarain y No habrá más penas ni olvido (1983), de Héctor Olivera. En 1992 protagonizó otra película de Adolfo Aristarain, Un lugar en el mundo, que ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián y el premio Goya a la mejor película extranjera de lengua hispana. En 1994 rodó con Aristarain La ley de la frontera y en 1997 la coproducción hispano-argentina Martin (Hache). En 1993 participó en la película Cronos, de Guillermo del Toro, por la que ganó el premio al mejor actor en el Festival de Sitges, y volvió a protagonizar para el director mexicano El espinazo del diablo y El laberinto del fauno, esta última ganadora de tres premios Oscar.

Ya en la primera década del siglo trabajó en Lugares comunes (2002), de Adolfo Aristarain; El último tren (2002), de Diego Arsuaga; Incautos (2003), de Miguel Bardem y El lugar donde estuvo el paraíso (2004), de Gerardo Herrero. En la última década trabajó en Sin retorno (2010), de Miguel Cohan; Inevitable (2014), de Jorge Algora; Magallanes (2016), de Salvador del Solar; Al final del túnel (2016), de Rodrigo Grande, y Nieve Negra (2017), de Martín Hodara.

Luppi en Sin retorno (2010), de Miguel Cohan.
Luppi en Sin retorno (2010), de Miguel Cohan.

Detrás de cámara, Luppi fue un conocido activista comprometido con la democracia y la justicia, un modelo de coherencia y conciencia política. En 1976, la dictadura recién impuesta en la Argentina había decidido que ciertos actores, directores y escritores eran sujetos sospechosos que convenía vigilar y, llegado el caso, por qué no, eliminar. Tanto Luppi como otros participantes de La Patagonia rebelde (un film de corte netamente político y de denuncia) tuvieron que exiliarse en España. En los años ochenta, cuando la Argentina recuperó la democracia, Luppi fue partidario de la centro izquierda progresista representada por la Unión Cívica Radical (UCR) y en la década del noventa fue abiertamente crítico con las políticas de mercado libre del gobierno del peronista Carlos Saúl Menem. Como era un hombre que lo leía todo, le sobraban argumentos para pasar horas hablando de problemáticas sociales y políticas tanto de Argentina como de España. En los últimos años sus fuertes convicciones políticas lo llevaron a elogiar al gobierno de Cristina Kirchner y a criticar al de Mauricio Macri con agudeza y conocimiento. A contracorriente de muchos de sus colegas, Luppi defendía la justicia social y la redistribución de la riqueza por parte del Estado y no se sentía cómodo con el modelo económico neoliberal que, creía, había regresado a la Argentina para quedarse.

Luppi en la obra teatral El reportaje, de Santiago Varela. © Augusto Starita.
Luppi en la obra teatral El reportaje, de Santiago Varela. © Augusto Starita.

Si los actores trazan vínculos directos con sus personajes, Federico Luppi se relaciona con ellos en casi una simbiosis. En sus películas más reconocidas representa a hombres duros (Tiempo de revancha, Aristarain, 1981), cínicos y desesperanzados (Lugares Comunes, Aristarain, 2002), que eran versiones ficcionalizadas de su modo de ser rudo y cortante en la vida real. Luppi, un tipo con bronca: “Esta bronca que a veces me sale es justamente porque estoy pagando el precio de las enormes porciones de ingenuidad que he cometido”, dijo una vez. Lo cierto es que fuera de los escenarios y detrás de las cámaras era un sujeto difícil, apasionado e iracundo, que solía hacer declaraciones fuertes y airadas sin pensar en el cuidado de su imagen pública ni en quién tenía delante. Como le dijo una vez a una periodista: “Si me presentan a Obama, no voy sentarme a adularlo. Voy a decirle que viene de una minoría que fue esclavizada, ninguneada y violentada durante siglos, y preguntarle cómo hace para que esa herencia no le pese a la hora de bombardear pueblos enteros en pos de la seguridad de su nación”.

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