La película comienza con una simpática narración en Off que cuenta que “Todos los días desde hace 2285 años, cuando se encendió el faro de Alejandría– incontables cíclopes con cuerpo de torre abren sus ojos luminosos al atardecer y comienzan a “parpadear” desde las costas de los cinco continentes. A partir de aquel primero de la isla de Pharos con una fogata en lo alto, la forma de esos colosos de ladrillo ha cambiado poco y nada. El de Alejandría duró 1600 años en la boca del Nilo–, y unos 1500 todavía permanecen en pie por todas las costas y…62 de ellos a lo largo de los miles de kilómetros de la costa argentina”. Y justamente en Tierra del Fuego más precisamente en Cabo Vírgenes, en el estrecho de Magallanes, en la provincia de Santa Cruz, se encuentra emplazado un faro en el que viven y atienden desde hace más de 30 años, Don Pantaleón (65) y Doña Edelmira (60). Un día, mientras Don Panta se ocupaba de sus tareas de farero y Doña Ede preparaba ricos dulces caseros llegaron las autoridades a informarles que en corto tiempo una joven pareja de fareros vendría a ocuparse del faro y ellos acogerse a la jubilación. Pero ésta noticia no les tomó de sorpresa pues previendo ésa situación habían estado planificando un largo viaje a bordo de un viejo jeep muy bien acondicionado por Don Panta para visitar a sus tres hijos que con sus familias vivían en diferentes faros de la costa argentina.

La película Bagdad acompaña el día a día de Tati, una joven skater andrógina de 14 años que se viste como un niño para encajar en medio de los patinadores y debe actuar como ellos. Vive en el barrio de São Mateus, extremo este de la ciudad de São Paulo, en una región de vocación obrera. Su mejor amigo es Bagdad, 17 años, con quien creció y creó lazos fraternales. Bagdad ejerce un liderazgo natural: patina bien en skate, tiene éxito con las niñas, tiene una postura radical que es casi heroica. Pero fuera de su clase, él es considerado otro niño pobre, negro, sin futuro, que probablemente desaparecerá en la masa de obreros que van a la fábrica todos los días, cuando cumplan 18 años y comiencen a trabajar. Tati siempre vio a Bagdad como un hermano mayor, un modelo a seguir, pero su cuerpo está cambiando y con él su relación como amigo. Se pregunta si le gustaría que Bagdad fuera algo más. Además tiene que ayudar a su joven madre a cuidar de su hermanito y en las «boquillas» (empleos informales) que su familia inventa para incrementar la renta: sirve de cobaya para que la madre aprenda manicura y peluquería y la ayuda a vender café y pasteles en la calle para los trabajadores que salen del barrio para trabajar diariamente a lo largo de la región central de la ciudad (donde se concentran las ofertas de trabajo) Para divertirse, Tati tiene que ser muy creativa, pues no hay mucho qué hacer en el barrio a parte de consumir drogas baratas en la casa de sus amigos, hacer maniobras en las calles y pequeñas contravenciones. En sus andanzas con el skate nos presenta a sus amigos; Diego, un joven envuelto en el crimen cuya casa es un punto de encuentro para los amigos beber y divertirse; el vecino, un hombre obsesionado por su coche comprado en muchas prestaciones; Valquiria, madre de Bagdad, una mujer fuerte que trabaja en la fábrica de la región; entre otros. En medio del torbellino interior de una pasión no revelada y de la conciencia de un futuro próximo nada animador, Tati y sus amigos van sobreviviendo a un cotidiano vacío y opresor.