Con motivo del 36º aniversario de la inauguración de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba (EICTV), la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano ha tenido la gentileza de compartir este texto de uno de sus directores históricos, el amigo Alberto García Ferrer, que nos recuerda una vez más las intensas relaciones que Gabriel García Márquez mantuvo siempre con el cine latinoamericano y sus cineastas. En concreto, se refiere a la contribución de GGM para hacer realidad dos películas emblemáticas del cine colombiano: La estrategia del caracol, de Sergio Cabrera, y Milagro en Roma, de Lisandro Duque. Por ser de interés para los lectores de nuestra web, nos permitimos reproducirlo:
Teléfonos, conversaciones, proyectos y festivales: Gabo en el cine
Por Alberto García Ferrer
“No, no se puede abandonar una película. Es como abandonar un hijo, yo no lo voy a permitir”, le dijo Gabo a Sergio Cabrera que había terminado de rodar la serie Escalona. Tres novelas de Álvaro Mutis, para un proyecto de serie que producía [la cadena de TV colombiana] Caracol lo habían llevado hasta Ciudad de México, la casa de Gabo y una cena.
Sergio Cabrera había conocido a Gabo en 1987 en la salita de la calle 23 de La Habana, durante una proyección de su película Técnicas de duelo. Sergio mezclaba su película en el ICAIC. En aquellos días compartieron veladas en casa de un gran amigo de ambos. A la salida, Gabo llevaba a Sergio en un pequeño Volkswagen hasta el hotel. Durante uno de los trayectos Sergio le contó a Gabo —siempre muy interesado en conocer los proyectos en los que trabajaban los cineastas latinoamericanos— la historia de La estrategia del caracol, que acababa de ganar el concurso de guiones de FOCINE [la Compañía para el Fomento Cinematográfico, antecedente de Proimágenes Colombia]. Y trabajaba para que fuera su próxima película.
Aquella noche en México, durante la cena, Gabo le preguntó cómo avanzaba el proyecto que le había contado unos años antes en La Habana. Sergio, con pesadumbre, le dijo que estaba íntegramente rodada pero que faltaron, y no los conseguía, 400.000 dólares para terminar la post-producción y el tiraje de copias. Y concluyó con las palabras: “Está abandonada”, que provocaron que la reflexión de Gabo mutara en acción: “Quiero verla. En quince días voy a Bogotá. Te llamaré”.
II
En los primeros meses de 1987 sonó un teléfono en Cali. La joven señora que cogió el teléfono se lo pasó a su hermano Lisandro: “Te llama Gabo”. “Pensé que era una broma”, rememorará Lisandro Duque, que no conocía a Gabo. Identificó, con sorpresa, la voz autenticada por los particulares sonidos que solían acompañar las llamadas telefónicas de larga distancia. ”Acabo de ver Visa USA aquí en casa, acompañado con Álvaro Mutis y con amigos cineastas mexicanos y les pedí que tienen mucho que aprender del cine latinoamericano”.
Días después, Gabo lo llamó nuevamente para saber si tenía “chamba” (trabajo). Lisandro le dijo que notenía ningún proyecto. Y le preguntó: “¿Tú querrías hacer una película con un tema mío?”. “¡Sí, maestro!”, fue la inmediata respuesta de Lisandro. “Pues elige entre estos seis temas, es para una serie que se llamará Amores difíciles (serie que produciría Televisión Española y acordada por Gabo con la cineasta Pilar Miró, que dirigía RTVE). El presidente de la recién nacida Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano daba pasos certeros (y anticipatorios) para llevar el cine —y a los cineastas— a la TV, cuya pantalla ya era la mayor ventana del cine.
III
Transcurría el día dieciséis desde la conversación mexicana que Gabo cerró con la expresión de un deseo: ver La estrategia del Caracol. Sergio Cabrera pensaba que conversación y deseo pasarían a ser una circunstancia más de las peripecias de la película abandonada que se amontonaba en su sala de trabajo, cuando sonó el teléfono. Margarita lo llamaba para decirle que Gabo quería una cita para ver La estrategia del caracol.
Un viernes a las seis de la tarde llegó Gabo. Miró con curiosidad las catorce latas que contenían los rollos de imágenes, las que contenían los catorce rollos de la pista y las que correspondían a la pista B del sonido, y preguntó si todo eso era la película. Advirtió que a las nueve de la noche debía estar en su casa porque tenía una cena. Consciente del tiempo y la complejidad de enhebrar rollos, ajustar bandas de sonido y trabajar con la moviola, Sergio le dijo que podían ver dos o tres rollos solamente para que se hiciera una idea. “Empecemos”, lo exhortó Gabo.
A las ocho de la noche Gabo pidió hablar por teléfono. Llamó a su esposa Mercedes y le dijo: “Estoy viendo una película y no llego para las nueve”. Y se quedó hasta el final.
IV
Lisandro eligió un texto de Gabo (dos cuartillas y media publicadas en el periódico El País el 23 de septiembre de 1981), La larga vida feliz de Margarito Duarte. “Trabajé «la obra negra del guión», como lo llamaba Gabo”. En diversas investigaciones, entre ellas, la “burocracia vaticana”. Pero el final lo detuvo. A los veinte días Gabo lo llamó y Lisandro le dijo: “Me atranqué, no encuentro un final”. Gabo le propuso: “Echémosle cabeza a un final y el que lo encuentre primero llama”. “A él se le ocurrió primero —cuenta Lisandro—. Una semana después me llamó y me dijo: «Te voy a hacer una pregunta: si tú tuvieras una hija muerta y tuvieras poderes milagrosos y pudieras volverla a la vida, ¿que harías?»”.
“Como yo nunca he pensado, y menos ahora, en tener poderes milagrosos, siguió sin ocurrírseme nada”. Entonces Gabo le dijo: “¿Sabes que harías tú si tuvieras poderes milagrosos? ¡Resucitarías a la niña!”. Esa observación de Gabo resultó para Lisandro un fuerte golpe “por mis convicciones materialistas y todo eso, pero me abrió un horizonte tan nuevo como amplio y me embarcó en la búsqueda del milagro”.
Tuvimos cuatro sesiones de trabajo conjunto, dos en México, uno en La Habana y uno en Bogotá. En agosto de 1987 trabajaron juntos los diálogos improvisándolos en voz alta. Gabo los grababa y luego lo transcribía en su ordenador. Lisandro se recuerda incapaz de trabajar en un ordenador. Cuando regresó a su casa, presa de una vaga humillación, su primera tarea fue comprarse uno, que ya nunca abandonó.
V
Cuando terminaron de ver en la moviola La estrategia del caracol, Gabo se levantó y abrazó a Humberto Dorado, el guionista de la última versión de la película y le dijo: “¡La primera película que yo veo totalmente hablada en colombiano!”. Miró a Sergio y le dijo: “Conseguiremos el dinero y productores. Y no sólo eso, la película debe ir al Festival de Venecia. Le escribiré a Gillo Pontecorvo”.
La semana siguiente llamó a Sergio la productora francesa Michèle Ray-Gavras. Un mes después le llegó una carta de Pontecorvo, diciéndole que le habían recomendado la película y quería verla para incluirla en la programación del Festival.
“Yo soy bastante tímido —dirá Sergio—, todo lo hizo Gabo”.
VI
“Una verraquera. Pensé que iba a ser una comedia y es una película melancólica y triste”, dijo Gabo cuando vio la película terminada. Lisandro era presa de múltiples incertidumbres: ¿cómo la recibirían cubanos y cubanas “santeros, materialistas, con un hibridaje bastante complejo”? ¿Como recibirían “un milagro laico, un hecho prodigioso”? ¿Como recibirían una película que miraba con crítica ironía “la burocracia vaticana”?.
Cuando finalizó la proyección de Milagro en Roma en la abarrotada sala del cine Yara de La Habana, amigos memoriosos recuerdan que Lisandro Duque fue sacado en hombros por los espectadores. “Me hicieron sentir como un torero saliendo de la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid”.
VII
El 27 de octubre de 1993, la periodista María Aurora Viloria escribió en el periódico El Norte de Castilla: “Al acabar la primera proyección de La estrategia del caracol, su director, Sergio Cabrera, escuchó profundamente emocionado una de las más largas ovaciones oídas en la SEMINCI. Quizá recordó entonces que cuando empezó el rodaje, los amigos le advirtieron que era un proyecto imposible.” O, tal vez, Sergio
pensaba en aquella noche en la que Gabo cantó boleros en casa de Mario García Joya y luego, mientras circulaban por las calles de La Habana, le contó al atento conductor del pequeño Volkswagen la sinopsis de La estrategia del caracol.
VIII
Un mes después de que Milagro en Roma se estrenara en La Habana, Lisandro Duque desembarcó en el Sundance Festival junto a Ruy Guerra, Tomás Gutiérrez Alea, Olegario Barrera, Fernando Birri y Jaime Chávarri con la serie Amores difíciles. El día de la proyección de Milagro en Roma, a Lisandro le invadieron nuevamente los temores: estar en Park City, cerca de Salt Lake City, en una sala abarrotada. “Estamos en Utah, el Vaticano de los mormones”, pensó. “Los mormones eran y siguen siendo un misterio para mí”. Al terminar la proyección, en el foro que se realizó a continuación, vio a una anciana que con decisión recorrió los veinte metros del pasillo que la separaban de su butaca hasta situarse a su lado. “Tuve miedo, pensaba en qué figura podría haber afectado a aquella anciana de una religión tan vinculante que yo no comprendía bien”. La anciana de gesto adusto tomó el micrófono y dijo mirándolo con cierta unción —antes de abrazarlo y transitar los veinte metros de regreso a su butaca—: “Usted no hizo esta película, la hizo Dios a través de usted”.
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Crédito de la imagen: Gabriel García Márquez en Bogotá, 1974. © Fundación Palabrería. | Foto utilizada por el Centro Gabo como ilustración del artículo 9 apuntes de Gabriel García Márquez sobre la televisión.