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Una 'sinfonía tropikal' en el cine del venezolano Diego Rísquez

“A Diego Rísquez es legítimo aplicarle, sin exageraciones, el lugar común aquel de que «con él se rompió el molde». No solo por su obra, única, diferente, excepcional, sino por su modo de vida. Un modo de vida marcado siempre por la búsqueda de la belleza y por su disposición gregaria, su generosa vocación de reunir a los diferentes en un mismo acto de comunión”. Con estas palabras se despedía del cineasta su compatriota el sociólogo y experto en cultura y comunicación Tulio Hernández en las páginas de El Nacional de Venezuela. Rísquez murió el 13 de enero de este año dejando una obra de catorce extraordinarias películas, entre las que se cuentan clásicos del cine venezolano y latinoamericano como su “trilogía americana” compuesta por Bolívar, sinfonía tropikal (1979),  Orinoko, nuevo mundo (1984) y Amérika, terra incógnita (1988), las tres exhibidas en Cannes. Su último largometraje, El malquerido, estrenado en 2015, está dedicado al cantante de bolero e ídolo popular Felipe Pirela.
“A Diego Rísquez es legítimo aplicarle, sin exageraciones, el lugar común aquel de que «con él se rompió el molde». No solo por su obra, única, diferente, excepcional, sino por su modo de vida. Un modo de vida marcado siempre por la búsqueda de la belleza y por su disposición gregaria, su generosa vocación de reunir a los diferentes en un mismo acto de comunión”. Con estas palabras se despedía del cineasta su compatriota el sociólogo y experto en cultura y comunicación Tulio Hernández en las páginas de El Nacional de Venezuela. Rísquez murió el 13 de enero de este año dejando una obra de catorce extraordinarias películas, entre las que se cuentan clásicos del cine venezolano y latinoamericano como su “trilogía americana” compuesta por Bolívar, sinfonía tropikal (1979),  Orinoko, nuevo mundo (1984) y Amérika, terra incógnita (1988), las tres exhibidas en Cannes. Su último largometraje, El malquerido, estrenado en 2015, está dedicado al cantante de bolero e ídolo popular Felipe Pirela.
“Diego miraba el mundo desde la ventana de la estética. Y lo reconstruía desde los altos miradores de sus obsesiones históricas fantasiosas. Sus obras —que para algunos al comienzo resultaban insoportablemente lentas— eran una lectura iconográfica de nuestro proceso civilizatorio hecho desde un inconsciente colectivo que habla visualmente a través de su persona”, prosigue en su artículo Tulio Hernández.
“Nunca levantaba el tono. Hacía cine con pasión y entusiasmo, como un adolescente creativo que se divierte con sus amigos. Pero lo que se había planteado, y en buena medida logró, fue una tarea muy seria, lúdicamente titánica: rehacer secuencialmente personajes e imágenes arquetipales, en el sentido estrictamente junguiano del término, de la constitución imaginaria de la venezolanidad”.
En 1971, después de haber vivido en Italia, Suiza y Estados Unidos debido a las labores de su padre como presidente de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela, Diego Rísquez formó con algunos compañeros de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas el colectivo Grupo Semilla. Con este grupo realizó una película en 16 mm llamada Siete notas (1971), dirigida por Carlos Oteyza, en la que él participaba como actor protagonista y coautor del guión.
A raíz de un proceso penal en 1973, fue recluido durante ocho meses en la cárcel Modelo de Caracas. Pasado ese tiempo, comprobada su inocencia y libre de todo cargo, Rísquez volvió a viajar a Europa, recorrió algunos países del sudeste asiático y regresó a Venezuela en 1975 decidido a retomar sus labores creativas, especialmente el cine en formato Súper-8.
En formato Súper-8, o con empleo de proyecciones en Súper-8, realizó siete películas: los cortometrajes A propósito de Simón Bolívar (1976), Poema para ser leído bajo el agua (1977), Radiografías de naturalezas vivas (1977), A propósito de la luz tropikal. Homenaje a Armando Reverón (1978), A propósito del hombre del maíz (1979), y los largometrajes Bolívar, sinfonía tropikal Orinoko, nuevo mundo.

Amérika, terra incógnita, a diferencia de las dos primeras de su “trilogía americana”, no se rodó en Súper-8 sino en Súper-16, ampliada luego a 35 mm. En un contraposición a Orinoko…, Amérika… se centra en el impacto de la conquista americana en territorio europeo narrando la historia de un conquistador que vuelve a Europa para ofrecer los tesoros del nuevo mundo. Entre estos, un indio que se enamora de la princesa de la Corona y concibe con ella “el primer príncipe bastardo americano en una corte europea”.
Sigamos leyendo lo que decía Tulio Hernández en ese obituario-homenaje a su compatriota:
“Mirada retrospectivamente, su obra cinematográfica es un largo viaje que parte de la memoria más recóndita desde la llegada del hombre europeo a las tierras americanas, pasa por los encuentros y desencuentros entre lo aborigen y lo europeo en la era colonial, se le ve más tarde con los personajes clave —Bolívar, Miranda, Manuela Sáenz— de nuestra constitución como república independiente, hasta acercarse a nuestra modernidad periférica a través de dos emblemas. El del artista anacoreta, Reverón, que nos hace reencontrarnos con la visual de nuestra luminosa condición tropical. Y el del ídolo de masas con final trágico, Felipe Pirela, en El malquerido, la más convencional y taquillera de sus películas donde demostró que, si quería, podía pintar como Arturo Michelena aunque siempre prefirió hacerlo a la manera de los ilustradores viajeros del siglo XVII”.

“Es obvio que Diego Rísquez fue, en las décadas de los setenta y los ochenta, cuando nacía la cinematografía nacional, gracias a las políticas culturales de la democracia moribunda, una rara avis”.
En paralelo a su filmografía, Rísquez también desarrolló una importante labor gremial en favor del cine venezolano. En 2001 fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos (ANAC), cargo que desempeñó durante tres años y desde el cual colaboró con la reforma del Reglamento de la Ley de Cinematografía Nacional vigente y en el diseño del Anteproyecto de Reforma Parcial de la Ley de Cinematografía Nacional que fue aprobado en 2004.
Además de las películas mencionadas, la extraordinaria filmografía de Diego Rísquez se completa con:

  • Karibe con tempo (1994)
  • Manuela Sáenz (2000)
  • Francisco de Miranda (2006)
  • Reverón (2011)
  • El malquerido (2015)

El 15 de enero de este año, dos días después de su muerte, escribíamos aquí mismo, en nuestro portal de Ibermedia: “El cine venezolano y latinoamericano está de luto por el fallecimiento de Diego Rísquez. Nacido en Juan Griego, estado Nueva Esparta, el 15 de diciembre de 1949, destacó por el empeño artístico con el que emprendía sus películas, pues no había secuencia que no compusiera a partir de referencias plásticas de artistas venezolanos y universales. Fue también el realizador más importante de su país en las décadas de los 70 y 80: Bolívar, sinfonía tropikal fue la primera cinta filmada en Súper-8 en ser seleccionada para la Quincena de Realizadores de Cannes, festival al que volvió con Orinoko, nuevo mundo y Amérika, terra incógnita”.
Y a continuación reproducíamos la carta de despedida que le dedican el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, la Plataforma del Cine y el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) de Venezuela.
https://vimeo.com/144909953
“Diego miraba el mundo desde la ventana de la estética. Y lo reconstruía desde los altos miradores de sus obsesiones históricas fantasiosas. Sus obras —que para algunos al comienzo resultaban insoportablemente lentas— eran una lectura iconográfica de nuestro proceso civilizatorio hecho desde un inconsciente colectivo que habla visualmente a través de su persona”, prosigue en su artículo Tulio Hernández.
“Nunca levantaba el tono. Hacía cine con pasión y entusiasmo, como un adolescente creativo que se divierte con sus amigos. Pero lo que se había planteado, y en buena medida logró, fue una tarea muy seria, lúdicamente titánica: rehacer secuencialmente personajes e imágenes arquetipales, en el sentido estrictamente junguiano del término, de la constitución imaginaria de la venezolanidad”.
En 1971, después de haber vivido en Italia, Suiza y Estados Unidos debido a las labores de su padre como presidente de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela, Diego Rísquez formó con algunos compañeros de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas el colectivo Grupo Semilla. Con este grupo realizó una película en 16 mm llamada Siete notas (1971), dirigida por Carlos Oteyza, en la que él participaba como actor protagonista y coautor del guión.
A raíz de un proceso penal en 1973, fue recluido durante ocho meses en la cárcel Modelo de Caracas. Pasado ese tiempo, comprobada su inocencia y libre de todo cargo, Rísquez volvió a viajar a Europa, recorrió algunos países del sudeste asiático y regresó a Venezuela en 1975 decidido a retomar sus labores creativas, especialmente el cine en formato Súper-8.
En formato Súper-8, o con empleo de proyecciones en Súper-8, realizó siete películas: los cortometrajes A propósito de Simón Bolívar (1976), Poema para ser leído bajo el agua (1977), Radiografías de naturalezas vivas (1977), A propósito de la luz tropikal. Homenaje a Armando Reverón (1978), A propósito del hombre del maíz (1979), y los largometrajes Bolívar, sinfonía tropikal Orinoko, nuevo mundo.

Amérika, terra incógnita, a diferencia de las dos primeras de su “trilogía americana”, no se rodó en Súper-8 sino en Súper-16, ampliada luego a 35 mm. En un contraposición a Orinoko…, Amérika… se centra en el impacto de la conquista americana en territorio europeo narrando la historia de un conquistador que vuelve a Europa para ofrecer los tesoros del nuevo mundo. Entre estos, un indio que se enamora de la princesa de la Corona y concibe con ella “el primer príncipe bastardo americano en una corte europea”.
Sigamos leyendo lo que decía Tulio Hernández en ese obituario-homenaje a su compatriota:
“Mirada retrospectivamente, su obra cinematográfica es un largo viaje que parte de la memoria más recóndita desde la llegada del hombre europeo a las tierras americanas, pasa por los encuentros y desencuentros entre lo aborigen y lo europeo en la era colonial, se le ve más tarde con los personajes clave —Bolívar, Miranda, Manuela Sáenz— de nuestra constitución como república independiente, hasta acercarse a nuestra modernidad periférica a través de dos emblemas. El del artista anacoreta, Reverón, que nos hace reencontrarnos con la visual de nuestra luminosa condición tropical. Y el del ídolo de masas con final trágico, Felipe Pirela, en El malquerido, la más convencional y taquillera de sus películas donde demostró que, si quería, podía pintar como Arturo Michelena aunque siempre prefirió hacerlo a la manera de los ilustradores viajeros del siglo XVII”.

“Es obvio que Diego Rísquez fue, en las décadas de los setenta y los ochenta, cuando nacía la cinematografía nacional, gracias a las políticas culturales de la democracia moribunda, una rara avis”.
En paralelo a su filmografía, Rísquez también desarrolló una importante labor gremial en favor del cine venezolano. En 2001 fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos (ANAC), cargo que desempeñó durante tres años y desde el cual colaboró con la reforma del Reglamento de la Ley de Cinematografía Nacional vigente y en el diseño del Anteproyecto de Reforma Parcial de la Ley de Cinematografía Nacional que fue aprobado en 2004.
Además de las películas mencionadas, la extraordinaria filmografía de Diego Rísquez se completa con:

  • Karibe con tempo (1994)
  • Manuela Sáenz (2000)
  • Francisco de Miranda (2006)
  • Reverón (2011)
  • El malquerido (2015)

El 15 de enero de este año, dos días después de su muerte, escribíamos aquí mismo, en nuestro portal de Ibermedia: “El cine venezolano y latinoamericano está de luto por el fallecimiento de Diego Rísquez. Nacido en Juan Griego, estado Nueva Esparta, el 15 de diciembre de 1949, destacó por el empeño artístico con el que emprendía sus películas, pues no había secuencia que no compusiera a partir de referencias plásticas de artistas venezolanos y universales. Fue también el realizador más importante de su país en las décadas de los 70 y 80: Bolívar, sinfonía tropikal fue la primera cinta filmada en Súper-8 en ser seleccionada para la Quincena de Realizadores de Cannes, festival al que volvió con Orinoko, nuevo mundo y Amérika, terra incógnita”.
Y a continuación reproducíamos la carta de despedida que le dedican el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, la Plataforma del Cine y el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) de Venezuela.
https://vimeo.com/144909953

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