De la incertidumbre con Los Colores de la montaña, película colombiana apoyada por el Programa Ibermedia que logró numerosos galardones como el Premio Kutxa–Nuevos Directores en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, nació Eso que llaman amor. El director Carlos César Arbeláez contó en el conversatorio, organizado por Cinefilia, que estaba aburrido, que su primer largometraje pasaba por un momento difícil y corría el riesgo de no ser realidad. Aun así, él seguía soñando y escribiendo historias para cine.
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Escribió cuatro. Las pensaba inicialmente como cortometrajes. Con los días se dio cuenta que las unían el amor, la noche y Medellín. Pronto decidió fusionarlas en un largometraje, fascinado con el referente del Decálogo de Kieslowski.
En palabras de Lucía Victoria Torres, investigadora del cine colombiano, se trató de una apuesta arriesgada. “Yo leí el guion antes de saber de quién era, y me pareció que uno de sus retos era cómo configurar el espacio. Fue una decisión de autor el hacer algo completamente diferente a Los Colores de la montaña”, añadió la docente de la UPB durante el conversatorio convocado por Cinefilia.
La decisión implicó pasar de una estructura dramática clásica a cuatro historias episódicas con 10 personajes. El director no quería las típicas tomas de Medellín, quería que la ciudad se sintiera a través de sus personajes. Daniel Vásquez, director de postproducción de sonido en Clap Studios, donde se mezcló Eso que llaman amor, contó que el filme les trajo como reto sonoro la diferenciación de cada una de las historias.
“Nos metimos al corazón de la ciudad para rodar las historias, enfrentamos el contexto ruidoso del centro de Medellín y siempre buscamos cómo diferenciarlas con los ambientes, los contextos y cómo los personajes hablaban e interactuaban con los objetos”, agregó Daniel.
Los actores fueron otro reto. Carlos César le contaba a Lucía Victoria Torres, en entrevista publicada en el libro Memorias de rodaje: Eso que llaman amor, que esta historia intimista necesitó de otro tipo de actores. Al final, después de múltiples búsquedas y de un casting dirigido por Ana Isabel Velásquez, terminó encontrándolos en el teatro.
Una vez terminó el casting, Carlos César ensayó con sus actores durante un año, tiempo en el que construyeron a los personajes. En el proceso, varió su método. Para Los colores de la montaña no le había entregado el guion a ningún actor. Para esta ocasión, además de la biografía del personaje, los actores recibieron y trabajaron con el guion.
Beatriz Ángel Restrepo, actriz en Eso que llaman amor, contó que el texto de la historia le ayudó a fijar las escenas. “La manera de interpretar el guion cambia mucho: el teatro se cifra en la acción corporal. En el cine, el guion es tu primera guía de actuación y de comprensión de la historia”, dijo esta actriz que por primera vez en su carrera pasó de las tablas al cine.
El rodaje de Eso que llaman amor duró 6 semanas, incluyó la mezcla de equipos antioqueños con la experiencia y el nivel profesional de la producción bogotana. En el rodaje, Lucía Victoria Torres y sus estudiantes, veían a un Carlos César Arbeláez que hablaba poco, que decía lo justo. “Él lo ensaya todo antes, y por eso en rodaje dice poco”, puntualizó la investigadora.
Al finalizar el conversatorio, Carlos César decía que no era muy bueno dar consejos para hacer cine. “Cada cineasta encuentra su manera de hacer una película, de volver imágenes una historia que se ha imaginado y ha escrito. Lo único es rigor, terquedad, ganas. Lo más importante de un cineasta es que muestre una sensibilidad, una manera especial de ver ese mundo y relatar esas historias”, concluyó.