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Adiós a Manoel de Oliveira, el decano del cine mundial

En plena semana santa, Portugal ha decretado dos días de duelo. Hacen bien los portugueses: este jueves 2 de abril se supo que Manoel de Oliveira, el mítico director que había iniciado su carrera en tiempos del cine mudo, había fallecido en la ciudad de Oporto, la misma en la que nació hace más de 106 años. En cuanto sus familiares y su productor Luis Urbano confirmaron la noticia, Gilles Jacob, el expresidente del Festival de Cannes y admirador confeso del cineasta portugués, escribió en su cuenta de Twitter: «Era un señor». Premiado en Venecia, en la Berlinale y literalmente venerado en Cannes, que en 2008 le otorgó su primera Palma de Oro en mérito a toda su trayectoria, Manoel de Oliveira era uno de los pocos realizadores que estrenaba una película al año. Él mismo decía: «Si dejo de rodar, me aburro y me muero. Tengo en mente un montón de proyectos».

Con inagotable «hambre de vivir y de filmar», Manoel de Oliveira había celebrado su 106 cumpleaños, el 11 de diciembre del año pasado, como más le gustaba: estrenando en Portugal su última película, O velho do Restelo (El viejo del Restelo), un cortometraje que describió como una «reflexión sobre la humanidad». El título del filme se inspiraba en un personaje del poema épico «Las Lusíadas», escrito en el siglo XVI por Luis de Camoes, en el que se cuentan los grandes descubrimientos marítimos de los navegantes portugueses.

Oliveira era el último superviviente de «los bellos viejos tiempos del cine mudo», al que seguía refiriéndose con nostalgia. Hijo de un industrial que lo llevaba a ver películas de Chaplin y de Max Linder y que le regaló su primera cámara, Oliveira debutó en el cine con 20 años como figurante en una película muda, El milagro de Fátima.

Pero lo que de verdad le gustaba era dirigir. En 1931 rodó su primer documental, todavía mudo: Duoro, faina fluvial (Duero, trabajo fluvial), sobre la vida de los trabajadores del río que baña su ciudad natal. Después de varios documentales se lanzó a la ficción en 1942, con Aniki-Bobo, sobre la vida de los niños de un barrio popular también de Oporto.

A partir de 1971 se centró en la tetralogía Amores frustrados y empezó a ganarse la fama de «cineasta para cinéfilos», que confirmó con el estreno, en 1985, de Le soulier de Satin (La zapatilla de satén), una película de casi siete horas de duración basada en la obra de Paul Claudel, ganadora del León de Oro en el festival de cine de Venecia.

Creador prolífico, realizó desde 1985 prácticamente una película al año y trabajó con los más importantes actores, como el estadounidense John Malkovich, los franceses Catherine Deneuve y Michel Piccoli, el italiano Marcello Mastroianni o los portugueses Luis Miguel Cintra y Leonor Silveira. En 2001, cuando ya era un octogenario, conquistó al gran público con Je rentre à la maison (Regreso a casa), en la que Piccoli encarna a un viejo cómico que se interroga sobre la soledad, la muerte y la vejez después de haber perdido a su familia.

Sus películas, en las que los diálogos y la música tienen un lugar especial, se caracterizan también por el empleo de largos planos fijos, parecidos a cuadros, y lentos movimientos de cámara. «El asunto está en mover lo que está dentro del cuadro, no mover el cuadro. El tiempo no tiene movimiento, sino que el movimiento está dentro del tiempo. A mí me costó aprenderlo», explicó en más de una ocasión.

Estas son una pocas líneas que, desde el Programa Ibermedia, hemos querido dedicar a la memoria del maestro portugués. En breve le dedicaremos una semblanza en Nuestras Crónicas.

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